Locarno 2017 – Día 2

Entre las múltiples caras del Festival de Locarno, podemos apreciar la innovación, la tradición y una vertiente más comercial. Pues un mismo tema puede ser filmado desde todos esos ángulos. En la segunda jornada, hemos comprobado cómo funcionan los mecanismos de estos campos. Para entender las inseguridades sexuales, por un lado se ha proyectado Beach Rats, llegando con sutileza a las dudas interiores de un adolescente. Mientras que con una calidad opuesta, en la Piazza Grande se ha visto Lola Pater, insulsa y superficial mirada a la transexualidad. Porque es cuestión de elegir a quién llegar y cómo hacerlo, donde destaca también la primera película del Concorso Internazionale: Vinterbrødre. Un relato nórdico sobre el contagio de las emociones por la frialdad de la nieve y la oscuridad de la cueva a través de una estética apabullante. Al final, prevalecen los mensajes de las películas. Y todo depende de su honestidad.


‘SASHIDI DEDA’ (2017), DE ANA URUSHADZE – CONCORSO CINEASTI DEL PRESENTE

Cuando era pequeña, la madre de Manana le contaba espeluznantes mitos. Desde su imaginación, el miedo se trasladaba a su hija y los monstruos eran compartidos. Traumas que convirtieron los sueños de la niña en pesadillas. Horribles pensamientos que siguen atormentándola con 50 años, cuando decide escribir una novela. La literatura devora su vida y comienza escribir sus propias ficciones. Un libro íntimo que será puesto en común con su familia sin ninguna opción para ocultárselo. Hasta ese momento, pese a su comportamiento maníaco y alejamiento de la rutina de los demás integrantes del hogar, el apoyo ha sido incondicional. Un sostén que se difuminará al escuchar las metáforas que pueblan sus textos. Literatura obscena que le sirve a la debutante Ana Urushadze para cristalizar una barrera entre el autor y la persona. El fino abismo entre la ficción y la autobiografía. Porque los todos los personajes de Sashidi deda (Scary Mother) están presenten en las pesadillas de Manana y son escritos sin pudor en el papel. Un ataque a sus seres queridos que al ser incomprendido, llevará a Manana a renunciar a su vida y su salud por intentar publicar su novela. Un cambio de localización con el que la realizadora georgiana perderá las riendas de su película. Pues si en la primera mitad, la claustrofóbica vivienda generaba una atmósfera alarmante; al salir al exterior, las ideas se agotan y se vuelve a incidir en la bajada a los infiernos de Manana sin lograr aumentar el impacto. Desorientación mostrada en que la puesta de escena deja de ser un refuerzo de la historia para dominar de la narración, clara señal del agotamiento de Ana Urushadze. Porque Sashidi deda es una película sobre traumas y las diferentes formas de liberarlos. Y pese al rechazo a su novela de sus allegados, sólo ella comprende que sus pesadillas son mucho más terroríficas y peligrosas que simples palabras. El mito que su madre le contó renace y cautiva a nuevas presas inocentes. Su madre es el monstruo de su pasado y Manana está sufriendo una metamorfosis similar en el presente. Las alas irrumpen en su espalda y no cesará hasta sorber toda la vitalidad de su nuevo mundo.


