El héroe cinematográfico

Héroes

No se reduce el cine a la historia de personas concretas, sino que tiene una faceta colectiva y realista, que está en su origen y naturaleza, alejada del relato de peripecias personales con sentido completo. Pero no es menos cierto que una gran parte de los relatos (pues eso son las películas al fin y al cabo) tienen como razón de ser a un individuo real o imaginario, y la narración de sus aventuras o desventuras, y especialmente de sus luchas, motivaciones y su destino dramático o glorioso. Es el protagonista, el actor principal, el artista. El héroe.

Pero no cualquier protagonista, estrictamente, puede ser llamado héroe. Para comprender a éste un poco mejor, vamos a dejar a continuación algunas reflexiones sueltas.

 

Quién es el héroe

El héroe es la persona extraordinaria por sus cualidades o por sus actos. Habitualmente se le conoce porque es especialmente impetuoso, fuerte, hábil, astuto, bondadoso, generoso, firme, valiente o sacrificado. Puede ser alguien nacido ya con esas cualidades y que en el curso de su vida se ve envuelto en retos que lo ponen a prueba; o bien uno que, aun siendo aparentemente normal, ha surgido de alguna tragedia personal o se dirige a ella, y en medio de la misma demuestra tener esas cualidades. Soporta grandes pérdidas sin venirse abajo. Si se cae, logra levantarse. Se enfrenta a violentos sacrificios y no pide nada a cambio. Piensa antes en el bien de los demás que en sí mismo. Puede ser cruel, egoísta o peligroso, pero siempre, al fin, demuestra estar por encima de sus propias debilidades y contradicciones. A veces es perseguido injustamente por alguien más poderoso. En ocasiones el resto de seres humanos no lo comprenden. La justicia, la bondad, la solidaridad guían sus actos. No le teme a la propia muerte, o se impone sobre su temor, en orden a lograr algo más valioso. Incluso es posible que sufra una auténtica “conversión” a lo largo de la narración, lo que le sitúa como ejemplo moral (véase al héroe convertido por excelencia: Jean Valjean, de ‘Los Miserables‘).

El héroe, por todo ello, se convierte no sólo en la pieza fundamental del relato cinematográfico, sino en un modelo de comportamiento.

Jean Valjean de Los Miserables

Jean Valjean de Los Miserables

 

El héroe creado

Hay varios tipos de héroe, tantos como sociedades que los crean. Porque una cosa es clara: el héroe es un producto de su sociedad. No se entiende el héroe en soledad. Fuera de la sociedad, el héroe no existe; y si existe, no es conocido (en puridad, al cine no le interesa el héroe solipsista). Nos atrevemos a decir que, conceptualmente, no puede afirmarse su existencia fuera o aparte de la sociedad, puesto que lo que le convierte precisamente en héroe es su carácter para los demás, su naturaleza solidaria.

Alguien inteligente, fuerte, valiente, etcétera, en grado sumo, que guardase dichas cualidades para sí, sin comunicación alguna con los demás seres humanos, directa o indirecta, no puede ser calificado como héroe. Es un dios o una bestia, que dijera Aristóteles. No obstante, tal ser posiblemente no existe ni ha existido jamás (y si existe no nos interesa). Hasta el monje recluido en la más absoluta soledad tiene una relación, aunque distante e invisible, con el resto del mundo, pues al fin y al cabo su dedicación a la oración supone no sólo un ejemplo para el resto de la humanidad, sino que se hace con la finalidad personal de orar por este resto. Hay una faceta colectiva en esta aventura íntima (no obstante, el rutinario discurrir de la vida en soledad de un monje no suele ser, y posiblemente no lo será, objeto de una descripción fílmica).

Así, el héroe necesita ser reconocido para existir. Ello no supone necesariamente que sea alabado, admirado o respetado por sus contemporáneos. No son pocas las ocasiones en que el héroe es un incomprendido, incluso es considerado un delincuente. Existen las sociedades que desprecian a sus propios héroes. Incluso, su heroicidad se transforma en tal precisamente porque se produce ese choque entre sujeto y colectividad, que perfectamente puede ser denominado tragedia. La tragedia es tan connatural al héroe, que por sí misma permite diferenciarlo del mero infortunado o del malvado, por la naturaleza moral de aquél o aquéllos que lo denigran o atacan. En efecto, en su concepto el héroe se define por contraposición a su némesis, a su antagonista. Si los principios y fines de éste son malignos, egoístas, violentos, crueles, tiránicos… el héroe brilla como el hombre bondadoso, solidario, pacífico, compasivo, libertador, justiciero. Cuanto más poderoso su antagonista, mayor es el héroe. Se necesitan mutuamente. Se exigen. Batman y el Joker no tendrían sentido el uno sin el otro. Valjean y Javert son las dos caras de la misma moneda.

