Filmadrid – Día 8: Antiporno

Se acerca el final de FILMADRID y la llama cinéfila refulge intacta. Hasta el momento, hemos visto propuestas de lo más estimulantes, pero todavía quedan algunas sorpresas. En un día protagonizado por la presencia de Jonas Mekas en la capital española, únicamente se ha presentado una película en la Competición Oficial: Antiporno (2017) de Sion Sono. Un solitario programa en comparación con las demás jornadas. No obstante, la intensidad del director nipón nos extenúa en apenas 78 minutos. Una obra provocadora concebida desde una rabia profunda. Pues Antiporno es una furiosa subversión del género roman porno en el que se enmarca. Una rara avis dentro del concurso, mas su sorprendente manifiesto contra el patriarcado concuerda con sus competidores. Si la llama de FILMADRID brilla, el cine de Sion Sono arde.

‘ANTIPORNO’ (2016), DE SONO SION – COMPETICIÓN OFICIAL

Mientras vuela una mariposa, un lagarto intentar salir de una botella. Aunque la libertad de sus movimientos es contraria, el destino de ambos ya está decidido. Una fuerza mayor domina su porvenir. Se hallan enjaulados en un sistema dominador. Porque estos dos animales representan el falso albedrío otorgado a las mujeres por el patriarcado. Una sumisión criticada ferozmente en Antiporno (2017) de Sion Sono, película con una rabia interior incontrolable. El origen de esta furia se retrotrae al origen del mismo proyecto. En Japón, varias productoras, entre la que se encuentra la propia Nikkatsu, han decido rescatar el erótico género cinematográfico roman porno. Ya que este estilo gozó de gran fama en los años 70. En esa primera hornada, muchos jóvenes directores emergieron, mientras que ahora han decido contratar a realizadores con pedigrí. Un casting hecho a medida para Sion Sono. Pero este no va a resucitar el sexismo en pos del beneficio económico, sino que lo va a destruir desde dentro. Pues Antiporno es un sorprende manifiesto contra las cadenas de su país. Allí donde los animales creen poder escapar.

Eros y Tánatos habitan en una habitación con un cromatismo intenso. El primero araña las paredes, a la vez que el segundo revolotea. Ambos pulsiones freudianas de vida y muerte. Dualismo entre el sexo abrasador y un estado inerte. Como portavoz del instinto vital tenemos a Kyôko, interpretada histriónicamente por Ami Tomite. Culpabilizándose por su promiscuidad, esta joven artista y escritora deambula por su residencia. Al fondo, se perciben las melodías de composiciones clásicas tocadas por un ángel impoluto. Música que en vez de calmar a Kyôko, la acelerará aún más. Condición exaltada acentuada por la llegada de su obediente secretaria. Dos lascivos roles antagónicos sumergidos en juegos de dominación y sadomasoquismo. Un comienzo al más puro estilo roman porno. Pero la obediencia de Sion Sono es ilusoria, convulsionada cuando aparece una cámara frente a la libido de las dos mujeres. Porque la razón de ser de Antiporno es la conversión de miradas. Ese espectáculo erótico será presenciado por hombres, mujeres y niños. Todos ellos con sus respectivos filtros. En el centro, converge la hipocresía y la educación sexual en la sociedad nipona. Conservadurismo al que el director japonés atribuye a un sistema dominador, donde la libertad de expresión arropa a la cosificación. Una severa y sincera crítica desde una estética fascinante. Ya que el colorido y la luminosidad, con ecos de Seijun Suzuki, nos llevan a un éxtasis político. Su cine no se dejará dominar.

En el contrato firmado con la productora Nikkatsu, se le obligaba Sion Sono a introducir una escena de sexo cada 10 minutos. Un acuerdo aceptado con la intención de invertir su propósito, retando así a los amantes del roman porno. A largo de la película, los latidos de un corazón acelerado dominan la cadencia. Rapidez análoga al ritmo cardíaco de Sion Sono cuando le llegó la propuesta: el sentir de la sangre hirviendo. Porque como su propio nombre indica, Antiporno reniega de la naturaleza para la que fue concebida. Alzamiento expresado por Kyôko a un personaje masculino: “Mi desnudez es natural, tú eres quien convierte mi cuerpo en obsceno”. Todo lo contrario que la obra para resucitar a Nikkatsu. Con su cromatismo deslumbrante, los gemidos del deseo sexual se transforman en un grito de protesta. Un ensordecedor chillido que no logra romper la botella del lagarto, mas rompe el objetivo de la mirada masculina. En sus grabaciones ya no habrá placer.

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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