La concepción moderna del cine y el milagro hipster

La concepción moderna del cine y el milagro hipster

«La moda hipster está introduciendo material de muy buen gusto, sobre todo por su fijación en el cine independiente»

Hace dos semanas se me pidieron algunas sugerencias para elegir películas que proyectar y organizar un pequeño cinefórum. Ayer viernes, por fin pudimos ver la película que más había recomendado, la gran La princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki. Al observar que la reacción general a la película fue negativa, no he podido más que reflexionar sobre nuestra concepción del cine.

Sé que no soy el primero en mencionarlo, pero la influencia de Hollywood en nuestras vidas es tan fuerte que apenas podemos soportar otro tipo de películas. Esto trae dos problemas. El primero, obviamente, es para los cineastas, especialmente para los jóvenes que intentan adentrarse en el mundo audiovisual y no lo consiguen por falta de medios. Adecuarse a los gustos del espectador es fundamental (sobre todo en una industria -y no digo arte- como la del cine, en la que no garantizar un mínimo de beneficios es asegurar la muerte laboral del equipo productor) y muchas veces los recursos de los más amateur impiden llevar a cabo un estilo hollywoodiense. El otro problema, mucho más importante en mi opinión, es la propia muerte del arte cinematográfico.

El otro día hablaba con un amigo sobre cuál era el arte más infravalorado. Yo, aún siendo un gran defensor del cómic como arte (e incluso habiendo realizado un proyecto de investigación sobre este tema con un grupo de trabajo), me negué rotundamente a darle la razón a mi amigo, que (creo yo) colocó al cómic como el arte más pisoteada por razones más sentimentales que racionales. Dentro de un grupos de personas que comparten un mismo gusto (ya sea una comunidad fan de un artista, un club de literatura o incluso una institución religiosa), cuanto más pequeño es el grupo más fieles son sus miembros. Esto ocurre con el cómic: aún siendo un medio cada vez más de moda, todavía goza de un grupo de lectores relativamente pequeño y, por tanto, auténtico. En cambio, el desprecio hacia el cine o, más bien, su infravaloración, es mucho más peligrosa, porque es precisamente dentro del grupo cinéfilo donde se encuentra arraigado el virus anticinematográfico. Son los propios amantes del cine los que tratan a un arte como una mera forma de entretenimiento y, ojo, yo no me opongo a la visión del cine como entretenimiento; de lo que sí estoy en contra es de limitarlo a lo divertido, de ser incapaz de contemplarlo como algo más grande.

Los ejemplos más grandes surgen por medio de la comparación (por ejemplo, con la literatura). ¿Acaso no se considera sacrilegio empezar a leer una novela por la página 200? Entonces, ¿por qué se ve con tanta normalidad comenzar a disfrutar de una sesión de cine dominical a partir de los tres cuartos de hora? Hoy en día nos volvemos locos con los spoilers, pero no nos importa unirnos al visionado de una “peli de tarde” con tal de que aún no esté a 10 minutos de terminar. En la misma línea ocurre que, mientras se dice que lo importante de la literatura no es lo que se cuenta (sino cómo se cuenta), en el cine nos basta con saber qué sucede al final de una película para poder ver la siguiente en una saga. Sin embargo, esto no es lo peor de todo, lo peor es que el cine cumple la función de chivo expiatorio, la función de aquel arte que, a diferencia de los demás, se puede disfrutar al mismo tiempo que chateamos, cocinamos o jugamos al tetris porque, total, la peli está de fondo, de background medianamente interesante de una actividad más importante. Una vez escuché a un profesor de arte y literatura desacreditar al cine por ser un arte pasivo. Lamentablemente, estamos tan acostumbrados a que las películas nos den todo mascado que lo que dijo resulta ser cierto: se convierte en antónimo de la literatura por requerir observación pasiva más que atenta lectura. No obstante, eso no está inscrito en la naturaleza del cine. Eso no es más que el resultado de una epidemia de películas mediocres que inauguran la nueva corriente cinematográfica simplista. Que una película contenga un mensaje simple no es algo negativo, pero sí lo es que trate a los espectadores como imbéciles. Esta nueva corriente es antialegórica, antisimbólica, antimetafórica; ya no permite distintas interpretaciones y mucho menos lecturas poéticas; lo surrealista (por decir algo) es propio del arte (y digo “arte” en lugar de pintura o literatura porque actualmente el arte se entiende como algo a lo que tan solo los más eruditos pueden acceder) y está absolutamente prohibido en el cine.

