Fotogenia de la Guerra Fría (XII): Beats, Hippies y Mayo del 68 (III)

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Revolución en las aulas: la fiebre de mayo

Cuando se estrenó The Graduate (1967, El Graduado) ya se estaban produciendo disturbios en las universidades norteamericanas, protestas pacifistas por la Guerra del Vietnam y la contracultura había irrumpido con fuerza. Cuando Dustin Hoffman, encarnando al joven estudiante que regresa tras concluir sus estudios, está lleno de odio y beligerancia contra la sociedad de papá y mama (y de la “señora Robinson”, Anne Bancroft) a la que desprecia. La temática de partida tiene mucho que ver con la situación emocional de los jóvenes estudiantes norteamericanos, pero será un europeo, Michelangelo Antonioni, quien, una vez más, interpretará de la manera más intelectual el fenómeno incipiente de la revuelta universitaria en Zabriskie Point (1970). La película arranca con un choque entre estudiantes y policías y con la huida de un “chico bien” al desierto de Arizona. Antonioni capta perfectamente los rasgos de inconformismo y nihilismo de aquella generación. Imprescindible para entender el estado de ánimo (ya que no la ideología) del movimiento contestatario. Pero si de lo que se trata es de percibir directamente lo que ocurrió y cómo unos universitarios tranquilos, hijos de papá, sin grandes problemas, pasaron a ser furibundos revolucionarios, habrá que recurrir a un documental, Berkeley in the Sixties (1990) de Mark Michel, en el que, mediante fragmentos de reportajes, noticiarios y entrevistas con los protagonistas y sus detractores, muestran de manera muy sintética todo lo que cabía saber sobre lo que ocurrió en las universidades norteamericanas.

Zabriskie Point

Zabriskie Point

Zabriskie Point

Zabriskie Point

Pero si en EEUU el movimiento estudiantil estaba directamente vinculado a las protestas contra la guerra del Vietnam, fue en Europa y, más concretamente en el movimiento de mayo de 1968 en Francia, donde alcanzó una perspectiva más vistosa. Un año antes de estallar la exageradamente llamada “revolución de mayo” (a fin de cuentas se trató de disturbios encadenados a los que sus protagonistas, a posteriori, dieron una dimensión casi épica), Jean Luc Godard ya había estrenado La Chinoise (1967, La china), película sobre un grupo de maoístas que planeaban una revolución en Francia. Los “trajes mao” empezaban a estar de moda y los Partidos Comunistas veían como se desmigajaban de sus juventudes a los sectores más radicales que asumían el maoísmo como nueva religión. Godard fue el primero en intuir la novedad del fenómeno y su fino olfato le sugirió esta cinta premonitoria.

Casi olvidado hoy, sin la aureola de enfant terrible que ha acompañado a Cohn Bendit, ni el aroma de niño bien inconformista que tuvo Jean Edern-Hallier o la frialdad de revolucionario profesional que quiso asumir Alain Krivine o el viejo dicho de “a la vejez viruelas” con que podría resumirse la proximidad de Sartre a los contestatarios de mayo, Guy Debord es, seguramente, el intelectual con el que los jóvenes lobos de mayo del 68 contrajeron una deuda mayor. Era uno de los fundadores de la Internacional Situacionista en la que se inspiró el Movimiento del 22 de marzo y el autor de La société du spectacle, el libro que les inspiró a todos ellos: cualquier cosa que aparezca en la modernidad es inmediatamente integrado no como fenómeno sociológico, espiritual, político o económico, sino como simple espectáculo. El libro de Debord es imprescindible para entender el movimiento de mayo del 68. Publicado en España en los setenta, hoy, no sólo está descatalogado, sino que sería muy difícil de leer por el estilo utilizado por su autor. Para fortuna de los interesados, Debord llevó su libro a los 35 mm en La société du spectacle (1973, La sociedad del espectáculo), un documental de 88 minutos en los que él mismo fue director, guionista, cámara y montador. Cuesta encontrarlo, pero emmule y los torrents están ahí para algo. Un lustro después, cuando los revolucionarios de mayo del 68 empezaban a criar barriga, Debord lanzó otro documental más elaborado, In girum imus nocte et consumimur igni (1978), un palíndromo conocido como “el verso del diablo”, que podría traducirse, más  o menos –Google lo hace así y hay que fiarse o, de lo contrario, dudar de Google, implicaría que ya nada tiene sentido en la modernidad- como “estamos dando vueltas y somos consumidos por el fuego”. Aquí, Debord, solamente dirige y guioniza. El latinajo, desprovisto de la grandeza de toda sentencia latina, describe a las polillas, en la óptica de Debord a los sufridos terrícolas que vagan por la modernidad. Buen documental para entender las razones últimas de los contestatarios. Y un último documental para apuntalar la idea que podamos hacernos de la revuelta estudiantil Mai 68 (1974) de Jerôme Kanapa y Gudie Lawaetz, que cuenta con el testimonio de muchos de sus protagonistas. Viéndolo, incluso en solitario, podremos decir que sabemos todo lo que vale la pena saber sobre aquel período.