‘VINTERBRØDRE’ (2017), DE HLYNUR PÁLMASON – CONCORSO INTERNAZIONALE

Lo último que hacen los mineros antes de salir de la cueva es quitarse el casco. Afuera se encuentra la naturaleza nórdica, donde no hay separación entre la nieve y el horizonte. Con la luminosidad abundante del exterior, los trabajadores pueden observar a sus semejantes sin problema. Sus cabezas se sienten ligeras, pues la protección se ha quedado en la puerta de la fábrica. Dentro de los senderos subterráneos, esta prenda les otorga la única luz a la que agarrarse. Con la particularidad de que cada haz es individual y sólo posees un pequeño círculo. No obstante, la oscuridad es compartida y la visión es un bien privado. Imposibilidad para apreciar a las personas honestamente filmada admirablemente por Hlynur Pálmason en su ópera prima: Vinterbrødre (Winter Brothers). El director islandés define su filme como una odisea fraterna en un espacio falto de amor y afecto. Circunstancias que el protagonista de la cinta, Emil, no aprecia por ningún lado. Tiene una novia a la que quiere y sus compañeros de trabajo le respetan debido a que es el proveedor de alcohol en la gélida cueva. Pero, ese estatus está agrietado por todos lados, ya que la bebida la produce robando productos químicos de la fábrica y la relación con su chica no es recíproca. La otra cara de la moneda que el director mostrará al ir golpeando esas fisuras hasta dejar desamparado su esqueleto en la nieve. Vinterbrødre tiene la intención de llegar a observar los latidos del corazón de Emil en la oscuridad, así como su calidez en el invierno. Un propósito satisfactorio gracias a una inmensa fotografía, pues la película es visualmente avasalladora. El realizador trabajó en el pasado como artista visual y su inclinación por el poder de las imágenes goza de una fuerza arrolladora. Todo ello sumado al acierto de no salirse de un guión sencillo y bien definido, donde no hay hueco para las licencias. Con esta narración visual, Emil terminará desamparado al caer enfermo uno de sus amigos al beber de su mezcla tóxica. Un acorralamiento que en vez de agitar su carácter impulsivo, congelará su sangre para planear una venganza. Un estallido del que no se salvará nadie, ni su consanguíneo. Pues como dice Emil: “Todos tenemos algo de oscuridad en nuestro interior”. El trascendental problema es que sus casos sólo dejan ver la propia, pudiendo tener una amenaza al lado sin saberlo. Estamos lejos de la nieve y la sangre gotea de las estalactitas. Únicamente podremos ver nuestras propias heridas.


‘FREIHEIT’ (2017), DE JAN SPECKENBACH – CONCORSO INTERNAZIONALE

Para no recordar su pasado, se hacía beber del río Lete a las almas. Un olvido para volver a nacer y encontrar la libertad absoluta. Sus aguas se han expandido por el mundo de los mortales y en Europa, Nora y Philip transcurren por sus orillas. Dirigiéndose con sentidos opuestos, ambos tienen la tentación de probar la cura para todos sus problemas. Un sorbo para borrar tu vida. Decisión que Nora toma para alcanzar ese albedrío. La traducción de Freiheit es libertad, tema central de la última película de Jan Speckenbach. Desde la huida de Nora, ese ansiado deseo por desprenderse de sus ataduras familiares y laborales provocará múltiples daños colaterales. En su hogar, su marido Philip dará valor a la unidad familiar, preguntándose en todo momento qué les llevó a esta situación. Intercalando el infierno personal de ambos protagonistas, la cinta cimenta una estampa limitada sobre el balance desencadenado por la toma de una decisión egoísta. Pues el tratamiento peca de artificial, así como la tremenda pretenciosidad del director. Paralelamente al sufrimiento del matrimonio, se van introduciendo similitudes con la libertad que buscan los refugiados en Europa. Intención por engrandecer el mensaje de la cinta con una visión hipócrita. Pues resulta inexplicable que Speckenbach cargue de un simbolismo grandilocuente y absurdo su obra cuando explicaba en una entrevista que relacionar la partida de Nora con la de un refugiado era como mínimo de mal gusto. Coherencia que se borró al beber de las propias aguas del río Lete. La libertad necesita del pasado.


