Solo el fin del mundo (2016), de Xavier Dolan – Crítica

Solo el fin del mundo

Como último sacrificio antes de la muerte, Solo el fin del mundo reúne a una familia cuyos vínculos de sangre y comunicación pertenecen al pasado. Volviendo a demostrar Xavier Dolan su talento innato para gestionar emociones.

El luto es una experiencia única y dolorosa. Aunque suele estar asociado al proceso psicológico tras una pérdida, también puede presentarse antes de que esta ocurra. Pues el desconsuelo puede llegar al intuirse la inminente destrucción de tu propio mundo. Este es el caso del dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce, al descubrirse seropositivo en 1988. Un desgarro en forma de enfermedad que sería transformado en obra teatral con Juste la fin du monde únicamente dos años después. Componiendo un cuadro sobre la muerte y los vínculos consanguíneos, donde se advierten ausencias enfrentadas a la futura defunción. Pese al moderado éxito durante su carrera, desde su muerte en 1995 se convertiría en uno de los autores teatrales franceses más representados. Múltiples adaptaciones a falta de ser trasladadas a la gran pantalla, siendo Xavier Dolan el realizador idóneo para entender las reflexiones de Lagarce. A lo largo de la prolífica filmografía del realizador canadiense se presenta la autodestrucción humana como leitmotiv, mayoritariamente en el seno familiar. Dirigiendo sobre esa base obras personales como Laurence Anyways (2012) o Mommy (2014), sus mejores películas; o adaptaciones teatrales, Tom à la ferme (2013). Convirtiéndose con su estilo único en uno de los directores más estimulantes del panorama cinematográfico. Una naturalidad para traducir emociones en imágenes que con Solo el fin del mundo le ha valido para alzarse con el Gran Premio del Jurado en Cannes, segundo galardón más relevante tras la Palma de Oro lograda por Ken Loach. Debiendo resaltar sus 27 años de edad para poner en perspectiva la magnitud de su cine. Resultando su última cinta tan insufrible como magnética, mas siempre apasionadamente personal.

Acaba de despegar un avión. En él viaja Louis, un joven escritor que nos anuncia su muerte en un futuro cercano. El destino de esa travesía es su hogar familiar. Una casa desde la que partió hace doce años, regresando a los orígenes para despedirse y comunicarles la vital noticia. Desde el comienzo se bifurcan los dos duelos presentes en Solo el fin del mundo; el personal de Louis referente a su enfermedad, y uno compartido con los integrantes de su familia, aflorado desde su huida. Al entrar en la casa de su vida pasada, le esperan su madre, su hermano, su hermana pequeña a la que apenas conoce, y una desconocida, su cuñada. La bienvenida es enérgica a la vez que torpe, abrazando a un recuerdo modificado con el paso de los años. Una vez asentados, resulta muy significativa la primera escena en la que los personajes empiezan a dialogar. Ante los rencores, secretos, preguntas y dolor, se percibe un claro déficit comunicativo. Los gritos y silencios evidencian la incapacidad para hablar entre ellos, queriéndose demasiado para lograrlo con éxito. En esta extraordinaria introducción, Xavier Dolan nos avisa de la ingratitud de la velada, pues pretender la formalidad sería un engaño. Nosotros somos extraños a la familia Knipper, alineándonos con la incomodidad de la cuñada Catherine. El primer intercambio de miradas entre Louis y Catherine es igual de cristalino que el viaje de avión inicial. Una contemplación sin contaminar en contraste con los demás miembros. Aunque ellos por fin se encuentran frente a frente con la posibilidad de tocarse, lo único que ven son diques construidos en cada día de ausencia. Una barrera que lejos de ser oscura, se ha moldeado al idealizar la relación que les une con Louis. Obstáculos ávidos por ser derribados, gestionando Xavier Dolan las candentes emociones atrapadas.

