«Cold War es conmovedora de principio a fin»
No sé si es la sala de cine casi vacía de un viernes al terminar la tarde y la semana. No sé si es el momento del año, de la vida. O la compañía, tal vez. No puedo terminar de descifrar cómo es que desde el primer momento uno se pierde, fascinado, en Cold War.
Algo para decir, aunque haya tanto.
Su director Pawel Pawlikowski, a quien se lo conoció hace tres años por Ida, viene del género documental (documental del Siglo XXI claro) y eso se nota. Hay cierta toma de distancia, una necesidad de mostrar algo desgarrador, profundo y bello desde la forma.
Polonia, años 50, la desidia, la pobreza, los restos de lo que una vez supo ser y una historia de amor. Que difícil contar esto sin pasar por algo ya dicho y mostrado. Ser original con temas que tienen el peso extremo de imágenes grabadas en nuestra memoria. Cuántas veces otros autores han transitado este camino. Y sin embargo, Pawlikowski no duda en su apuesta y decide, en un acto de osadía, abrir la obra con sobrevivientes polacos entonando canciones folclóricas, restos del naufragio, que percibimos a flor de piel porque la gran y más acertada elección en el cómo –manera de componer, decisiones estilísticas entre otras cosas- pasa por el color, o la ausencia de él. Toda la pieza está en blanco y negro (algo que va presentándose como sello de autor), destacando texturas, iluminación, encuadres, gestos.
Hay un libro, Ningún lugar adónde ir, del cineasta experimental Jonas Mekas que va narrando a manera de diario los días en los que deambuló por la Lituania de posguerra, lo que encontraba, ausencia ante todo, pero también lo que acumulaba, experiencia. Una experiencia que volcó en sus apuntes y trasladó con él, años más tarde, a Nueva York, ciudad en la que pudo desarrollar lo que hoy conocemos como cine diario, ese registro permanente a través de la cámara de los espacios, las relaciones y los detalles que forman parte de la vida. A ese libro de Mekas parece estar haciendo referencia Pawlikowski en el comienzo, y es que el drama de la posguerra ha calado siempre hondo en la Europa del Este.
Una historia entre dos músicos polacos de diferente procedencia que se enamoran en tiempos donde sostener ese sentimiento se hace más que complejo. Y es ahí donde entra en juego lo que algunos llaman destino y que en Cold War está marcado por la personalidad de cada uno (producto de su crianza). Él, pianista reconocido, decidido a jugarse el todo por el todo, sin importar las consecuencias. Ella, en libertad condicional, insegura, en el rol de la persona que duda. A pesar del amor. Aún con el amor. Y también con una guerra de fondo que ha terminado y no se menciona pero sigue vigente.
Cada plano que cuenta esta historia, que se amalgama con los personajes perfectamente retratados por Joanna Kulig y Tomasz Kot en los papeles de Zula y Víctor, son un cuadro en sí mismo. Una composición detallada y minuciosa resuelta en formato 4:3 que nos traslada a otro tiempo. El pasado. Un pasado que quedó en manos de los soviéticos después de la segunda Guerra Mundial, un lugar por donde circulan los protagonistas tejiendo la trama. Ella cargando una sensualidad donde no importa si está vestida con un atuendo típico de danza polaca, un vestido negro en el bar parisino El Eclipse o desnuda en la cama con él. Y él, el artista enamorado, haciendo un trabajo impecable con la mirada donde encontramos ese sentimiento que pagará caro teniendo en cuenta el momento político.
Pero el pasado también es el pasado del director, si pensamos en retomar la idea del documental del Siglo XXI, donde ficción y realidad conviven muchas veces en un trabajo. Y lo entendemos así cuando al final de los créditos la dedicatoria es a los padres de Pawlikowski.
Y como nada le falta a esta pieza donde quedamos conmovidos de principio a fin también es de destacar el tema del sonido, que se estructura en el paso a paso de la historia y va desde el folclore polaco y su intento de adaptación rusa hasta el jazz de la vida parisina (siempre sublime el jazz). Ella canta en polaco y en un sensual francés, él toca el piano desde la tristeza y el abandono y todo esto convive para dar paso a una película donde, sin bien lo primero que se tiene en cuenta es la ausencia del color, es preciso detenerse en la música y sentir que más que acompañar y enmarcar, complementa y se vuelve necesaria.
Ochenta y ocho minutos que se pasan volando en la sucesión de imágenes, escenas fragmentadas por transiciones con fundido a negro que nos invitan a armar la historia de Cold War. Esa que seguiremos debatiendo en el bar cuando abandonemos el ritual de la sala de cine. Y que guardaremos, seguramente, en nuestra lista de películas imprescindibles.
Sinopsis Apasionada historia de amor entre dos personas de diferente origen y temperamento que son totalmente incompatibles, pero cuyo destino les condena a estar juntos.
País Polonia
Dirección Pawel Pawlikowski
Guion Pawel Pawlikowski y Janusz Glowacki
Reparto Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency, Adam Szyszkowski
Género Romance
Duración 88 min.
Título original Zimna wojna
Estreno 05/10/2018