‘BEACH RATS’ (2017), DE ELIZA HITTMAN – CONCORSO CINEASTI DEL PRESENTE

Desde el paseo marítimo, cuatro siluetas se adentran en la playa. Las formas se definen y los músculos del grupo de adolescentes no paran de crecer. Mientras se pasan caladas, sentimos como sus camisetas de tirantes apenas encierran las hormonas. Se empiezan a desvestir y se adentran en el mar, allí donde el sudor se perderá. Al hacer contacto con el líquido, el cuerpo de uno de ellos comienza a desmoronarse. Ante el asombro de sus amigos, la piel de Frankie está compuesta de arena. En pocos segundos desaparece. Una consecuencia irremediable, pues desde el primer momento él sabía que seguir a sus colegas le llevaría a la destrucción. Una caída que la joven directora estadounidense Eliza Hittman filma con talento en la profunda Beach Rats (2017). En 2013, con It Felt Like Love ya daba muestras de un lenguaje personal prometedor al captar las inseguridades de una chica al no involucrarse en el despertar sexual de su alrededor. Una mirada honesta al mundo interior de los jóvenes, aunque invirtiendo el género su segundo filme. Si Hittman comenzó estudiando las dudas de una chica que no conseguía entrar en un territorio de afirmación personal simbolizado en el sexo, en Beach Rats su protagonista reina en ese lugar. Desde el comienzo, el gran atractivo de Frankie empapa la cámara. Entre fotografías y videochats, su evidente belleza esconde un destino incierto sobre su orientación sexual. Su alrededor le encamina a encerrar su homosexualidad, presión amentada por la enfermedad de su padre y una situación familiar complicada. Dentro de los primerísimos planos de Hittman, el deseo de Frankie es una cárcel imposible de exteriorizar. Pues la gran virtud de su realizadora es la capacidad para mostrar los sentimientos escondidos al observar con intensidad una superficie sólida, encontrando también la sensibilidad del actor inglés Harris Dickinson. Para remediar el dolor de su familia y seguir con sus amigos, se traicionará a sí mismo al echarse una novia. Una relación donde el tacto, y su frialdad, serán sutilmente filmados por Hittman, contraponiendo la suavidad de las yemas de los dedos a sus aventuras homosexuales. Un talento  incipiente que comienza a crear una marca personal con sólo dos películas y que le ha valido el Premio a la Mejor Dirección en Sundance. En las calles de Brooklyn, su confianza crece con cada escena y se muestra en este notable estudio sobre la lucha interior de una vida rodeada por pesas y drogas. Porque Frankie regresará a Coney Island para volver a bañarse. Se pondrá a prueba una y otra vez para comprobar si sus músculos han dejado de ser de arena. Cuando se solidifiquen sus ideas, podrá empezar a nadar. La aceptación está dentro del mar y el agua será un aliado.


‘LOLA PATER’ (2017), DE NADIR MOKNÈCHE – PIAZZA GRANDE

La madre de Zino acaba de morir, tristeza que le engulle sin conocer todavía que derivará en un nacimiento. Cuando era pequeño, sus padres se separaron, perdiendo la mayoría de los recuerdos de su figura paterna. Ante el inesperado fallecimiento emprende un viaje por encontrar a su padre, un antiguo bailarín argelino llamado Farid. No obstante, su búsqueda topará con Lola. Una mujer con ojos conocidos en una apariencia extraña. Hace tiempo que Farid se cambió de género, siendo la causa del divorcio y la huida de su hogar. Una evasión para ser feliz que dejó muchos asuntos sin resolver en su antigua casa parisina. Desde ese momento, el director Nadir Moknèche juntará a padre e hijo y sus nuevas condiciones en Lola Pater (2017). Una película que tras su valioso acercamiento a la transexualidad, no logra suscitar el impacto pretendido debido a su mediocre narración. El relato está compuesto por múltiples tópicos, enfocados con un estilo anodino por el realizador francés. Un desastre absoluto si no fuese por la presencia, y principal reclamo, de Fanny Ardant. Lola Pater es su película y su carisma brilla en este vehículo construido para su lucimiento. En su rostro, se palpa una verdad no acompañada por el resto del reparto ni por Moknèche. Pues al final los aciertos en las trabas legales frente a un cambio de género o el papel de la religión no asestan un golpe emocional determinante. Lola Pater no entiende de culpabilidad y Fanny Ardant luchará por recuperar a un hijo perdido. Un mensaje que siempre es bienvenido.

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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