De todas formas, no todo es negativo, y no quiero ser demasiado pesimista. Hay otros movimientos que se están formando y que pueden hacer frente a esa corriente de mediocridad, como el movimiento hipster, un movimiento con el que nunca he congeniado demasiado pero que agradezco mucho. No tengo iPhone, ni macbook, ni siquiera me gusta el café (así que mucho menos el de Starbucks), pero tengo que admitir y agradecer que la moda hipster está introduciendo material de muy buen gusto, sobre todo por su fijación en el cine independiente. Gracias a estos personajes que imaginamos con grandes gafas de pasta y prominentes barbas hemos podido ver grandes películas como Her, 500 days of summer o Juno. Yo solo espero que las modas de nuevos movimientos como éste consigan ser más fuertes que la despótica influencia de la corriente simplista y mediocre que impera hoy en día. Y, aunque no fuese posible, me conformaría con ver una buena peli entre 1000 mediocres, sólo por una merece la pena.

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3 comments

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  1. Juan Bernabé Gorostidi 23 mayo, 2017 at 18:36 Responder

    Muy de acuerdo con lo dicho, añadiendo que está tendencia «hipster» -que de momento me parece que no termina de salir del todo de la cultura de masas actual ej. los hipsters usan Iphone, Macbook etc.- también puede encontrarse en política e incluso en religión (llámese espiritualidad si se quiere). Sin embargo, no deja de sorprenderme que este mensaje haya venido a cuento de «La princesa Mononoke», porque, con todo, la dimensión audiovisual ocupa un lugar privilegiado, o esa es la impresión que me queda ¡justamente el blanco de la crítica del autor del artículo! Evidentemente, él conoce otras películas mucho más «simbólicas», literarias, poéticas etc. de Miyazaki, como «El viaje de Chihiro» o «Nausicaa» (grandes guiños a la Odidea, clásico literario donde los haya) ¿Se ajusta realmente «la princesa Mononoke» al mensaje del artículo? El autor responderá…

    • Javier Ormazabal 24 mayo, 2017 at 23:21 Responder

      Querido lector, el mensaje surge a propósito de «La princesa Mononoke» por mi ya citada sorpresa ante la negativa reacción de los asistentes del cineforum.

      Por otro lado, es cierto que existen filmes del Studio Ghibli con un mayor contenido simbólico, sin embargo, no hay que olvidar que la concepción moderna del cine a la que hago referencia no se limita a una concepción antisimbólica, sino a una interpretación demonizadora del séptimo arte en general.

      En definitiva, agradezco el apunte; totalmente acertada la mención de «El viaje de Chihiro» y «Nausicaa», películas que, visto lo visto, mejor será no proponer. Un saludo

  2. Juan Bernabé Gorostidi 14 junio, 2017 at 18:32 Responder

    Entendido, nos faltaba el contexto. De todas maneras, respondiendo a otro mensaje que nos ha llegado furtivamente, si se trata de películas de animación, creo que los clásicos Disney hasta 1977 (salvando el Rey León y Los Increíbles) y las animaciones de Dreamworks hasta 2004 (salvando Madagascar y Las aventuras de Wallace y Gromit) tienen un trasfondo humano muy interesante y una necesaria dosis de humor sano así que no daría tan rápidamente la corona a La Princesa Mononoke.

    Respecto a los otros dos largometrajes se podrían ver con provecho con un público más dado a la reflexión

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