Annabelle 3: el cristianismo sigue dando miedo

Annabelle vuelve a casa

Mucho del buen cine de terror ha tenido un fuerte elemento cristiano, pensemos en El exorcista, de Friedkin, o en Vampiros, de Carpenter. Annabelle 3, como todas las películas de la franquicia, se inscribe en esta tradición.

Una joven recorre una casa. Busca una llave que da acceso a una habitación llena de objetos poseídos por las fuerzas del Mal. Decepcionada, se sienta frente a un escritorio pensando que nunca va a encontrarla. Pero ve un portarretrato con la cara de Jesús, lo pone boca abajo, ocultando la imagen, y ahí detrás encuentra la llave; una llave que da acceso al Mal y que aparece después de negar a Jesucristo. Podría ser la historia que cuenta un cura en una misa —aunque no estoy seguro porque a misa no voy—, pero está historia es una escena de Annabelle vuelve a casa (Annabelle 3), y de esto sí estoy seguro porque al cine voy bastante.  

La casa que recorre la joven es la de Ed y Lorreine Warren, los cazadores de fantasmas y demonios que lejos están de los simpáticos y cientificistas Ghostbuster ochentosos. Las armas de los Warren son los crucifijos y el rezo y, de vez en cuando, algún cura que los acompaña para salpicar agua bendita o mandarse un rezo oficial, que por ser oficial es un poco más poderoso.

Desde La semilla del mal, de Polanski, hasta la actual El legado del diablo (Hereditary), de Aster, mal les va a los protagonistas que no tienen una Biblia o un crucifijo a mano.

Mucho del buen cine de terror ha tenido un fuerte elemento cristiano, pensemos en El exorcista, de Friedkin, o en Vampiros, de Carpenter. Y cuando digo cristiano no hablo de esa cosa New Age de creo-en-dios-pero-no-en-todo-eso-de-la-iglesia. El cine de terror cristiano viene con Dios y el Diablo y con crucifijos y curas y rezos y liturgias; es el Dios institucionalizado. Y pobre de aquellos que intenten luchar contra fuerzas demoniacas sin estos recursos. Desde La semilla del mal, de Polanski, hasta la actual El legado del diablo (Hereditary), de Aster, mal les va a los protagonistas que no tienen una Biblia o un crucifijo a mano.

Annabelle 3, como todas las películas de la franquicia de El conjuro, se inscribe en esta tradición del terror.

Judy, la pequeña hija de los Warren, va a un colegio religioso y está descubriendo que tiene poderes. En los recreos, ve el espíritu de un cura muerto que la persigue. Y sí, si uno piensa en un cura persiguiendo a una nena en edad escolar piensa en lo que todos pensamos.

Esa noche, los Warren se van a investigar un caso y Judy queda a cargo de su niñera Mary Ellen. Al rato se suma una amiga de ésta, Daniela, esa que va a recorrer la casa de los Warren buscando acceder a la habitación en donde guardan todos los objetos malditos. Pero no vayan a pensar que lo hace porque es devota de Satán o algo así, en realidad busca comunicarse con su padre muerto en un accidente. Sus intenciones son buenas, pero su accionar va a despertar al demonio que habita en la muñeca más maldita y más poseída de la historia del cine.

Daniela busca recuperar su fe. El problema es que la fe debe ser administrada, si no pasan estas cosas. Y para administrarla existe la iglesia.

Después de varios, muchos, muchísimos sustos y cosas extrañas de las que se salvan con crucifijos que parecen tener el poder de una ametralladora espiritual, logran controlar al demonio y volverlo a meter a las patadas en la muñeca. Pero no lo hacen solas porque ya dijimos que solos no se puede. Van a ser ayudado por alguien inesperado, inesperado para la trama, no para nosotros que ya dijimos que el administrador de la fe es la iglesia; la hija de los Warren recibe ayuda del cura que la estuvo persiguiendo toda la película. No todos los espíritus son malos, algunos tienen el propósito de ayudarnos. Le dice Judy a Mary Ellen. El cura, ese representante de la iglesia, es el que va a guiarlas hacia la salvación.

Al otro día, ya con sol y sin espíritus malignos, Daniela tiene una conversación con Lorreine Warren, pero más importante que lo que dicen es el vestido morado de Daniela. No es casual, porque en el cristianismo este color está ligado a la penitencia y a la preparación espiritual, y Annabelle 3, entre otras cosas, narra la conversión religiosa de Daniela. Un genuino intento de recuperación de la fe que solo con la administración por parte del cristianismo logra encauzarse y llegar a buen puerto. Librando así a Daniela de las fuerzas del Mal, purificándola, y haciendo ingresar a Annabelle 3 en la larga tradición cristiana del cine de terror. 

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Sebastian Marin

Escritor y comunicador social argentino. Apasionado del cine y la literatura, sobre todo de esos géneros despreciados y considerados menores. Actualmente cursa el profesorado de literatura.

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