Fotogenia de la Guerra Fría (I): «Destrucción mutua asegurada»

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El puente de los espías

Cuando Spielberg filmó ‘Bridge of Spies‘ (2015, El puente de los espías) hacía un cuarto de siglo que había terminado la Guerra Fría. El mismo genio que en 1979 fue capaz de recrear el clima que siguió a la entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial en su notable comedia ‘1941‘, fue también capaz de devolver su rostro al espía Rudolf Abel y de convertir a Gary Powers en el héroe que nunca fue. En 2016, Spielberg nos permitió entender –con cierto aire de idealización humanitarista, bien es cierto… pero ¡el cine es el cine y Hollywood no es una cátedra de historia precisamente!– lo que fue la Guerra Fría en toda su crudeza.

Lo llevadero de ‘Bridge of Spies‘ es, precisamente, lo que nos ha inducido a iniciar esta serie sobre la historia del siglo XX en el cine con el ciclo que se prolongó desde 1948 (golpe de Praga, primer episodio del nuevo ciclo histórico) hasta la caída wagneriana del Muro de Berlín en 1989.


 

El origen del término

Bernard Baruch

Las biografías conspiranoicas no son muy condescendientes con la figura de Bernard Baruch, asesor de varios presidentes de los Estados Unidos; de origen judío, como los grandes del cine de Hollywood, antes de cumplir los treinta ya era multimillonario. Ni descubrió nada, ni siquiera creó o fabricó algo que valiera la pena. Simplemente especuló. Nuestro hombre no tiene nada que ver con el actor norteamericano del mismo nombre del que las historias del cine cuentan que apenas filmó un par de películas intrascendentes (‘Radio bikini‘ y ‘The American Experience‘ en 1988) y que jamás volvió a dar señales de vida. El Baruch que nos interesa, en 1916 ya era asesor del presidente Woodrow Wilson. Al entrar los EEUU en la Primera Guerra Mundial se le confirieron extraordinarias responsabilidades y en la década de los veinte ya estaba convencido de que el mundo vería un nuevo conflicto y trabajaba para que su país resultara el más beneficiado. Pertenecía a la élite de “los que sabían”. Estuvo junto a Roosevelt al estallar el nuevo conflicto y su sucesor, Harry Truman, lo mantuvo a su vera. Murió a los 94 años y a su funeral, en la sinagoga Shaaray Tefilá de Nueva York, asistieron 700 personas, mucho para un hombre que figuraba entre los más odiados a esta parte de la galaxia. Todas las épocas han tenido su Kissinger, su Brzezinsky, su Baruch, es decir, su eminencia gris. Ellos no han tenido películas, como Abel o Powers, Hollywood los ha ignorado sistemáticamente, a pesar de pertenecer a la élite del gobierno. Solamente los conspiranoicos se han preocupado por ellos. Y merecían algo más.

Si recordamos ahora a Bernard Baruch es porque, entre sus muchos méritos, figura haber dado nombre al período histórico que se preveía desde que los soldados rusos y norteamericanos se dieron la mano a orillas del Elba el 25 de abril de 1945. El 16 de abril de 1947, en el curso de un discurso, fue explícito: “No nos engañemos: estamos inmersos en una guerra fría” (Cold War). El término fue luego patentado por el periodista (y filósofo amateur) Walter Lippmann dando título a uno de sus libros aparecido el mismo año. El nombre de Lippmann, por cierto, aparece tangencialmente en varias películas e incluso su rostro fue encarnado por Paul Newman a principios de los 80 en una olvidable TV-movie ‘The Walter Lippmann Story‘ (1982) con guión de David Rintels, que jamás se estrenó en España. Eran los tiempos de ‘Falcon Crest‘, ‘Dallas‘ y ‘Hill Street Blues‘, todavía no existían las televisiones privadas en nuestro país, así que nadie se interesó por el hombre que tomó prestado de Baruch el título que calificaría al período histórico que sucedió a la Segunda Guerra Mundial. Lippmann se merecía algo más que una historia en la que lo esencial de la trama es su amor con la mujer de su mejor amigo. Hollywood es así: denle un tema, pídanle un biopic y lo reducirán al “chico busca chica – chico encuentra chica”, seguramente lo menos interesante en la biografía de Lippmann.


