Fotogenia de la Guerra Fría (III): CIA contra KGB

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 Los tres días del Cóndor

El espía norteamericano realmente existente

Viendo la imprescindible ‘Three Days of the Condor‘ (1975, Los tres días del Cóndor) aprenderemos bastante sobre la CIA durante la Guerra Fría. La película de Sydney Pollack nos presenta a un analista de la CIA que envía un informe sobre la posibilidad de existencia de una CIA dentro de la CIA (una vez más, el tema de la traición en el interior de un servicio secreto reaparece). El rubicundo Robert Redford ocupa un puesto en la “agencia” similar al que ostentaba no hace mucho el muy real Edward Snowden, un modesto analista que, casualmente, sin saberlo, se topa con un secreto inconfesable que puede poner en riesgo a la totalidad del organismo. En su momento se dijo que el argumento de esta película tenía algo de verídico. En realidad, el guion es la traslación de una novela de James Grady y su temática se resiente del impacto causado por la “primera crisis del petróleo” que estalló en 1973 a raíz de la tercera guerra árabe–israelí y del embargo petrolífero que siguió. La película de Pollack nos dice también mucho sobre cómo funciona la CIA, sus modus operandi, sus métodos organizativos, sus recursos, etc. Es una buena introducción a las películas sobre la Agencia Central de Inteligencia norteamericana.

Pero si alguien quiere seguir la historia de la CIA desde su prehistoria está obligado a ver ‘The Good Shepherd‘ (2006, El buen pastor), dirigida por Robert de Niro e interpretada por Matt Damon encarnando al sigiloso “James Wilson”. Con esta cinta lo sabremos casi todo lo que vale la pena saber sobre la inteligencia norteamericana entre 1930 y 1960. “Wilson” en realidad, disimula malamente al personaje real de James Jesús Angleton, en principio probo funcionario de la OSS (Oficina de Asuntos Estratégicos) organismo que dio lugar a la CIA en 1947. Las enormes gafas que utiliza Damon en la película y algunos episodios que transcurren en Europa, indican a las claras que, en realidad, está representando a Angleton (que, por cierto murió paranoico, obsesionado con la conspiración comunista que veía detrás de cada político europeo). Se recalca en la primera parte de esta película que la OSS, y luego la CIA, reclutan a sus cuadros en las universidades norteamericanas de élite y en el interior de determinadas hermandades. George Bush senior, por ejemplo, ex director de la CIA, perteneció como su abuelo y su hijo a la hermandad Skull & Bones (para hacerse una idea de estas hermandades, véase la cinta de Rob Coen ‘The Skulls‘ (2000, Sociedad Secreta) con sus dos secuelas o, si se prefiere algo más liviano, bastará ver en ‘The Simpson‘ al Sr. Burns como “bonesman”, es decir, miembro de esta hermandad en la promoción de 1914). Hay mucho realismo y bastante historia en ‘The Good Shepher‘ y ayudará a entender la mentalidad de los fundadores de la CIA y el clima en el que vivieron (o creyeron vivir o, incluso, que contribuyeron a crear).

No es la única cinta en la que James Jesús Angleton ha sido llevado a la pantalla. En 2007 se estrenó una miniserie televisiva de siete capítulos, ‘The Company‘, que pasó incomprensiblemente desapercibida en España aun siendo digna de mejor destino. Dirigida por Mikel Salomon e interpretada por Chris O’Donnel Michael Keaton y Alfred Molina, abarca la historia de la CIA en los años de la lucha por la hegemonía mundial entre los EEUU y la URSS, es decir, desde finales de los años 40 en los que empiezan a producirse enfrentamientos entre la NKVD (futuro KGB) y la OSS (precedente de la CIA) hasta el golpe de Estado contra Gorbachov en 1991. La serie, de rigor detallista casi obsesivo, sin duda, es uno de los mejores testimonios filmados sobre el papel de los servicios de inteligencia mientras duró el “telón de acero”.