En otras ocasiones, el héroe se esconde de la sociedad precisamente para poder seguir siendo quien es. La sociedad podría alabarlo, admirarlo, idolatrarlo, pero una parte de su vida se vería fatalmente afectada, casi cercenada. Hay en el héroe una faceta “normal”, que le impele a llevar una vida también “normal”, la cual acaba considerando casi como el ideal que nunca alcanzará. Pero esta parte “normal” es un límite, una frontera para sus cualidades de héroe. Quizás por ello Superman se esconde tras las gafas de Clark Kent; y Spiderman se quita la máscara para ser simplemente Peter Parker. Sienten a la sociedad como una agresiva invasión de su intimidad, aunque le dediquen lo mejor de sí mismos. Comprenden que, conocida públicamente su identidad personal, tendrán que renunciar a muchas cosas que son las que dan sentido a su excepcionalidad: el amor, la familia, el trabajo… Incluso su propia “responsabilidad heroica” se vería turbada por curiosos, periodistas, etc. Extraño este “retorno a la vulgaridad” de los héroes, que pretenden conservar aquello que, quizás, muchos otros dejarían atrás con mucho gusto si pudieran acceder a la virtuosidad que los héroes poseen. Éstos quieren ser normales. Las personas normales quieren ser héroes…

Batman y Joker

 

Los héroes como materia. De protagonista a secundario

El héroe, en su origen más remoto, es el hombre excepcional que, representando o no a toda la humanidad, lucha contra uno o varios dioses. Gilgamesh, primer héroe de la literatura universal, se enfrenta a los oscuros dioses sumerios en busca de la inmortalidad (por cierto, ¡qué pena que falte una versión cinematográfica de valor de este protohéroe!). El titán Prometeo lleva el fuego a los hombres, aun a costa de sufrir eternamente un castigo cruel. Aquiles no duda en sacrificar su vida para ganar la inmortalidad de la fama, y para ello ha de vencer la inquina de varios dioses griegos. Heracles, el hijo de Zeus, recorre el mundo huyendo de la persecución de su madrastra Hera, y para mostrar su poder vence en innumerables pruebas.

Gilgamesh

Gilgamesh

Este héroe mítico es como un grito de la humanidad contra sus propios límites mortales. Aquí el ímpetu y ansia de la inmortalidad, el temor/desprecio a la muerte y a la desaparición, están mucho más presentes. Aunque quizás no podría hablarse tanto de temor a la muerte como temor al olvido. Se merece una reflexión más profunda esta continuidad en la caracterización del héroe antiguo, que significa su posición ante la disyuntiva de llevar una vida “normal” o entregarse a la pelea definitiva de su vida y de su tiempo, que saben (lo presienten, lo pre-conocen) no pueden ganar absolutamente y les conducirá, antes o después, a la muerte. A la más noble de las muertes, dirían ellos… Pero esta reflexión quedará para otro foro, pues la verdad es que esta figura heroica pocas veces ha sido tratada en el cine, con algunas excepciones imperfectas. Cabe añadir en tal sentido que una de las diferencias fundamentales entre la civilización occidental moderna y la civilización occidental antigua es el cambio de paradigma del héroe que se entrega a la muerte a sabiendas: mientras que es el protagonista central (y a veces único) en la literatura antigua, en las artes modernas ha quedado normalmente para un papel secundario (el amigo del prota…).

Abandonado el relato mitológico en un proceso paulatino, se va definiendo cada vez más el héroe trágico. Históricamente, la tragedia es la primera de las manifestaciones teatrales que surgió en la Antigua Grecia. Superado el héroe mítico, el semidiós, aparece el héroe como un hombre muy humano, incapaz de escapar de un destino monstruoso, al cual le conducen sus pasos a pesar de una huida desesperada (por todos, Edipo). Ya no es el individuo que busca voluntariamente el clímax, aunque pueda resultar consumido en la llama, sino que huye de aquél a su pesar, para encontrarse de forma fatal con él a la vuelta de la esquina. Ello no le impide adornarse de los parámetros habituales del relato mítico: valentía, generosidad, indocilidad… Pero la asunción de estas características y su exhibición son tan “normales”, que resultan casi tenues, difusas, translúcidas. Este héroe, con matices muy importantes, sigue viviendo en la conciencia de la heroicidad moderna, puesto que no en pocas ocasiones se rebela contra su propio destino, contra su propia naturaleza, que le viene casi “impuesta” por unas circunstancias que no buscó… para terminar asumiéndolo como una carga y una responsabilidad de la que no puede liberarse. El Superman de ciertas épocas es precisamente así: un ser que pretende enterrar en lo más profundo del olvido su excepcionalidad, pero que no puede huir eternamente de ella, y que se ve forzado a dejarla “salir” cuando algún peligro grave amenaza a quienes están a su alrededor.

Superman

 

¿Eterno retorno?

