El cartero de las noches blancas (2014) – Crítica

El cartero de las noches blancas

Hay películas que sin ser una maravilla vale la pena ver porque contrastan con la mediocridad general del cine que se está haciendo en estos momentos. De cada diez películas que se estrenan, probablemente haya una, o como máximo dos, que valga la pena ver por determinados conceptos. Esta es una de ellas. Habrá algo en ella que les resultará familiar. Es posible, incluso, que ustedes tiendan a identificarse con el protagonista. Y eso que apenas pasa gran cosa en los 100 minutos de proyección. Casi como si mirásemos el cursor inmóvil de nuestro ratón en la pantalla del ordenador. Pero hay algo cautivador en esta cinta.

Todo lo que viene de Rusia es muy particular. Los rusos siempre se han tomado en serio todo lo que hacen, desde una partida de ajedrez, hasta la lectura de un libro, pasando por el lanzamiento de un cosmonauta y por la realización de una película que simplemente relata la vida en una pequeña comunidad del norte de Rusia. La película, que ha sido calificada como “drama”, tiene mucho más de contemplación del entorno natural y de apunte sociológico sobre la Rusia profunda. En realidad, tiene más de documental que de drama.

Digamos algo del entorno de la narración porque quizás sea lo que más sorprende a primera vista de esta cinta. La película ha sido filmada en el Parque Nacional Kenozyorsky, situado en el norte de Rusia, no muy lejos (a pesar de que en Rusia todas las distancias son espectaculares) de San Petersburgo y del istmo de Carelia. Desde 2004, la UNESCO lo considera “Reserva de la Biósfera” y la calificación no es en absoluto gratuita. En la parte norte de esta reserva existe el Lago Kénozero que ustedes podrán ver en la película y que constituye el leitmotiv de la misma. Toda la trama gira en torno a un cartero que diariamente cruza este lago con su lancha.

Si traducimos el título en inglés de la película (no se cansen intentando traducirla del ruso a través del traductor de Google) nos da Las noches blancas del cartero (The postman’s White nights), pero por algún insondable misterio alguien ha opinado que era mejor titularla en castellano ‘El cartero de las noches blancas’… Es el único misterio de la película, porque todo lo demás en ella es lineal, agradable, correcto, bien hecho, bien montado, queriendo transmitir unos mensajes inequívocos que no pasan por alto al público avispado.

La película solamente puede ser entendida por quien haya vivido y trabajado en el entorno de las grandes ciudades y, durante años, haya realizado ese reiterativo tránsito cotidiano de casa al trabajo y de un edificio de oficinas a otro de dormitorios, y bruscamente haya decidido irse a vivir al campo. A partir de ese momento, se percibe lo cotidiano de otra manera. Uno percibe que los árboles hacen ruido, que el Sol declina y se eleva, que las nubes anuncian tormentas y la brisa cálida indica un cambio de estación. La persona, bruscamente, pasa de “vivir” a “contemplar”. Vivir es experimentar la incapacidad para detener el tiempo. Contemplar es recrearse en el aquí y el ahora. De Konchalovski, director de la película, se ha dicho que “ha empezado a entender la esencia contemplativa del cine”. En esta película estudia la vida, simplemente la vida, sin prisas.

Los paisajes que nos muestra Konchalovsky parecen indicar que el tiempo se ha detenido. La placidez de las aguas del lago aumenta esa sensación. Los actores forman parte de ese paisaje. No son profesionales, se trata de los mismos habitantes de esa región que nos están contando sus historias personales (en algunos momentos, el director ocultó las cámaras para que los personajes divagaran libremente sobre sus vidas y la cinta adquiriera una mayor autenticidad). La película tiene, en este sentido, mucho más de documental que de drama. Son vidas que “están” en el siglo XXI, pero que “no son” del siglo XXI. Vidas de un tiempo que fue y ya no es. No es raro que este tipo de poblaciones se vayan vaciando de jóvenes y no parezca haber muchas perspectivas de futuro. Nada que no ocurra en cualquier otro país.

