Cameraperson (2016), de Kirsten Johnson – Crítica

Cameraperson

«Cameraperson es un documental construido con grabaciones ya existentes, y que gracias a la selección y la colocación adecuada, permiten otro significado.»

Kirsten Johnson ha sido directora de fotografía en multipremiados documentales como Citizenfour (2014), La guerra invisible (2012) o The Oath (2010). Este nuevo trabajo lo aborda desde la fotografía, pero también desde la dirección, recopilando fragmentos de algunos de sus anteriores documentales para situarlos en un nuevo contexto y presentar así un mosaico sobre algunos de los conflictos y las injusticias de la humanidad al mismo tiempo que traza un recorrido autobiográfico y muy personal.

Si este documental funciona, a pesar de su excelsa fragmentariedad y lo que a priori podrían parecer secuencias inconexas, es por la exquisita selección del material y el buen hacer en la edición, aspectos que dotan al metraje de una intencionalidad y un sentido muy interesantes. Vemos a una familia bosnia tras la guerra, unos retazos de Afganistán, observamos a una niña de Alabama o a un boxeador en Nueva York, nos adentramos en Sudán, visitamos Liberia… Kirsten Johnson despliega una visión caleidoscópica del mundo que resulta muy enriquecedora para el espectador y que por momentos permite sentirse uno con la humanidad.

Uno de los puntos de inflexión del documental es cuando aparece un físico hablando del entrelazamiento cuántico. Explica que dos partículas entrelazadas se pueden comunicar entre ellas a una velocidad mayor que la de la luz y que eso podría tener consecuencias en la comunicación entre el presente y el pasado. Este fragmento dota de significado al documental al mismo tiempo que funciona como recurso metanarrativo. El entrelazamiento cuántico sirve como metáfora que define al propio documental: una unión de fragmentos que conectan el pasado con el presente como si todas las imágenes capturadas por la cámara de Kirsten estuvieran entrelazadas temporalmente.

Otro punto de inflexión es la aparición de imágenes de la madre, que casualmente tiene Alzheimer, alternadas con imágenes de una inscripción que indica la fecha de su muerte. El entrelazamiento temporal otra vez, pasado, presente y futuro se comunican, pero no sólo eso, sino la idea de que el documental en sí mismo congela a la madre en el tiempo y de alguna manera sirve de contestación o venganza al Alzheimer. Ella no recuerda nada, aunque ya está muerta, pero Kirsten la tiene grabada en vídeo para no olvidarla nunca; un tejido de conexiones bastante sutil y que también aparece en relación con otros aspectos, como los diferentes guiños a las atrocidades cometidas por la religión.

Kirsten también se permite alguna pincelada metanarrativa explícita, apareciendo ella misma en el documental o mencionando el propio proceso de grabación, por ejemplo, cuando está grabando en Sarajevo y duda de la calidad del plano por culpa de la niebla o por la falta de luz. Gesto metanarrativo o quizás autobiográfico, pues esos comentarios también subrayan el esfuerzo humano que hay detrás de cada imagen obtenida. Y es que ya desde el título, “Cameraperson”, se intenta transmitir que Kirsten es una mujer a una cámara pegada. No hay separación entre ella y la cámara. La perspectiva panorámica a la que asiste el espectador, además de expandir su percepción y hacerle viajar temporal y espacialmente, se puede entender como un documento autobiográfico, un diario audiovisual, como si las imágenes fueran la propia Kirsten, la mujer-cámara.

Habría que dedicar algunas palabras para reflexionar acerca de lo que Kirsten Johnson consigue a través de la edición, con metraje ya grabado. Seguramente la directora le deba mucho a sus editores, Nels Bangerter y Amanda Laws, pues estamos ante un trabajo en el que grabaciones ya existentes y cuyo propósito era muy diferente, gracias a la selección y la colocación adecuada, permiten otro significado. Marcel Duchamp, en 1917, logró que un urinario fuera percibido como una fuente y se considerara arte, remarcando así la dependencia contextual de toda obra artística –es arte porque está en un museo, si lo ves en la calle no pensarías que es arte–. El dadaísmo, o más recientemente, escritores como William Burroughs, ya experimentaron con técnicas como el cut-up, utilizando frases y palabras de otros textos para construir algunas de sus obras. Si algo refuerza la contemporaneidad del documental de Kirsten Johnson es esa idea del ready-made, esa reubicación de algo que ya existía con otros fines. En nuestro día a día asistimos a esto constantemente, desde la figura del DJ que se gana la vida mezclando canciones de otros hasta los conglomerados televisivos de zapping que mezclan fragmentos de otros programas para crear su propio sentido humorístico. De esta manera, Cameraperson es un documental muy acorde con los tiempos que corren y, por tanto, muy relevante para comprender la dirección que están tomando algunos proyectos artísticos.

Cameraperson

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Jaime Fa de Lucas

Graduado en Estudios Ingleses y con un Máster en Estudios Literarios, es actualmente redactor jefe de cine en Culturamas y traductor y gestor de contenidos en FilmAffinity. Apasionado de la literatura, el cine y la música, tanto a nivel crítico como creativo.

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