Igualmente interesante para comprobar el ambiente en el que nació la CIA y el clima de histeria anticomunista que le acompañó, es la serie televisiva ‘Marvel’s Agent Carter‘ (2015, Agente Carter), ambienta a partir de 1946, cuando ha terminado la Segunda Guerra Mundial, y que sigue las andanzas de la agente Peggy Carter. La segunda temporada, precisamente, se dedica a la lucha contra las amenazas atómicas soviéticas. La serie, bien hecha, aunque con concesiones extraordinarias a la imaginación, puede servir como complemento de ‘The Good Shepher‘, para tener una idea bastante exacta de cómo fueron aquellos años para el espionaje norteamericano.

Sorprende que en la filmografía norteamericana los mejores productos que han tratado el tema del espionaje y las historias sobre la CIA de manera más directa y fiel, hayan aparecido veinte años después de que pudiera darse por concluido el conflicto. Lo que apareció antes fueron en realidad, productos novelados, de muy escaso valor histórico o, más frecuentemente, películas que hacían del espionaje algo que no era. La CIA seguirá apareciendo en estos apuntes vinculada a episodios concretos de la Guerra Fría (Vietnam, asesinato de Kennedy, la contra nicaragüense, etc.) pero no como eje central de una trama.

Faltaría mencionar un documental notable ‘The fog of War‘ (2003, Rumores de Guerra), 105 minutos de entrevista con Robert S. McNamara, secretario de defensa con Kennedy y Johnson en la que revela aspectos importantes de la Guerra Fría relacionados con el espionaje, la CIA, la crisis de los misiles de Cuba y, por supuesto, sobre la guerra del Vietnam. Aquí, no estamos ante el “tinglado de la antigua farsa” (que diría el Crispín de ‘Los intereses creados‘ de Jacinto Benavente), sino ante un testimonio directo y real de un “hombre que sabe”.


 

Hacia el final de la Guerra Fría

 La Casa Rusia

Podemos considerar que la Guerra Fría tuvo tres partes: el de máxima tensión (1948–1962), la distensión (1962–1979) y la resolución del conflicto (1980–1989). En la primera parte, el espionaje tuvo un lugar destacadísimo y proporcionó a la URSS los secretos militares y atómicos norteamericanos. En la segunda, el riesgo de destrucción mutua que alcanzó su máxima cota con la “crisis de los misiles” en Cuba, obligó a la llamada “distensión”, produciéndose una rebaja en la tensión internacional no exenta de puntos calientes (invasión de Checoslovaquia, guerra del Vietnam, guerrillas iberoamericanas, conflictos en Oriente Medio). Finalmente, en la tercera fase, un cowboy retirado, Ronald Reagan, de quien nadie apostaba que entendiera lo que estaba en juego en el conflicto, consiguió, contra todo pronóstico y haciendo gala de una agresividad más propia del fanatismo religioso que de la diplomacia internacional, llevar a la URSS hacia su autodestrucción.

Esta tercera fase ha sido tratada en varios filmes interesantes y muy ilustrativos sobre el contexto histórico real en el que se desarrollaron los hechos.
Vale la pena ver, en principio, ‘The Russia House‘ (1990, La Casa Rusia) de Fred Schepisi, con guión escrito sobre una novela de John Le Carré, e interpretada por Sean Connery, Michelle Pfeiffer, Klaus Maria Brandauer, Roy Scheider y Jamez Fox. Podría decirse que así terminó la Guerra Fría: con una nueva generación de rusos insolidarios con el sistema soviético. Uno de los analistas de inteligencia norteamericana pronuncia la frase clave de la cinta: “Cuando tienes al enemigo en el suelo hay que seguirle pateando en el estómago para evitar que pueda volver a levantarse”… maravillosa lección de praxis política que explica por qué el enfrentamiento entre los EEUU y la URSS prosigue todavía hoy, un cuarto de siglo después de que terminara oficialmente el conflicto. Es novela, no es historia, pero Le Carré refleja siempre en sus novelas la historia novelada de su tiempo.