Por supuesto, hay muchas –incontables- cintas de todo tipo en los que salen a relucir de manera directa, indirecta o tangencial los hechos de mayo. El cine francés en esto tiene la palabra, por supuesto, y sus mejores directores se pusieron en marcha para ilustrar el episodio. L’an 01 (1973) de Jacques Doillon y Alain Resnais, fue de las primeras películas que se filmaron sobre este tema. Un casi infantil Depardieu, el llorado Coluche y la olvidada Miou-Miou, hoy casi una venerable abuelita, componen el reparto de esta comedia en la que todos hablan de revolución, todos reflexionan y nadie sabe muy bien cómo hacerlo, ni siquiera si es posible. Claro está que la película ve la luz cuando del movimiento de mayo no han quedado ni polvos, ni locos, nada salvo el recuerdo y la épica (incluso en España, en esa época era frecuente encontrar gente que decía haber estado presente en mayo del 68, no miles, cientos de miles, demostrando que en nuestro país, el efecto inmediato fue la proliferación de fantasmas). Milou en Mai (1990) de Louis Malle, con Michel Piccoli y nuevamente Miou-Miou, ironiza sobre el tema cuando los fervores maoístas y trotskistas ya se habían ausentado completamente sin dejar señas y Monsieur Le Pen era la nueva contestación. La película se sitúa cronológicamente a caballo con mayo del 68. Podría haberse titulado perfectamente “burgueses en mayo del 68”. La película recibió una granizada de nominaciones y premios a este lado del Atlántico, pero ni siquiera se estrenó en la otra orilla. Les amants réguiers (2005, Los amantes regulares), transcurre también en los momentos de las revueltas. El protagonista es otro arquetipo de las mismas: el poeta enamorado. La moraleja es que el amor posible compensa la imposibilidad de la revolución. ¿Título que podría ser alternativo y paradigmático? “Decepción, revolución y sexo sustitutivo”.

Los amantes regulares

Los amantes regulares

Lo peor de mayo del 68 fue que las vacaciones llegaron en junio y el movimiento estudiantil se evaporó con ellas. Un afiche situacionista decía “Bajo los adoquines, la playa”. Así que, a finales de junio, todos los revolucionarios de mayo estaban en la Riviéra, en Dauville y los menos afortunados en Calais y Bretaña. Hubo que esperar 45 años para que alguien repasara lo que ocurrió al llegar las vaciones. En Après mai (2012, Después de mayo) de Olivier Assayas, un director con muy poca proyección fuera de las Galias, es el equivalente cinematográfico de lo que se llama una “novela de formación”. Un joven, Gilles, que ha vivido los hechos de mayo, va a la búsqueda de sí mismo –en realidad, de partener sexual- en Londres y Roma y donde le lleve la testosterona. Interesante para ver lo que quedó de mayo del 68 unos meses después.