 

La doctrina estratégica durante la Guerra Fría llevada al cine

Doctor Strangelove

Durante esos cuarenta años el mundo pareció estar permanentemente al borde del precipicio, aguardando el instante fugaz y fatal en el que “diez mil soles” (la poética expresión es de Robert Oppenheimer, creador de la bomba atómica ganado para la mística tras el dichoso invento) estallarían en los cielos. Por si esto no fuera poco, las tensiones internacionales se aliviaron en guerras menores –y “calientes”– localizadas en escenarios secundarios. Aquel período –que en buena medida, coincide con los “treinta años gloriosos” de la economía mundial que median desde la recuperación económica de 1945 hasta la primera crisis del petróleo en 1973– fue cualquier cosa menos tranquilo y pacífico. Quienes lo vivieron mantenían permanentemente el corazón en un puño y la convicción de que la Tercera Guerra Mundial llevaría a un período similar al de la extinción de los dinosaurios. Incluso en la maltrecha Europa se sucedieron las tensiones que acompañaron a la descolonización en el Oeste, mientras que en el Este se sucedían las sucesivas revueltas populares contra los gobiernos comunistas.

Así pues, a la pregunta de ¿qué fue la Guerra Fría? solamente puede contestarse diciendo que fue aquel período en el que la humanidad estuvo a punto de desaparecer en el peor de los casos y en el mejor de retornar a las caverna.

El miedo a que toda la especie humana se friera en el curso de un holocausto nuclear se extendió por todo el mundo. En el cine, Stanley Kubrick se convirtió en intérprete de toda una época con su ‘Doctor Strangelove‘ (1964). La película fue sorprendentemente proyectada en España con el título de ‘Teléfono rojo, volamos hacia Moscú‘, quizás para darle un dramatismo más explícito. Los papeles encarnados por Peter Sellers (que tan pronto era un capitán de la RAF destacado en una base del Air Strategic Command norteamericano, como el propio presidente de los EEUU, o el científico de origen incierto que en otro tiempo fue devoto del führer) palidecen ante la extraordinaria actuación de Sterling Hayden como “general Jack D. Ripper” (literalmente, Jack el Destripador), peligroso lunático, o el de George Scott muy en su papel de “general Turgidson”, tan infantil como brutal. Ambos encarnan la tosquedad propiamente militar y los dos grados de locura que se apoderaron del Pentágono en aquellos años a los que sobrevivimos casi por milagro.

En efecto, la doctrina militar aceptada consistía en la necesidad de armarse más y más, garantizando la “destrucción mutua asegurada”. La idea estratégica dominante era que la enormidad de las armas nucleares y las posibilidades de que, en caso de conflicto, la tierra pudiera ser devastada, no una sino un centenar de veces, inducía a los contendientes a evitar el conflicto “caliente” y contentarse con enfrentamientos “fríos”. Lo que hasta entonces se entendía por guerra convencional se desplazó a teatros secundarios: Oriente Medio, Corea, Vietnam, las selvas americanas, África… Los estrategas de las dos superpotencias tenían la convicción de que ninguna de las dos partes sobreviviría a un holocausto nuclear, por tanto, nadie podía arriesgarse a dar el primer paso para el conflicto: era, lo que se llamó “el equilibrio del terror”. Sin embargo, el cuadro pintado por ‘Doctor Strangelove‘ es el de la aparición de un imponderable –la locura del general Jack D. Ripper– que desata el proceso de retorno a las cavernas.


 

Lumet en la senda del Doctor Strangelove

Fail Safe

No tenemos reparos en calificar la cinta de Kubrick como la mejor película sobre la Guerra Fría realizada en uno de los períodos de mayor tensión internacional. No fue el único producto cinematográfico que trató el tema de la “destrucción mutua asegurada”. Otras cintas de menor interés fueron apareciendo en el curso de aquellos cuarenta años, demostrando que el miedo a la escabechina global estuvo siempre presente en ambos bandos. No podía haber vencedor porque no existía victoria cuando solamente los exoesqueletos de los escarabajos resistirían años de radiación nuclear. Entender esto era esencial para entender el drama de aquella época.

En el mismo año en el que Kubrick estrenaba su película aparecía la mucho más modesta ‘Fail Safe‘ (1964, Punto Límite) de Sidney Lumet que contó con un elenco de altura: Henry Fonda como Presidente de los EEUU y Walter Matthau como agresivo y beligerante científico de cámara. Un juvenil Larry Hagman que todavía no pensaba en ser el malo de ‘Dallas‘ aparecía como ingenuo piloto de un bombardero nuclear.

El tema es similar al tocado por Kubrick: una alarma errónea hace que los B-52 en vuelo se dirijan, sin posibilidad de marcha atrás, hacia el espacio soviético. El propio presidente de los EEUU intenta que desistan, pero un sofisticado e impenetrable sistema de seguridad, impide abortar el ataque. Lo más sorprendente –e increíble, dicho sea de paso– de la película es que, para demostrar su buena voluntad, el presidente propone sacrificar una ciudad norteamericana por el Moscú que inevitablemente será destruido (el guión de Kubrick, más comedido en este punto, accedía a que el presidente norteamericano diera la localización de los B-52 a los soviéticos; en el colmo de la ironía, los propios militares norteamericanos, se regocijaban al ver que los rusos destruían a su fuerza aérea). Matthau exponía –con esa mirada inquietante y el tono de psicópata de manual que sabía poner cuando el guión lo exigía– las razones a favor de la guerra nuclear. Comparadas ambas cintas, gana por goleada la de Kubrick.