Mucho más imaginativa es ‘The hunt for Red October‘ (1990, La caza del Octubre Rojo), adaptación de una novela de Tom Clancy, en la que Alec Baldwin va de agente improbable de la CIA y Sean Connery de no menos creíble capitán de submarino nuclear soviético que deserta con el arma nuclear bajo el brazo como quien dice. La película tiene poco de histórico, pero sí está bien encuadrada en un momento en el que las “nacionalidades” de la URSS empiezan a centrifugarse (el capitán del submarino es lituano). Asimismo, la actitud del otro bando, está muy bien pintada y oscila entre la mano tendida y el toque a degüello. Además, la película tiene la virtud de estar bien contada, ser entretenida y poner en funcionamiento a un elenco de actores de primera fila que rara vez se ven reunidos en una sola producción. Los soviéticos son presentados como carentes de voluntad de lucha, virtualmente vencidos, derrotados por sus propios problemas internos, pero todavía capaces de asestar golpes determinantes mediante su flota (lo cual era –y es– absolutamente cierto), uno de los temas que más preocuparon a los estrategas occidentales en la última fase de la Guerra Fría.


 

Operaciones psicológicas de alto voltaje

El mensajero del miedo

Hay una película y su remake que nos sitúan ante un aspecto poco conocido de la guerra fría: las operaciones psicológicas que desarrollaron los servicios de inteligencia en liza. En efecto, en 2004 se estrenó ‘The Manchurian Candidate‘ (2004, El mensajero del miedo) que transcurría en un período posterior a la Guerra Fría y arrancaba en la Operación Tormenta del Desierto que dio origen a la guerra de Kuwait en 1989–90. El guión nos mostraba una operación diseñada para situar a un presidente de los EEUU que fuera posible controlar por un grupo de presión reaccionario. Denzel Washington, Maryl Streep y Liev Scheiber daban credibilidad a la cinta, cuyo eje era el reciclado en Occidente de agentes de los servicios de inteligencia sudafricanos. Pues bien, dicha película no era sino un remake de otra película estrenada en 1962 con el mismo título pero protagonizada por Frank Sinatra, Laurence Harvey, Janet Leigh y Angela Lansbury.

Ambas producciones serían como dos gotas de agua de no ser porque la de 1962 carga las tintas sobre los chinos (la guerra de Corea hacía poco que había concluido y la del Vietnam todavía no había empezado): son ellos –y no los ex agentes sudafricanos– quienes conspiran para colocar a uno de los suyos en la presidencia de los EEUU. Las dos películas aluden a un tema que estuvo en el candelero a lo largo de toda la Guerra Fría: las técnicas de control mental o cómo lograr que alguien haga algo que, en realidad, no solamente no quiere hacer, sino que le repugna a su conciencia. Y parece que ambos bandos consiguieron dominar ampliamente la técnica.

Ambas son sorprendentemente similares y, al mismo tiempo, muy diferentes; vale la pena compararlas para advertir lo que media entre 1962 y 2004: en la primera, el enemigo es el comunismo chino, en la segunda se oculta en los propios altos niveles de los EEUU. La segunda es una película post–Guerra Fría en donde los EEUU ya no buscan al adversario fuera de sus fronteras, sino dentro, en su propio stablishment. Si colocamos ambas películas aquí es porque los experimentos de “control mental” siempre han sido desarrollados y promovidos por servicios de inteligencia.