A pesar de que el mayo francés haya persistido en el tiempo como escenario de la “gran negación”, fue en Italia en donde el movimiento estudiantil y la nueva izquierda persistieron tanto en calidad como en virulencia. El reflujo trajo las Brigadas Rojas y el movimiento del 77, y lo que en Francia fue mayo del 68 en Italia fue “el otoño cálido” que siguió. Como se sabe, los italianos –al igual que los franceses- cuentan con suficientes cineastas como para convertir en película cualquier pequeño episodio de la actualidad. Y aquí también son incontables las películas de los setenta que reflejan la época, con mayor o menor fortuna. Nos centraremos en tres, las que creemos más gráficas. Marco Bellocchio –como Goddard en Francia- también se adelantó un año a los acontecimientos con la película más famosa de aquel movimiento La Cine è vicina (1967, China está cerca). Lo hace con banda sonora de Ennio Morricone y en clave de  sátira política. Papás que cotizan al Partido Socialista e hijos que lo hacen a los movimientos más excéntricos y radicales, tal es la trama que tiene mucho de antítesis generacional pero que muestra también la superficialidad de unos y de otros. El mismo tono irónico se muestra en Contestazione generale (1970, Revuelta general) de Luigi Zampa, con un trío excepcional, inmejorable en la época (Vittorio Gassman, Nino Manfredi y Alberto Sordi). Es una trilogía cuyos protagonistas son respectivamente un revolucionario anarquista, un empresario y un sacerdote que nos ofrecen un tríptico descriptivo de aquella época. Rodada en plena efervescencia revolucionaria, la cinta Italiani! É severamente proibito servirsi della toilette durante le fermate (1969) funciona también con un registro satírico. Aquí el protagonista es un revolucionario que se niega a hacer el amor con su compañera mientras no triunfe la revolución. Pero aquella era también la época de la Revolución Sexual; eran los años en los que en España si a alguien le proponían un trío, una relación gay o lésbica, o hacérselo con una ardilla, y se negaba, la acusación de “reprimido” le acompañaría hasta el fin de sus días. Como puede verse, la revolución estudiantil y la nueva izquierda, fueron en Italia más lejos que en ningún otro país, pero eso no implica que se tomara muy en serio.


 

Skins – Punkis – Tribus varias…

The Believer

The Believer

Después de una larga gestación de diez años en lo que se llamó el rock de garajes, hacia 1975 irrumpió el fenómeno punk. Se trataba de una subcultura caracterizada por una música áspera, descuidada, simple, independiente y amateur. El término punk tiene siempre un significado despectivo (“lo punk” es sinónimo de “basura”, “suciedad” y “el punk” es pura “escoria”). En cualquier caso, todo lo punk es simple, bajo, autodestructivo y enfermizo. Parecía como si el acompañamiento inseparable de lo punk solamente pudiera darse en locales mugrientos y sórdidos. El movimiento fue otra tribu urbana más de las muchas que se habían sucedido desde la irrupción de los beats en la playa Norte de San Francisco. El punk sintonizó con la estética anarquista, caótica y desordenada, a diferencia del otro movimiento rival con el que siempre ha andado a la greña, los skins. Ambos había surgido de similares grupos sociales: eran hijos de trabajadores, habían crecido en familias, habitualmente, disfuncionales, no querían ser la prolongación de sus padres –parece que muchos de ellos fueron hijos de hippies o de antiguos contestatarios- así que nada de flores y psicodelia, de pacifismo o de armonía con el cosmos. Skins y punkis eran entre sí la cara y la cruz de una generación que hacía todo lo posible por diferenciarse y rechazar a la anterior. “No hay futuro” era la consigna del punk, “El futuro nos pertenece” era la esperanza de los skins; ambos estaban dispuestos a llegar a las últimas consecuencias en sus actitudes. Los skins, desde el principio mostraron una tendencia hacia la estética fascista: botas Doc Martens, chupas Bomber, tirantes a juego, cinturones de hebillas pesadas, puños americanos, cabezas capadas, eran sus signos de identificación.

En el fondo, unos y otros, eran tribus urbanas adolescentes, en busca de ritos de iniciación a la juventud. Al igual que el joven africano que al dejar atrás la adolescencia, sufre un “rito de tránsito” en el que se le amputa una parte de su cuerpo (el prepucio, generalmente) y debe realizar una “aventura iniciática” (cazar a un animal salvaje en la soledad de la selva), realizado el cual entra en el mundo de los hombres, en Occidente, el rasurado del pelo y la pelea con otra tribu urbana, se convertían en los sucedáneos que indicaban a los hasta ayer adolescentes que ya eran hombres. Muchos se quedaron por el camino. A pesar de que todavía hoy existan residuos de estos movimientos, fueron propios del último tramo de la Guerra Fría y evidenciaban, en sí mismos, patologías sociales muy concretas. El cine las trató en varias películas imprescindibles. Vamos a enumerar algunas que entran dentro de la cronología de la Guerra Fría.

American History X (1998) cae fuera del marco de nuestro estudio. El protagonista, es ciertamente, un skin norteamericano, pero su tiempo es la década de los noventa. Así pues, el Muro de Berlín ya había caído. No es el caso de The Believer (2001, El creyente), que evoca una historia que realmente ocurrió en los años sesenta: un miembro destacado del American Nazi Party, Dan Burros, resultó ser de origen judío. Burros, cuando vio que el New York Times publicaba su historia en primera página, simplemente se suicidó. La película ganó varios premios, entre ellos el del Gran Jurado de Sundance. El mismo tema reaparece en la película holandesa Skin (2008), también basada en el caso real del hijo de un judío que asume rasgos neonazis y estética skin.

