Madrid, 1987 (2001), de David Trueba – Crítica

Madrid, 1987

«El guion de Madrid, 1987 goza de distintos niveles de lectura y diversos significados, expresados a través de unos diálogos muy trabajados.»

Ocurre, a veces, que los festivales de cine y ceremonias de premios se olvidan de películas merecedoras de galardones y reconocimientos. Son obras que, debido a su escasa exhibición, sólo consiguen llegar a una ínfima parte del público. Transcurren los años y, o bien quedan en el cajón de las películas olvidadas, o alguien se encarga de rescatarlas con ferviente entusiasmo.

El periodista, escritor y cineasta David Trueba, tras una exitosa carrera en el cine, en la que destacan títulos como ‘La niña de tus ojos‘ y ‘Los peores años de nuestra vida‘ como guionista, y ‘Soldados de Salamina‘ o la más reciente ganadora del Goya ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados‘ como guionista y director, realizó en el año 2011 una película de bajo presupuesto, minimalista y muy personal llamada ‘Madrid, 1987‘. Se trata de un film sencillo que narra el enfrentamiento generacional protagonizado por dos personas que quedan encerradas en un cutre cuarto de baño en el asfixiante verano madrileño de finales de los ochenta.

El menor de los hermanos Trueba optó en esta ocasión por un cine teatral, austero, de personajes desnudos y un único escenario, despojado de adornos técnicos y visuales, sin música ni iluminación artificial, donde lo más importante es el uso de la palabra en boca de dos magníficos intérpretes: el gran José Sacristán, quien interpreta a un reputado articulista, culto, cínico y arrogante, que alecciona y sienta cátedra con cada frase que recita entre caladas y sorbos de whisky, y la talentosa María Valverde, una estudiante de periodismo que por admiración u oportunismo acude a él en busca de la receta del éxito, siendo consciente de las intenciones carnales de su maestro, que desea beber el último trago de una añorada juventud ya perdida en la oxidada dictadura.

Unos perfiles trazados con conocimiento de causa dada la cercanía ideológica y biográfica del director con sus protagonistas, lo que lo convierte en un acto de valiente exposición por su parte. La misma entrega muestran sus actores, dispuestos a desnudar psicológica, emocional y físicamente a sus personajes por medio de palabras, miradas y carnes desnudas.

El guion goza de distintos niveles de lectura y diversos significados, expresados a través de unos diálogos muy trabajados. Una muestra de brillantez y agudeza por parte de un David Trueba conocedor del oficio de la escritura en todas sus formas, y que opta, en esta ocasión, por el uso de un lenguaje descarnado, florido y envolvente, que seduce y conquista tanto al espectador como al personaje que escucha -que suele ser el de la joven alumna-. Palabras con finalidades sexuales, morales o didácticas que, sin aparente premeditación, consiguen crear un vínculo afectivo y emocional en una atmósfera que se torna cada vez menos asfixiante, transformándose esas cuatro paredes en un refugio del descarnado mundo exterior.

Bien avanzada la película y tras muchas horas de aislamiento, se llega a una escena memorable en la cual el personaje de Sacristán invita al cine al personaje de María. Esta, sabedora de la imposibilidad de salir de allí, acepta la petición dejándose arrastrar por el ingenio del veterano articulista, que coloca en la pared un marco desvencijado a modo de pantalla para posteriormente sentarse junto a la chica una bañera que hace las veces de butaca. Tras acomodarse, da comienzo la imaginaria película, proyectada por Sacristán en forma de palabras. Es un momento mágico en el cual ella queda cautivada por una historia cargada de metáforas que aquí no vamos a desvelar.

Madrid, 1987‘ se estrenó con tan sólo nueve copias en toda España, la mayoría de ellas en Madrid. El eco mediático que tuvo fue muy limitado, curioso tratándose de una película de un conocido cineasta que ha suscitado bastante interés con trabajos anteriores y posteriores.
Esto nos lleva a pensar que esta película pertenece al mismo género que la proyectada en el marco del cuarto de baño, al de los films invisibles, al de las obras cinematográficas eclipsadas por blockbusters repletos de estrellas y efectos especiales. Hacen falta más películas como esta.

Madrid, 1987

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