Desde el comienzo de la historia del cine, éste ha manifestado una predilección por ciertas figuras especiales, que han destacado por encima del resto y cuyas vidas merecían ser contadas bajo algún aspecto, bien por su grandeza, bien por su vileza, o bien por cualquier cualidad especial de su carácter. Los primeros visionados tenían como objeto principal la vida cotidiana, mas muy pronto nos encontramos con las historias que se centran en personajes de habilidades muy relevantes. Pronto se comenzaron a realizar filmes sobre personajes históricos, o adaptaciones de obras literarias, incluso se popularizó la figura del “forziuto” (lo que viene siendo el héroe cachas de toda la vida…). El cine, como producto cultural, no tardó en centrar sus esfuerzos en la narración de ciertos caracteres elevados. Del cine de la vida se pasó al cine del protagonista, aunque no desapareció el cine más realista, ocupado en personajes e historias de la vida cotidiana, casi vulgares.

Muchos años han pasado desde entonces, pero el recurso al héroe no sólo no ha pasado de moda, sino que ha vivido fases de intenso cultivo, y ha visto variaciones y modificaciones de todo tipo. Ha surgido el antihéroe, que no es en el fondo más que otra forma de heroicidad negativa, a veces estúpida. Ha germinado el superhéroe, paradigma de la conciencia heroica moderna post crisis del 29. Hemos visto al super agente secreto (007 y otros) que desactivan la bomba en el último momento; al detective o al policía indómitos y rebeldes que liberan a los cautivos con gran masacre de los “malos”; al militar sacrificado y eficiente que descubre el punto débil del enemigo; al deportista esforzado que llega a la cima desde lo más bajo; al personaje histórico redivivo y adornado para hacerlo actual; al esclavo que encuentra la libertad por su osadía; a los amantes que vencen a la sociedad; al joven que vive aventuras insospechadas; al luchador de kung fu que se enfrenta a la banda callejera que atemoriza a todo un barrio; al periodista que expone su carrera y su vida para descubrir una conspiración; al bombero que salva a unos pobrecitos atrapados en un túnel; al marinero que trata de destruir a una bestia descomunal; incluso al astronauta que se enfrenta a un temible alienígena en el espacio exterior…

La nómina de héroes es infinita… En todos los casos es alguien que no busca la heroicidad como un fin en sí misma. La búsqueda de gloria y fama, la “divinización” del héroe, que está tan íntimamente ligada al héroe mitológico, es ajeno a la mentalidad de estas historias. En muchos supuestos es una persona normal que encuentra una fuerza y una valentía singulares para enfrentar una situación extraordinaria. Podría decirse que lo que le hace especial no son tanto sus cualidades, como la situación. La situación es lo especial; el héroe es casi circunstancial, accesorio. Por eso la historia se resuelve con la superación de esta situación, sin que sepamos en muchas ocasiones qué es el héroe después de esta momentánea victoria. El fin de la narración llega en estos casos con cierto alivio, en ocasiones fruto de un “deus ex machina”, recurso forzado; otras veces sólo en modo “retorno”, pues la situación vuelve a repetirse en futuras entregas (‘Alien‘, ‘Terminator‘, etc). Cuando ocurre esto último, el héroe cambia, porque el héroe es accesorio. He aquí otra de las grandes diferencias entre el héroe moderno cinematográfico y el héroe clásico: la historia no necesita al héroe, sino al revés. De hecho, la historia funciona con varios héroes distintos, con acompañantes diferentes, siempre en bucle, aunque tenga variaciones de pequeño calibre. Piénsese en algunas de las sagas más famosas de las últimas décadas: ‘Star Wars‘, ‘Tiburón‘, ‘Resident Evil‘, ‘X Men‘, ‘Jurassic Park‘…

007

 

¿Quedan héroes?

¡Desde luego que quedan! Otra cosa es que le interesen a la audiencia. En una época de claro desmoronamiento cultural, moral y político, sería razonable pensar que las figuras que destacan y pueden ofrecerse como referentes seguirán interesando, al menos a una parte de la sociedad. Sería razonable pensar que incluso son necesarias. Pero en el ámbito humano las cosas no son siempre lo que parecen, y el que escribe es un muy pesimista respecto a la sociedad en la que vive. La realidad es que hoy los héroes están mal vistos. No soportamos su grandeza. No aguantamos su heroísmo. Es necesario, por ello, “deconstruirlos”, como hace cierta alta cocina con los platos típicos. Hay que ver sus miserias, sus dolores, sus obsesiones. Desnudar su identidad, quitarles la máscara. Humillar su altivez, hundir sus ánimos. El héroe caído… Ese es el arquetipo moderno. El que tiene el rictus eterno de desgraciado. El que ha de pedir perdón por ser lo que es. La gloria no es para el héroe moderno. O, acaso, si lo es, sea únicamente durante los próximos siete días, hasta el siguiente estreno de cine; o hasta que a otra productora le dé por “reinventar sus orígenes”. ¿Cuántas vueltas habrá que darle a los dichosos “orígenes”?

¿Volverán las oscuras golondrinas de las productoras a reescribir los guiones ya conocidos? De eso no os quepa duda. Todo por el parné.

Y el héroe… ¿Ése quién es?

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