El club (2015), de Pablo Larraín – Crítica

El club

Durante los primeros minutos de la impresionante ‘El club’ se nos sitúa en una pequeña población costera de Chile, en la que comparten vivienda cuatro hombres que ya han pasado la mediana edad y una mujer un poco más joven. Este grupo de personas, cuyos lazos resultan difíciles de precisar, parecen llevar unas vidas apacibles y sencillas, movidas como están por las pequeñas ilusiones de la cotidianeidad, encarnadas sobre todo en el galgo “Rayo”, un animal fiel, perseverante y veloz al que hacen competir en carreras con tocayos suyos, y “el único perro que menciona la Biblia”, según comenta su cuidador, Vidal (un magnífico Alfredo Castro).

Sin embargo, tanto lo escurridizo del vínculo de esos personajes como la atmósfera irreal de las imágenes pronto emplazan al espectador en un terreno incierto y desasosegante, marcado por la austeridad de la narración y la textura digital de los planos, que de día se ven expuestos a una luz excesiva –lo que les da un aire entre fantasmagórico y beatífico– y, de noche, a una escasez de la misma que potencia el grano y desdibuja los perfiles de quienes aparecen en pantalla, lo que va en coherencia a su pertenencia indistinta a ese “selecto club” al que alude el título.

El enigma, en cualquier caso, se desvela muy tempranamente en el metraje, con la llegada de unos visitantes que vienen a perturbar el precario equilibrio en el que viven los habitantes de esa casa de paredes amarillas; y es entonces cuando la cinta entra con maestría en el análisis social e histórico, el retrato psicológico y la denuncia ética.

En efecto: mediante un guion tan implacable como inteligente, su máximo responsable, Pablo Larraín, que ya había demostrado al gran público su buen hacer tras las cámaras con ‘No’ (2012), va diseccionando paulatinamente, sin maniqueísmos pero también sin concesiones, a los personajes que forman parte de este drama coral. Y si empleo el término “diseccionar” no es en vano, dada la perspectiva tomada por el realizador chileno, esto es, completamente extrínseca, lo que dota a la obra del tono desapasionado y analítico, pero no por ello menos desagradable, que caracteriza una vivisección.

Si a ello se le añade el negro humorismo que destila por momentos el filme, presente ya en su mismo título, y que culmina en su sarcástico final, ‘El club’ es una película tan espléndida como dura, en la que todos los personajes son víctimas, de diferente forma, de una institución viciada –digámoslo de una vez: la Iglesia católica–, que convierte a demonios en ángeles y viceversa, hasta que al final resulta irónicamente imposible deslindar los límites del bien y del mal incluso para “profesionales” del tema como son, o deberían serlo, los sacerdotes.

Dada la parquedad expositiva de la pieza, articulada en torno a gestos, planos y encuadres repetitivos, además del buscado minimalismo de la puesta de escena, reducida prácticamente a la presencia de un máximo de siete actores en dos o tres espacios, ‘El club’ incide visualmente en el carácter opresivo, asfixiante, del universo de los protagonistas; un microcosmos en el que se encarnan todos los dramas personales que padecen unos seres humanos a los que se les niega su condición de tales, ya que, ante todo, no se les considera hombres o mujeres, sino “enviados” de Dios.

Al respecto, no deja de ser sintomático que, estando la película repleta de religiosos, carezca empero de cualquier sentimiento espiritual o evangélico (el altruismo o la generosidad brillan por su ausencia); por el contrario, la frialdad de su mirada, así como la dureza de algunos de sus momentos, impregnan su metraje de un materialismo gris y descarnado, en el que la penitencia no lleva al perdón, ni al olvido, ni (posiblemente) a la redención. En este sentido, ‘El club’ se mueve en el mismo universo que ‘La muerte y la doncella’ (1994) de Roman Polanski o ‘Funny Games’ (1997) de Michael Haneke.

Y es que, como acontecía en ambos filmes, ‘El club’ pretende evidenciar su carácter de metáfora, de ahí la buscada abstracción de su narrativa y el elemento alegórico vinculado a “Rayo”. Su intención última, en fin, es exponer sutilmente la hipocresía que rige el estamento clerical, como bien ejemplifica la evolución del padre García (Marcelo Alonso), que termina siendo partícipe, y aun instigador, de los valores malsanos que rigen la existencia de unas criaturas patéticas y falibles, para nada reflejo de una conciencia superior que ordena y rige sabiamente nuestros destinos. Sin duda, el Gran Premio del Jurado del Festival de Berlín es un galardón más que merecido.

El club

Sinopsis Cuatro hombres conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de una cuidadora. Los cuatro hombres son curas y están ahí para purgar sus pecados.
País Chile
Director Pablo Larraín
Guión Guillermo Calderón, Daniel Villalobos
Fotografía Sergio Armstrong
Reparto Roberto Farias, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Alejandro Goic, Alejandro Sieveking, Jaime Vadell, Marcelo Alonso
Productora Fabula
Género Drama
Duración 98 min.
Título original El Club
Estreno 09/10/2015

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Calificación9
9

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Elisenda N. Frisach

Filóloga y editora de profesión y escritora de vocación, le apasiona el arte en general, sobre todo el cine, la literatura y la pintura. Por eso ha colaborado en diversos medios de comunicación como crítico de arte (reseñas de discos y conciertos, películas y festivales, exposiciones, libros...). Se autocalifica de humanista, y no de ingenua, al creer en el poder del amor, la verdad, la ética y el humor. Ideológicamente, sus principales influencias son Gandhi y Schopenhauer, mientras que le fascina la cultura rusa (Dostoievski,Tarkovski, Agmatova...).

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