FILMADRID 2018 – DÍA 4

Era necesaria una escapada. Los móviles nos anestesiaban y el ruido nos terminaba de rematar. Definitivamente habíamos perdido nuestros orígenes y nuestras emociones más elementales. Una travesía hacia la naturaleza para volver que conectarnos con nosotros mismos que se ha emprendido en la cuarta jornada de FILMADRID. Con dos óperas primas de dos jóvenes cineastas, la Competición Oficial daba un gran salto de calidad. Si en los días anteriores, lo formal sepultaba toda emoción; en esta ocasión, lo humano se prioriza para llevarnos a dimensiones sensoriales y sobrenaturales. En la espléndida DRIFT (2017) de la alemana Helena Wittmann, una caricia y una despedida nos dirigen a un océano infinito de sentimientos y soledad. Una obra que nos erizaba el cabello y daba paso a la mejor película de la sección oficial hasta el momento: Trinta Lumes (2018) de Diana Toucedo. La que será una de las películas españolas del año nos lleva la Sierra de O Courel para comprender qué cuentan sus árboles sobre el pasado, el presente y el futuro a través de la mirada de Alba. Unos ojos que brillan y sufren a la vez frente a los mitos y los augurios. Tras estos dos largometrajes cargados de humanidad, el Foco Endless Nights continuaba con una película deplorable, misántropa y misógina: Violated Angels (1967) de Kōji Wakamatsu. Una obra llena de crueldad que supone una mancha en la programación del festival, como ya ocurría el año pasado con otra cinta despreciable. No obstante, la violencia no puede con la emoción de DRIFT y Trinta Lumes; un sentimiento, y recordatorio, que quedará en la memoria.


DRIFT (2017), DE HELENA WITTMANN – COMPETICIÓN OFICIAL

Drift

La luna ilumina una despedida. En un balcón a la orilla del Mar del Norte, Theresa y Josefina pasan su última noche juntas. Sin apenas información sobre su pasado ni las dinámicas de su relación, el movimiento de dar un cigarrillo es acompañado de un gesto mínimo que arranca la necesidad de toda contextualización. Apreciamos una casi imperceptible caricia en la pierna; entre ellas existe un profundo amor y afecto. Un vínculo que pronto se disuelve físicamente al regresar Josefina a su Argentina natal. De esta manera, la cámara se queda con Theresa y su soledad. Como consecuencia, DRIFT (2017) emprende una odisea emocional con el mar como representación de las sensaciones interiores. Ya sin compañía, Theresa comienza una travesía por el océano que magnificará todos los estados intrínsecos a una separación. En su primer largometraje, la directora Helena WIttmann se sincroniza con el oleaje del mar en extensas secuencias para armonizar las dimensiones sensoriales y existenciales. Una película contemplativa que logra un gran calado desde el formalismo y la contemplación. Cuando la embarcación llega a tierra y las variedades cromáticas del azul se hunden, Wittmann incide con una hermosa sensibilidad en el significado de la distancia y su evolución a lo largo del tiempo. Con un homenaje a Wavelength (1967) de Michael Snow, contrarresta la inmensidad insalvable del océano con una video llamada. Un puente novedoso a las travesías que han tenido lugar a lo largo de la historia que necesita de una reconfiguración. En ese fin de semana que abría DRIFT, ellas bromeaban con que podrían mandarse un selfie en una botella vacía. Una punzante metáfora entre la inmediatez con la que podrán seguir comunicándose y las caricias que no volverán a producirse con inmediatez. Al final, esa botella que deciden lanzar al mar sufre la bravura del movimiento y nunca llega. En la orilla sólo se aprecia la espuma de las olas; esas que dejan una estela inexistente. El amor a la deriva.


‘TRINTA LUMES’ (2018), DE DIANA TOUCEDO – COMPETICIÓN OFICIAL

Trinta Lumes

La Sierra de O Courel nos abruma. La conexión con el paisaje es instantánea y su belleza hace adentrarnos en su dimensión mágica. Contemplamos absortos la naturaleza, mas entre la frondosidad surgen luces de paraderos desconocidos. Empezamos a contarlas y hay un total de treinta. Un número que alberga una coincidencia: son treinta las casas habitadas en O Courel, a la vez que el número de niños y niñas que viven en sus distintas aldeas. La directora novel Diana Toucedo explica que el término lumes, sin traducción al castellano, se les da a los hogares que aún quedan vivos en Galicia. Allí, el éxodo rural ha ido disminuyendo la población, siendo sus mitos contados cada vez por menos voces. De esta forma, la maravillosa Trinta Lumes (2018) conecta con las raíces de una tierra a través de dejar tiempo para escuchar y comprender los montes. El eco del río, las casas destruidas y los cencerros de las vacas entretejen el presente con el pasado y el futuro. En esas aldeas la concepción del tiempo es singular. Desde el punto de vista de una niña llamada Alba, nos adentramos en los parajes más recónditos para interpretar el ayer en las hogueras y lo invisible en los cuentos tradicionales. Un acercamiento etnográfico desde la curiosidad insaciable de una niña que se complementa con el seguimiento de los demás habitantes de O Courel. Si el vínculo con la naturaleza es trascendente, la capacidad de la cineasta para dotar de verdad las rutinas de los vecinos es superior. Con la confianza y respeto nacidos tras años conociéndose, su cámara viva les sigue de cerca y la verdad brota. El peso de la religión, la explotación de los recursos naturales y la importancia del lenguaje e historias propias son algunos de los apuntes que Trinta Lumes muestra de forma formidable. La obra se empapa de la curiosidad por la vida y la muerte, por los mitos y los miedos, por comprender a los que no están y los que nos rodean. Nos quedaremos largo tiempo contemplando la Sierra de O Courel.


‘VIOLATED ANGELS’ (1967), DE KŌJI WAKAMATSU – FOCO ENDLESS NIGHTS

Violated Angels

En el verano de 1966, Richard Speck torturó, violó y asesinó a ocho estudiantes de enfermería en Chicago. Un crimen múltiple que un año después, Kōji Wakamatsu recreaba en la despreciable Violated Angels (1967). En la cinta, esa fatídica noche se traslada a Japón; aunque la crueldad no desaparece. En la mayoría de sus 56 minutos, la cámara se centra en los horrorosos hechos. No obstante, cabe incidir en las pocas escenas que el cineasta utiliza para justificar o darle sentido a la representación de la violencia. En el comienzo, Wakamatsu rodea al protagonista de una asfixiante represión sexual y conciencia sexual masculina. Una opresión que al final de la obra relaciona con otro argumento, la opresión de la presencia militar estadounidense en Japón. Conocido por el Pinku eiga y su activismo político radical, Violated Angels enfrenta su sadismo a interrogantes como si su mensaje revolucionario es más importante que reafirmar el patriarcado o si embellecer la violencia es una vía lícita para expresar tu ideología. Unas cuestiones que encuentran su respuesta en su escoptofilia y el desprecio a la mujer. Provocar y denunciar situaciones políticas queda en nada si por el camino arrasas con todo lo demás.

Share this post

Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

No existen comentarios

Añade el tuyo