El profesor de violín (2015), de Sérgio Machado – Crítica

El profesor de violín

«En El profesor de violín no se emplea la música solo a nivel sensitivo para disfrute del espectador, sino que eleva la música a concepto. Y es aquí donde entra el papel de la música como principio redentor y purificador del alma humana.»

Un agente externo sólido y bien definido que se cuela, sin comerlo ni beberlo, en un grupo heterogéneo, desordenado, caótico y anárquico. Nos suena, y mucho. Sí, El profesor de violín es de esas películas que parece que ya acaparan género propio en las que un profesor ejerce de redentor ante un compendio de alumnos maleducados para terminar con fuegos artificiales (¡pim! ¡pam! ¡pum!) y una definitiva e idílica cohesión y concordia de aquellos pequeños rebeldes. Todos felices, y comiendo perdices. Asistimos a este jolgorio y algarabía ya en El club de los poetas muertos de Peter Weir en 1989; continuamos con Escuela de Rock del siempre joven Linklater en 2003; y más recientemente el francés Laurent Cantent dio lugar a la aclamada La clase en 2008. Todo muestras de progreso social y de optimismo enlatado. Y yo, llamadme desconsolador, que pensaba que el hombre nacía siendo un poco malo y moría siendo poco bueno.

Sergio Machado. Esto ya nos suena menos, mucho menos. Un hombre de origen brasileño que ronda los cincuenta, de buen aspecto, tranquilo y que da muestras de inteligencia. Su carrera no es muy amplia, pero tiene talento. Él es el artífice de El profesor de violín (esto de aquí a un tiempo sí sonará, bastante). Película que nos lleva a Sao Paulo. Al bonito y luminoso, sí, pero también al desolado de las famosas favelas. Esta dualidad desdibujada que muestra la geografía es enfatizada y definida por la confrontación entre los personajes que compondrán el film. Por un lado encontraremos a Laertes (el elemento bueno y luminoso de la dualidad que vive en el Sao Paulo bonito), un hombre limpio y educado, músico de pura cepa que se ha pasado toda su vida luchando por conseguir el virtuosismo en el manejo del violín. Su aspiración: entrar en la orquesta más importante de Brasil. Pero no entra. Por el otro lado nos encontramos con un grupo de niños (el elemento malo y oscuro de la dualidad que vive en el Sao Paulo feo), una clase de jóvenes desaliñados, maleducados, y con mil problemas familiares de los que ellos no tienen culpa. Ahora bien, esta dualidad no solo manifiesta dos elementos opuestos, sino complementarios, se retroalimentan. Es aquí donde comienza el juego base demostrado más arriba, con las mismas reglas que en las películas ya citadas. Es decir, es el momento en el que el agente externo sólido se inmiscuye en el grupo heterogéneo y desordenado, caótico y anárquico. A partir de aquí, todo sigue su cauce.

Pero no todo se queda en este simple juego en El profesor de violín, sino que hay un elemento que desborda toda la insipidez de la que vengo hablando. Este elemento es, por supuesto, el tratamiento de la música. En la película Sergio Machado articula de manera lúcida entre la música clásica, el rap más novedoso de Brasil y la música popular de la región (esta última a ritmo de instrumentos de cuerda), expresiones musicales que, a pesar de todas sus grandes diferencias, son insertadas en la banda sonora de manera armónica,  no desconcertando al espectador, sino sacudiendo sus neuronas y atrapando vista y oído del receptor de la imagen y el sonido. Pero esta música no es empleada por el director simplemente a nivel sensitivo para disfrute del espectador, sino que dando una vuelta de tuerca, eleva la música a concepto, mostrando su cara b, su nivel intelectual. Y es aquí donde entra el papel de la música como principio redentor y purificador del alma humana. Es en este punto en el que, mediante el vehículo transmisor del profesor dentro del dispositivo narratológico de la película, Machado muestra el poder salvífico y expiatorio de la música en tres niveles graduales: el individual, el grupal (la clase), y el de la comunidad. Todo ello, eso sí, cayendo tanto en la típica dicotomía en la que las capacidades del sujeto intelectual y dedicado al estudio están reñidas con las del hombre práctico (en este caso él lo muestra apelando supuesta incapacidad de un violinista para jugar al fútbol), como en ese optimismo pasteloso y cursi del que hablé previamente y con el que se recrea continuamente.

En definitiva, El profesor de violín es una película que no destaca ni técnicamente ni en cuanto a originalidad se refiere. Pero a su favor tiene recurrir a una plantilla estándar de hacer cine que se sabe que funciona bien, así como a un actor (Lázaro Ramos) muy notable que se sabe mover con facilidad en su papel y que dejará de ser una estrella en Brasil como ha sido hasta ahora para comenzar a abrirse paso fuera de sus fronteras.

El profesor de violín

Sinopsis Laertes, un violinista de gran talento que ha sido rechazado en la prestigiosa Orquesta Sinfónica del Estado, comienza a dar clases de música a adolescentes de una escuela pública en Heliópolis, un barrio de una zona deprimida de São Paulo. Esta experiencia cambiará su vida y la de sus alumnos… Inspirada en la verdadera historia del maestro brasileño Silvio Bacarelli, que en los años 90 consiguió estimular la inclusión social y cultural de los jóvenes de una de las favelas más grandes de São Paulo.
País Brasil
Director Sérgio Machado
Guión Maria Adelaide Amaral, Marcelo Gomes, Sérgio Machado, Marta Nehring, Antonio Ermirio de Moraes
Música Silvio Baccarelli, Felipe de Souza, Alexandre Guerra, Edilson Venturelli, Edimilson Venturelli
Fotografía Marcelo Durst
Reparto Lázaro Ramos, Kaique de Jesus, Elzio Vieira, Sandra Corveloni, Fernanda de Freitas, Hermes Baroli, Criolo, Rappin’ Hood, Thogun
Productora Gullane Filmes
Género Drama
Duración 92 min.
Título original Tudo Que Aprendemos Juntos
Estreno 12/08/2016

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Calificación5
5

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Pablo Castellano

"-¡Qué extraña forma de hacer la cama! -Lo vi en una película. Para eso sirven las películas!"

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