Las dos tratan el mismo tema pero desde ópticas diferentes: Kubrick desde la comedia dramática, Lumet desde la seriedad impostada con sobredosis de dramatismo. El mensaje del primero es hoy mucho más dramático, claro y brutal y permite conocer mejor el espíritu de la época.


 

Productos menores surgidos del miedo

War Games

El tema del riesgo al holocausto nuclear está presente en otras películas que en el momento de su estreno fueron agradecidas por el público que pagó la entrada pero que, visionadas, décadas después, impresionan moderadamente. Si las citamos ahora es porque teniendo un fondo común con las filmadas por Kubrick y Lumet (el riesgo de depender de sistemas de seguridad que pueden fallar y generar situaciones que escapen a cualquier control) aportan algunos elementos inéditos en la época.

La distensión de los años anteriores había terminado y nuevamente –quizás porque se aproximaba el “año Orwell”, 1984, que parecía no augurar nada bueno– se rodaron estas dos películas: ‘War Games‘ (1983, Juegos de guerra) y ‘The Day After‘ (1983, El día después). La primera, dirigida por John Badham, vuelve al consabido tema de la rebelión de la máquina que, precisamente, debería de garantizar la defensa nuclear. Todo es ficticio, salvo el mensaje final que vuelve a ser el leit-motiv de la estrategia de la “destrucción mutua asegurada”: dado que nadie puede ganar, lo mejor es “no jugar”.

De la película se suele recordar que solamente el decorado de la sala del North American Aerospace Defense Command (NORAD, Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial) costó un millón de dólares, lo que habla por sí mismo sobre las ambiciones del filme. Filmada en los últimos años de la guerra fría, la tensión internacional se había recrudecido de nuevo a causa de la llamada Guerra de las Galaxias impulsada por el presidente Reagan y por la decisión de instalar en Europa misiles nucleares tácticos Pershing-2 que convertían al viejo continente, de nuevo, en escenario posible de un enfrentamiento devastador. ‘War Games‘ es novedosa en la medida en que, por primera vez, se alude a Internet y a los hackers, a la inteligencia artificial y a la rebelión de las máquinas, que ya estaba implícita en el argumento de ‘2001: A Space Odyssey‘ (1968, 2001: Odisea en el Espacio). El mensaje era que, como en el tres en raya, “el único movimiento para ganar es no jugar”.

En cuanto a ‘The Day After‘ de Nicholas Meyer, su impacto fue mayor en la medida en que vino precedida de una gran expectación y fue vista masivamente a través de la televisión. La película nos habla de una guerra “caliente” entre el Pacto de Varsovia y la OTAN que conduce a la utilización de armas nucleares a gran escala. La novedad de la película es que el consabido “holocausto nuclear” viene precedido de una serie de noticias creíbles sobre el aumento de la tensión en Europa, noticias que se parecían extraordinariamente a las que en esos mismos momentos estaban apareciendo en los medios de comunicación. Luego, en las primeras fases del conflicto, el enfrentamiento es convencional, pero cuando los tanques rusos llegan al Rihn, la OTAN lanza un ataque nuclear táctico contras las vanguardias acorazadas soviéticas. Estos, naturalmente, responden con un ataque contra la sede de la OTAN en Bruselas. A partir de ahí, el conflicto nuclear se generaliza.

Todo esto era verosímil y la película contó con asesores militares que modelaron un guión tan dramático como posible. Lo interesante de la película es que los efectos devastadores de este tipo de conflicto quedaban exactamente reflejados en las escenas más crudas. Los espectadores nunca habían visto nada parecido, intuían lo que era el holocausto nuclear, a partir de ‘The Day After‘, no solamente lo visionaron sino que supieron que, ante una devastación así no había salvación posible. La cinta, en realidad, reforzaba la doctrina militar de la “destrucción mutua asegurada” que hasta ese momento era conocida solamente por un público especializado. El reaganismo estaba en su apogeo y dispuesto a liquidar al adversario soviético de una vez y para siempre.


 

Realismo con “r” de radiación

On the beach

El impacto generado por ‘The Day After‘ aumentó al año siguiente cuando las televisiones de todo el mundo estrenaron el fake de la BBC ‘Threads‘ (1984), dirigida por Mick Jackson, en donde se reflejaban, todavía con más crudeza, los efectos de un ataque nuclear a gran escala sobre Sheffield, una ciudad estándar del centro del Reino Unido, con medio millón de habitantes, en su mayoría obreros. La población resultaba diezmada tras la caída de los primeros megatones, pero lo peor estaba por llegar. La civilización, simplemente, se detenía. Disipado el humo de los incendios, la radiación seguía afectando con crueldad extrema a los supervivientes. Millones de espectadores permanecieron atónitos durante los 110 minutos de proyección, estupefactos primero, horrorizados después, sin albergar dudas sobre lo que implicaba la guerra nuclear: el fin de la civilización. Y un espectador de cine sabe mejor que nadie que el “fin” quiere decir que la proyección ha terminado y ya no hay nada que siga.