A la hora de crear un infierno en el que no hay lugar para la dialéctica, los actores escogidos deben comunicarse intensamente con la cámara. Si la historia de Louis es un regreso a casa, en el apartado interpretativo Xavier Dolan se emancipa de su conjunto cinematográfico formado por Anne Dorval, Suzanne Clément y Monia Chokri. El talento le ha abierto numerosas puertas y antes de rodar su primera película en inglés, The Death and Life of John F. Donovan con Jessica Chastain, ha reunido a la élite del panorama francés. Desde los jóvenes con capacidad contrastada Gaspard Ulliel y Léa Seydoux hasta los célebres Vincent Cassel, Marion Cotillard y Nathalie Baye, ya presente en Laurence Anyways. Un selecto grupo con la oportunidad de brillar debido a la estructura teatral de la obra, compuesta por monólogos y diálogos en parejas. A lo largo del día, Louis se reunirá a solas con cada componente. Circunstancia propicia para dejar que el torrente rompa los diques emocionales. Sin embargo, el incisivo texto de Lagarce adaptado por el propio Dolan no deja que eso ocurra. Simplemente se abrirá una pequeña grieta donde vislumbrar los verdaderos sentimientos, establecidos en un escenario de tiempo perdido. Una mezcla de rencor y cariño en el que destaca la aproximación entre la madre y su hijo, tema predilecto del realizador quebequés. Forzados con un primer plano a mostrar todas las sombras extrañas escondidas en sus rostros. Puesto que Baye y Ulliel relucen en la fehaciente constatación de que a veces compartir sangre no significa entenderse. Separados todos los ocupantes de la casa por larguísimas distancias afectivas, ejemplificadas en el papel de Vincent Cassel. Antonie es el hermano mayor de Louis, cuyo cariño es absorbido por el odio generado al no aceptar su marcha. Sentimientos imposibles de ser verbalizados, utilizando el histerismo y la violencia como escudo. Un personaje que alberga los momentos más insoportables y sentidos de la cinta, recalcando perfectamente los altibajos dramáticos que adolece la cinta.

En la corta carrera de Xavier Dolan, se ha demostrado con creces su innegable entendimiento de todos los aspectos del séptimo arte. No obstante, el mayor hándicap a mejorar es la falta de unidad en sus obras. Con una amplia gama de tics estilísticos, su desigual cohesión hace que sus películas pierdan fuerza. Un hecho todavía más perceptible en sus adaptaciones a obras teatrales, pues acaba por concatenar escenas brillantes con otras totalmente innecesarias. Una sucesión de variaciones escénicas presente en Tom à la ferme y reincidente en su último filme, simplificando un todo a diversas escenas muy potentes. Una unidad que si logra en mayor medida en sus filmes propios como Mommy. Uno de los recursos más reconocibles y fuente de escenas memorables es la utilización de fragmentos al estilo videoclip. En Solo el fin del mundo, estos sirven para evocar recuerdos del protagonista. Albergando uno de ellos un sentido de la sensibilidad mayúsculo, desarmando a los caracteres más duros. Sin embargo, este excepcional uso de la música que hace evolucionar el relato se contrapone a la caprichosa reproducción de algunas canciones en mitad de algunos discursos. No encontrando justificación alguna para su inclusión y aporte al relato, entendiéndose como una tendencia narcisista. Si bien hay una clara intencionalidad en dotar de cierta contención a la puesta en escena, esta es desigual en el trascurso del metraje. Su colaborador en la fotografía André Turpin le ayuda a dotar de sobriedad a la realización, realizando un gran trabajo al hacer sentir la angustia y opresión de los personajes. Una pena al sentirse la obra fraccionada irregularmente entre momentos brillantes y narcisistas.

En definitiva, Solo el fin del mundo es un paso más hacia la madurez de Xavier Dolan. Demostrando una vez más su capacidad innata para gestionar emociones y plasmarlas en imágenes memorables. Aunque no logre una deseada uniformidad dramática, el filme es ampliamente estimulante. Un visionado que debe alejarse de una idea cercana a Mommy o a unas expectativas desmesuradas. El viaje que nos propone Dolan al adaptar a Lagarce será en muchas ocasiones desesperante, encontrando merecido premio al iluminarnos con la poca luz que dejan entrever las corazas de los protagonistas. Al final, es cuestión de hacer balanza entre las emociones despertadas y la frustración derivada de los caprichos del autor. Una experiencia de la que es difícil no sentirse atrapado, si se llega al clímax todavía dentro de la reunión familiar. Pues la resolución que propone Dolan es vibrante, noqueando a los espectadores que no hayan sido expulsados del hogar anteriormente. Encontrando su lugar en la casa ajena y acogiendo los lutos descubiertos. Porque a veces, como el luto, para vislumbrar el fin del mundo no hace falta mirar al futuro, sino al pasado.

Solo el fin del mundo

Sinopsis Tras doce años de ausencia, un joven escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que pronto morirá. Vive entonces un reencuentro con su entorno familiar, una reunión en la que las muestras de cariño son sempiternas discusiones, y la manifestación de rencores que no queremos dejar salir, aunque delaten nuestros temores y nuestra soledad.
País Canadá
Director Xavier Dolan
Guión Xavier Dolan
Música Gabriel Yared
Fotografía André Turpin
Reparto Léa Seydoux, Nathalie Baye, Gaspard Ulliel, Vincent Cassel, Marion Cotillard, Antoine Desrochers, Sasha Samar
Género Drama
Duración 95 min.
Título original Juste la fin du monde
Estreno 06/01/2016

Trailer

Calificación5.5
5.5

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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