Las relaciones humanas forman una parte importante de su vida cotidiana. El vodka constituye una parte importante en la vida de toda esta comunidad. El vodka y el amor. Hay también una pequeña historia de amor no correspondido en esta película. Y cuentos de terror o de magia que el cartero explica a un niño sobre las aguas del lago. Algunos toques de ironía paradójica gustarán al espectador, como la escena que tiene lugar en el cercano cosmódromo de Plesetsk, cuando un cohete se eleva dramáticamente hacia el cielo.

El autor de esta película, Andrey Konchalovksy, es un veterano del cine. Lleva filmando desde mediados de los años 60, si bien sus grandes películas se han producido en Estados Unidos, en donde se instaló en 1980. Su obra más conocida es ‘El tren del infierno’ (1985) y, por supuesto ‘Tango y Cash’ (1989). Provisto de estos éxitos regresó a su Rusia natal al año siguiente. En 2003 alcanzó un León de Plata en el Festival Internacional de Cine de Venecia por su película ‘Dom Durakov’, ambientada en un psiquiátrico en Chechenia. ‘El cartero de las noches blancas’ le ha valido el León de Plata al Mejor Director en el Festival de Venecia de 2014.

La película podría ser definida como una muestra de “realismo social”. No es que ocurra casi nada de espectacular, es que estamos viendo la simplicidad de la vida rural, cada vez es más difícil de encontrar. Y ante el repliegue de la vida simple, el individuo se muestra indefenso. Recientemente hemos visto como otra película rusa, ‘Leviathan’ (2014) de Andrei Zvyagintsev, nos mostraba los aspectos de la corrupción burocrática del país. Konchalovksy no opta por la vía de la denuncia. No nos está diciendo que los peligros que acechan al hombre rural estén en las estructuras políticas del actual régimen, sino que residen en el miedo al cambio que atenaza a todos los habitantes de las orillas del lago Kenozero. El cartero, el hombre que por su profesión y sus necesidades está más cerca de la modernidad, es acaso el más próximo a cada uno de nosotros, tristes urbanitas. Y quizás por eso nos conmueve más que cualquier otro habitante de un entorno contemplativo llamado a desaparecer.

Buena la dirección. Bueno el montaje. Buena la guionización (realizada por Konchalovskiy ex aequo con Elena Kiseleva). Genial la fotografía (Aleksandr Simonov). Y correcta la banda sonora. En cuanto a los actores, carecen de experiencia escénica. Se han limitado a contar su vida. Y tiene mérito porque no todos somos buenos expresando nuestro día a día.

Le gustará si en su momento le gustó ‘Dersu Uzala’ (1975) de Kurosawa o vibró con ‘Calabuch’ (1956) de Berlanga. Películas sencillas, sin complicaciones. Películas filmadas en comunidades fuera del tiempo. Si se identificó con los marcos en los que se filmaron estas películas, ‘El cartero de las noches blancas’ le gustará. Vaya a verla, le satisfará. Si, por el contrario estos dos títulos que hemos mencionado le aburrieron, piénselo antes de pagar su entrada.

El cartero de las noches blancas

Sinopsis Los habitantes del lago Kenozero viven del mismo modo que, durante siglos, vivieron sus antepasados. En esa pequeña comunidad, donde todos se conocen. sólo se produce lo necesario para la supervivencia. Sólo se comunican con el exterior gracias a la lancha del cartero, pero cuando alguien roba el motor de la embarcación y, además, la mujer que ama se escapa a la ciudad, el cartero emprenderá un viaje de autodescubrimiento que le ayudará a comprender que no hay nada mejor que el hogar.
País Rusia
Director Andrei Konchalovsky
Guión Elena Kiseleva, Andrey Konchalovskiy
Música Eduard Nikolay Artemiev (AKA Edward Artemyev)
Fotografía Aleksandr Simonov
Reparto Aleksey Tryapitsyn, Irina Ermolova, Valentina Ananina, Timur Bondarenko, Tatyana Silich, Lyubov Skorina
Productora Production Center Of Andrei Konchalovsky
Género Drama
Duración 100 min.
Título original Belye nochi pochtalona Alekseya Tryapitsyna
Estreno 14/08/2015

Trailer

Calificación6.5
6.5

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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