 

Los espías rusos, implacables hijos de Lenin

K–19: The Widowmaker

Del claustrofóbico ambiente de un submarino soviético va también ‘K–19: The Widowmaker‘ (2002, K–19) de John Bigelow, con Harrison Ford y Liam Neeson, de la que se dijo que “estaba basada en hechos reales”. La película, efectivamente, tiene el nombre del primer submarino nuclear soviético que, al decir de los servicios de inteligencia occidentales, fallaba más que una escopeta de feria. La película narra todos estos problemas técnicos y como el capitán –Harrison Ford– los va afrontando. Propaganda anticomunista tardía: así de chapuceros son los sumergibles rusos y así de inviable era que vencieran en la lucha por la hegemonía mundial, tal era el mensaje. El espionaje ocupa un lugar secundario en la trama, pero está presente como en cualquier otro episodio de la Guerra Fría.

Si la CIA tuvo sus películas, a través de las cuales es posible recomponer la historia aproximada de la agencia, sin embargo, sobre el KGB todavía no se ha rodado una película que nos muestre tal como fe. Una serie de cintas incompletas y algo ambiguas, puedan dar a entender el sistema de trabajo del KGB (no muy diferente, por lo demás, del de la CIA o del MI5, aunque seguramente expresado de manera menos glamurosa por la industria del cine) y el alcance de sus operaciones. Vale la pena, por ejemplo, tener en cuenta ‘Back in the USSR‘ (1992, KGB, último acto), película norteamericana en la que, por supuesto, el enemigo secular no sale bien parado. La URSS ha caído, pero el KGB sigue existiendo y los turistas norteamericanos, incluido el protagonista, corren el riesgo de terminar en las celdas de la Lubianka o en cualquier otra mazmorra fría de provincias. La película refleja –como los dos productos tardíos de la serie Harry Palmer a los que ya hemos aludido– esos momentos de tránsito y confusión que mediaron entre la caída del Muro de Berlín (instante en el que se certifica el final de la Guerra Fría, noviembre de 1989) y el golpe contra Gorbachov (agosto de 1991) que supuso, además, el final de la URSS.

Michael Caine, encarnando de nuevo a Harry Palmer, da unas pinceladas definitivas para entender aquellos años en ‘Bullet to Beijing‘ (1996) y ‘Midnight in Saint Petersburg‘ (1997), imprescindibles para seguir ese período ambiguo y caótico. Hay algo en los cinco episodios del ciclo Harry Palmer que remite a la comedia cínica. Pero si a alguien le interesa descender a la comedia en estado puro debería visionar ‘Los agentes de la KGB también se enamoran‘ (1991), inesperada cinta chilena que ofrece justo lo que promete el título. Como se sabe, Iberoamérica fue uno de los teatros secundarios de la Guerra Fría y allí fueron a parar algunos agentes soviéticos, habitualmente destacados como “corresponsales” de Pravda, la Tass o cualquier otro medio soviético, o simplemente como “agregados de prensa” de su embajada (los agentes de la CIA en esos mismos países solamente se diferenciaban por el medio para el que teóricamente trabajaban). En este caso, un agente ruso pillado en un desliz amoroso es enviado como castigo a Chile en donde prosigue sus alardes de testosterona en una casa de masajes. A partir de ahí, la cadena de equívocos está servida. La cinta aporta poco a la historia del KGB, pero tiene a bien humanizar a sus agentes, demasiado maltratados por Hollywood.

Esta imagen tosca e incluso repulsiva de los agentes soviéticos aparece en la serie 007 en algunas figuras de origen ruso. Rosa Klebb, por ejemplo, miembro del KGB (que, aparece como Coronel del SMERSH y número 3 de SPECTRA, interpretada por Lotte Lenya), destaca por su masculinidad y se sitúa en las antípodas de la consabida “chica Bonda”. En ‘From Russia With Love‘ (1963, Desde Rusia con amor) fracasará, finalmente, en su intento de asesinar a Bond a zapatazos (con puñal incluido en la punta de la suela, claro).