En el otro lado del Atlántico, Made in Britain (1982) nos describe la azarosa vida de un joven de apenas 16 años. Es un rebelde xenófobo y neo-nazi que ha adoptado la estética skin. Una buena pieza. No hay norma social que respete, ni autoridad que acate. Se dedica a un oficio con alta inestabilidad laboral: ladrón de coches. Obviamente lo detienen cada dos por tres. Real como la vida misma. Así es la triste vida de un skin británico de a pie.

Para los que les guste la polémica, el documental suizo Skinhead Attitude (2003) de Daniel Schwizer, nos intenta convencer de que todo lo que creíamos saber sobre los skinsheads es falso: no serían neonazis xenófobos y racistas, sino jóvenes antifascistas y multirraciales. Intenta explicar cómo se ha podido vincular el neonazismo a los skins. Es un documental para amantes de la paradoja y de la erudición inútil. A decir verdad, sea cuál sea el origen del movimiento (y hay versiones para todos los gustos), la realidad es que a partir de los años ochenta, la tribu urbana está vinculada en un 90% al neo-nazismo y a actitudes xenófobas y racistas. Aunque este no fuera su origen en el Reino Unido, sí, al menos, ha sido su destino. Este tipo de polémicas es lo que está completamente ausente en Pariah (1998), película inglesa en la que una pareja interracial es atacada por neonazis, y el marido, que sobrevive, se infiltra en los skinetes para tratar de entender las razones de su odio.

Estas películas por lo que se refiere a la temática skin. Los punks tuvieron también sus películas de culto. La más descriptiva y que ilustra suficientemente a quien no pertenece al movimiento, es Sid and Nancy (1986, Sid y Nancy), en donde un juvenil y desgarbado Gary Oldman asume el papel de Sid Vicious, el líder de la banda punk Sex Pistols. La historia se desarrolla en 1978 y demostró que con frecuencia la realidad supera a la ficción. Johnny Rotten, alias “Sid Vicious”, se despierta una mañana en un hotel londinense junto a Nancy recién apuñalada. Las pistas apuntan contra él, por mucho que se sienta deprimido. Las drogas han hecho su labor. Historia real donde las haya y retablo sobre la subcultura punk. La película debía haberse titulado “El amor mata” pero era demasiado evidente que lo que mataba era la ecuación drogas más nihilismo.

Sid and Nancy

Sid and Nancy

Sid and Nancy es suficiente aproximación a los Sex Pistols pero no la única película sobre la historia del grupo. Si esta alternativa no convence y sabe a poco, siempre puede visionarse el documental The Filth and the Fury (2001, La mugre y la furia) de Julien Temple. Se trata de un repaso documental de uno de los grupos más fugaces del punk, Sex Pistols, que apenas duró un par de años. A través de declaraciones de los miembros del grupo nos aproximamos a la sociedad (y especialmente a los jóvenes) británicos de la segunda mitad de los setenta.

Skins y punks, a fin de cuentas, no son más que las tribus urbanas juveniles más conocidas desde finales de los setenta hasta nuestros días, pero ¿sería posible crear otro movimiento juvenil que tuviera igualmente éxito? Es lo que se plantea el director alemán Dennis Gansel en Die Welle (2008, La Ola): un profesor plantea a sus alumnos un experimento sociológico, crear un movimiento juvenil de nuevo cuño. Necesita signos de reconocimiento, crear rasgos identitarios, reforzar lazos tribales… El experimento de le escapa de las manos. El profesor lo que ha contribuido a crear es una nueva tribu urbana. Si la película es interesante a nuestros efectos, es porque muestra el camino que siguieron todos los movimientos juveniles, desde los beats hasta los skins, los más contradictorios, para emerger.

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La novedad en la izquierda mundial en los años sesenta fue la aparición de partidos maoístas. Ya hemos visto su participación en la revolución estudiantil. Pero eso nos lleva a otro escenario de la Guerra Fría: extremo Oriente. Ya sabemos lo que ocurrió en Vietnam, pero antes, inmediatamente después de llegar el comunismo al poder en China e instaurarse la República Popular, apareció un movimiento de imitación en Corea del Norte. Allí, estalló otro de los conflictos “calientes” de aquel período. Veamos como lo vio el cine.


 

Películas para conocer más sobre el tema: 

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Ir a Fotogenia de la Guerra Fría (XIII): Guerra de Corea

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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