Si ‘Threads‘ era un “falso documental”, iba en la misma senda que la ya remota ‘On the beach‘ (1959, La hora final). Era éste un film propiamente pacifista con un reparto excepcional (Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire, Anthony Perkins) en la que lo más inquietante era que la trama se desarrollaba en las antípodas, en Australia, continente que había quedado muy lejos de la catástrofe nuclear que en el argumento se había desarrollado en el hemisferio norte. Sin embargo, a pesar de la lejanía, los efectos de la radiación no habían sido menores. Las nubes radiactivas tardaron en llegar, pero finalmente alcanzaron las costas australianas sembrando desolación en aquel remoto continente. Las autoridades se ven obligadas a distribuir veneno para que los contaminados puedan acortar voluntariamente sus sufrimientos.

El tono de la película es descorazonador y lanzaba por primera vez la idea de que en caso de conflicto “caliente”, simplemente, no hay esperanza para la humanidad. Los culpables para el guionista de ‘On the beach‘ son todos los actores: comunistas, capitalistas, rusos, americanos, ingleses, franceses, OTAN, Pacto de Varsovia…

Vale la pena recordar alguna película que, en principio, nada tenía que ver con la Guerra Fría (salvo la época en la que transcurre), pero que muestra de manera colateral esos mismos efectos secundarios de la energía nuclear aplicada a la guerra. En una ya clásica película de género negro, ‘Mulholland Falls‘ (1996, La brigada del sombrero), el centro de la trama es la ocultación que realiza el ejército norteamericano de los efectos de la radiación en sus propias tropas; incluso uno de los protagonistas, el “general Timms” (encarnado por John Malkovich) se ve afectado por los efectos generados en los propios experimentos con material nuclear. ‘Mulholland Falls‘ no es una película histórica, pero es encuadrable en el contexto histórico y psicológico de la Guerra Fría.


 

Lo nuclear como eje central de la Guerra Fría

Si hemos iniciado este repaso del cine sobre la Guerra Fría y por las cintas sobre el holocausto nuclear, es precisamente porque este tema constituyó el eje central de aquella época: el riesgo de desaparición de la civilización que, paradójicamente, determinó la imposibilidad de recurrir al uso de este tipo de armamento. Lo realmente terrible de aquellas décadas fue el que, por primera vez en la historia, la humanidad se situaba ante un riesgo de aniquilación total, no solamente de aquellos países que habían desencadenado el conflicto, sino de la totalidad de la vida. Y, a diferencia, de las grandes epidemias medievales de los siglos XII y XIII, el peligro no procedía de microorganismos desarrollados al margen de la voluntad humana, sino de avances técnicos considerados, inicialmente, como un “progreso”.

De no haber existido el riesgo de aniquilación nuclear, las décadas de la Guerra Fría no habrían sido nada diferente a los periodos de tensión que precedieron a los grandes enfrentamientos históricos entre Roma y Cartago, el mundo cristiano y el islámico, a las tensiones entre Francia y Alemania en los siglos XIX y en la primera mitad del XX… Lo que imprimió carácter a la Guerra Fría fue la potencia atómica y su capacidad de destrucción.

Se suele considerar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki como los últimos episodios de la Segunda Guerra Mundial, pero no es así. A decir verdad –hoy lo admiten la mayoría de historiadores– la guerra estaba ya liquidada cuando cayeron los dos primeros ingenios nucleares. Hiroshima y Nagasaki no fueron las últimas andanadas de aquel conflicto, sino las precuelas de la Guerra Fría. Si los EEUU lanzaron las dos bombas fue para mostrar su recién adquirida capacidad de destrucción al que, hasta ese momento, había sido su aliado circunstancial contra las potencias del Eje, la URSS.

Pronto la URSS entendió que si quería mantener el área de influencia pactado en la Conferencia de Yalta, debía tener acceso al mismo armamento nuclear que estaba en poder de los EEUU. En esta voluntad radica el segundo factor característico de la Guerra Fría: la utilización del espionaje como recurso táctico. Y esto nos remite de nuevo a ‘Bridge of Spies‘…


 

Películas citadas para conocer el tema del holocausto nuclear durante la Guerra Fría:

Películas Guerra Fría

Ir a Fotogenia de la Guerra Fría (II): MI5 y MI6. Kim Philby, as de espías.

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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