A partir de la coronel Rosa Klebb, la demonización de los agentes del KGB era inevitable y a nadie le extrañó que un Yul Brynner (que prefiguraba la mirada serpentina de Vladimir Putin en su mejor momento de agente del KGB) encarnara al más frío y glaciar coronel de la inteligencia soviética en la cinta francesa ‘Le Serpent‘ (1973, El Serpiente). Completaban el reparto Henry Fonda, Dirk Bogarde, Philippe Noiret y la muy seductora Virna Lisi. Bryner interpreta el papel de “coronel Vlassov” (en 1944, un general del mismo nombre, organizó una división de voluntarios rusos que lucharon junto al Tercer Reich, por lo que el apellido iba ya unido a la traición) huido a Occidente pero del que todos sospechan que se trata de un “falso desertor” que, en realidad, intenta infiltrarse en la cúpula de los servicios secretos occidentales. La cinta es convincente y dice mucho sobre el espíritu de los hombres del KGB. Al parecer, para optar a ser reclutado –según la cinematografía occidental– por la inteligencia soviética había que tener el mismo calor humano que una pescadilla congelada.

Por su parte, la película ‘Yuri Nosenko: Double Agent‘ (1986, Doble Agente), dirigida por Mick Jakson y cuyo protagonismo recae sobre Oleg Rudnik (como Nosenko) y Tommy Lee Jones (como su antagonista de la CIA), relata la vida de otro agente del KGB que desertó en 1962. El episodio real, sirvió de base para el argumento de ‘Le Serpent‘, sólo que en esta producción posterior, no está novelado ni desfigurado sino que intenta atenerse a circunstancias históricas que se dieron. Lo esencial de la película son los interrogatorios agotadores a los que es sometido tratando de comprobar si era o no un “topo” soviético. La película es un testimonio histórico de primer orden, fielmente reconstruido.

Otro tanto ocurre con la película alemana ‘Das Leben der Anderen‘ (2006, La vida de los otros) protagonizada por Ulrich Mühe en su papel de agente de la STASI, policía germano-oriental y principal columna del régimen comunista alemán. La trama se sitúa en 1984, los últimos años del régimen (un lustro después caerá el muro de Berlín). La película intenta salvar la cara a los agentes de la STASI y quiere demostrar que a muchos de ellos les afectó extraordinariamente conocer las conversaciones íntimas de las personas a las que debieron espiar, algo que dista mucho de ser evidente y que muestra que no solamente Hollywood sacrifica la historia para mayor gloria del dramatismo. La película tiene como aliciente el mostrar hasta qué punto los servicios secretos comunistas trataban de introducirse en la vida privada de aquellos a los que consideraban como opositores (vamos, igual que los servicios occidentales; y es que, en esto del espionaje, en todas partes cuecen habas).

A medida que la Guerra Fría fue quedando atrás, aparecieron películas que restituían su rostro humano a los agentes de los servicios de inteligencia soviéticos. La serie ‘The Americans‘ (2013) por ejemplo, tiene un planteamiento de partida interesante. Una pareja de espías soviéticos fingen ser una familia feliz norteamericana durante los últimos años de la Guerra Fría. Durante 15 años han estado viviendo en Washington como americanos medios y han tenido dos hijos que desconocen las actividades encubiertas de sus padres. El peso de la serie recae pues en la parejita formada por Matthew Rhys (en el papel de Phillip Jennings) y Keri Russell (como su amantísima esposa falsa). No todo en la película es ficción, el guión se basó en el testimonio del agente del KGB, Vasili Mitrojin.

Hay algo en esta última cinta que evoca lejanamente a los Rosenberg, matrimonio norteamericano realmente existente que entregó secretos nucleares a los soviéticos en la segunda mitad de los años 40 y principios de los 50. Una vez descubiertos, Ethel y Julius Rosenberg, una vez juzgados, fueron sentenciados a la silla eléctrica. Julius murió a la primera descarga, la frágil Ethel, en cambio, resistió hasta la tercera contra todo pronóstico. Hoy se duda de que ella estuviera relacionada con la red de espionaje aunque sí su marido que incluso fue elogiado por Nikita Kruschov en sus Memorias y aparece en la novela de Ken Follett ‘El invierno del mundo‘. Sin embargo, los Rosenberg no han tenido todavía su película contentándose con haber sido mencionados en ‘Bridge of the spyes‘ (2015, El puente de los espías). Rudolf Abel, interpretado por el oscarizado Marck Rylance, se presenta a sí mismo como un “soldado ruso” que actúa en territorio americano. No es, pues, un “traidor”, es, simplemente, un “enemigo”. Los Rosenberg son mencionados, en cambio, como “traidores”, en tanto que norteamericanos de origen que han vendido secretos nucleares al enemigo.

Bridge of the spyes‘ es, hasta ahora, una de los testimonios más realistas, históricamente fiables, del espionaje de aquellos años y, en tanto que tal, aparece en estas líneas por derecho propio. El paralelismo entre Abel y Gary Powers, el piloto del U–2 derribado sobre territorio soviético, es interesante, aunque ahí radica lo menos fiable de la cinta: Abel se mantuvo silencioso durante su detención como soldado que era. Powers, por su parte, renunció a suicidarse y a destruir el avión espía como le habían ordenado. Spielberg intenta dar una salida airosa a las opciones adoptadas por Powers sin conseguirlo del todo.


 

La misteriosa filmografía soviética

Filmografía soviética

De todas formas, sería imposible concluir este resumen sobre la historia y el espionaje sin aludir a algunas películas soviéticas sobre el mismo tema, de cuya existencia sabemos por revistas o web especializadas en cinematografía pero que, de momento, todavía no se han proyectado, ni doblado a lenguas occidentales por lo que resulta prácticamente imposible acceder a ellas y valorarlas en su justa medida. Las citamos a título de inventario.

Nos cuentan que, las películas sobre espionaje filmadas en la antigua URSS, son de una calidad argumental similar a las novelas de Le Carré o Graham Green. En la saga del Residente (tres cintas: ‘El error del residente‘, ‘El destino del residente‘ y ‘Fin de la operación Residente‘), el protagonista encarnado por el actor Guerogui Zhzhónov, enrolado inicialmente como agente occidental termina siendo fiel a su país y trabajando con el KGB. Otra serie sobre el mismo tema, TASS está autorizado a declarar, traslada la lucha entre servicios de inteligencia del Este y del Oeste al Tercer Mundo, algo que, efectivamente ocurrió.

Por lo que sabemos –y sabemos poco– estas cintas fueron rodadas en los años 70 y se trataba de productos obviamente “pro-soviéticos” pero de una notable calidad. Con posterioridad, la seriedad y relativa historicidad de las tramas dio paso al divertimento puro y simple y a cintas caricaturescas como ‘El contrato del siglo‘ (1985) protagonizada por “mister Smith” un espía occidental chapucero y metepatas, casi la translación de Maxwell Smart, el Superagente 86, o ‘Las guerras del espejo: reflejo primero‘ (2005) en la que unos espías de la CIA, absolutamente enloquecidos, intentan hacerse con planos de un avión ruso. No dudamos que los archivos del cine soviético encierran preciosos tesoros sobre la Guerra Fría que, de momento, siguen sin ser accesibles al público occidental.

A lo largo de toda la Guerra Fría, especialmente en los EEUU, pero también en el universo stalinista, apareció incesantemente el miedo a la traición. Se sabe lo que acarreó en la URSS (las purgas que se sucedieron ininterrumpidamente desde 1931, eufemismo por el que hay que entender la liquidación física de presuntos o reales disidentes), pero en los EEUU se produjo un fenómeno similar en lo que se llamó la “caza de brujas” organizada por el senador Macarthy que ha dado al cine algunas de sus mejores películas, tal como veremos en la próxima entrega.


 

Películas citadas para conocer el tema de la CIA y el KGB durante la Guerra Fría:

CIA y KGB

Ir a Fotogenia de la Guerra Fría (IV): «Caza de brujas»

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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