Películas Eróticas: Hitos y mitos del erotismo en el cine (I)

Marilyn Moroe en La tentación vive arriba

El cine lleva nutriendo el imaginario erótico colectivo desde sus inicios. Desde la ambigüedad sexual encarnada por Marlene Dietrich en ‘Morocco’ (Josef von Sternberg, 1930) al guante de ‘Gilda’ (Charles Vidor, 1946), desde Hedy Lamarr retozando como dios la trajo al mundo en ‘Ekstase’ (Gustav Machatý, 1933) a Kim Bassinger poniendo posturitas en ‘Nueve semanas y media’ (Adrian Lyne, 1986), desde Marilyn al pene de Fassbender, el cine ha generado durante más de cien años miles de imágenes icónicas cuyo fin último, aunque no siempre reconocido abiertamente, es la excitación del espectador-voyeur. Sin ánimo de glosar de forma exhaustiva todos y cada uno de los títulos que han engrosado la lista de films en los que la representación del sexo y el desnudo (femenino casi siempre, para qué engañarnos) han adquirido relevancia, vamos a hacer un repaso de los films, los directores y las tendencias sociales que marcaron un antes y un después en la forma en la que se mostraba el erotismo en la gran pantalla.


 

1. LOS LOCOS AÑOS 20 Y EL REINADO DE LAS FLAPPERS

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) sesgó la vida de millones de varones en edad de merecer y dejó a muchas chicas sin oportunidad de cumplir lo que se consideraba adecuado para su época y sexo, a saber: casarse y formar una familia. En un clima de liberalismo social y sin nada que perder, muchas se lanzarían a la búsqueda del estrellato en la industria del espectáculo. Es en esta década, con el precedente aún reciente de Theda Bara y sus papeles de devora-hombres (véase ‘Cleopatra’ de 1917), cuando comienzan a proliferar en las películas papeles femeninos de peso alejados de los estereotipos “decentes”.

Olive Thomas en 'The Flapper'

Olive Thomas en ‘The Flapper’

Como fuente y reflejo de esta nueva mentalidad encontramos la figura de la flapper, una especie de femme fatale amateur entre cuyas características principales se incluyen las de poseer una mentalidad abierta para la diversión y el despelote, y (en no pocas ocasiones) menos profundidad que un charco. La actriz Clara Bow sería el paradigma de la flapper en sus películas de los años 20, pero no fue ni de lejos la única. Otras actrices “frescas” de la década serían Louise Brooks, Nita Naldi, Lya de Putti, Josephine Baker (más recordada en nuestros días por bailar semidesnuda cubierta por un traje hecho con plátanos que por su carrera cinematográfica), Norma Talmadge y Olive Thomas, que en 1920 protagonizaría el film constitucional del arquetipo ‘The Flapper’.


 

2. EL CINE SONORO Y LA REVOLUCIÓN FEMENINA

La venus rubia

La venus rubia

Los años 30 fueron testigo de una auténtica revolución social. Las mujeres le habían cogido el gusto a eso de la independencia, a medirse con los hombres en campos que tradicionalmente les estaban vetados y se mostraban menos inclinadas a quedarse en casa lavando pañales.

En el cine, esta nueva actitud social se reflejaba en personajes femeninos que sabían lo que querían y que estaban dispuestos a luchar por ello. Y eso incluía, claro está, la autodeterminación sexual. En las películas estrenadas entre 1929 y 1934 abundan las mujeres sexuales, fuertes y complejas. De esta época son films como ‘El ángel azul’ (1930), ‘Marruecos’ (1930), ‘El expreso de Shangai’ (1932) y ‘La venus rubia’ (1932), todas del tándem Marlene Dietrich/Josef Von Sernberg, ‘La divorciada’ (1930) o ‘Un alma libre’ (1931). Estos films dinamitaron valores que se creían inamovibles como, por ejemplo, el de la pureza femenina o el de la fidelidad.

En estos trabajos no hay mucho erotismo explícito, ya que los comités de censura llevaban desde 1915 ejerciendo de guardianes de la moral y los valores tradicionales con poder de veto, pero la sexualidad que exhalan actrices como Marlene Dietrich, Norma Shearer, Greta Garbo o Jean Harlow con sus actitudes, su estilo y su ausencia evidente de ropa interior son tan inequívocas como sexys.


 

3. LOS AÑOS OSCUROS: EL CÓDIGO HAYS

En la sociedad americana y europea de principios del siglo XX predominaba una moral puritana, sexofóbica y misógina. Las películas, con todo su potencial para socavar los valores religiosos y familiares tradicionales, pronto estuvieron en el punto de mira de fundamentalistas protestantes e iglesia católica. En las décadas de 1920 y 1930 comenzaron las protestas hacia lo que ellos consideraban “elementos orgíasticos” de éstas. Cuando en las películas se empezaron a abordar temas como el aborto, la sexualidad femenina libremente ejercida y a retratarse con simpatía a los delincuentes en el cine de gánsters las presiones se acentuaron.

Gracias a las amenazas de boicot de la Liga de la decencia católica, a partir de 1934 se empezó a aplicar a rajatabla el código Hays (aunque, en honor a la verdad, Hays tuvo que ver poco con aquello), unas directrices muy restrictivas sobre lo que se podía y no se podía mostrar en pantalla y que limitaba el sexo que podía enseñarse a, más o menos, un hombro desnudo y un beso corto (sin lengua). Este dislate, que duraría hasta bien entrada la década de los 50, dio al traste con lo conseguido en el periodo anterior en cuanto a libertad narrativa.


 

4. LA SEXUALIDAD CODIFICADA. LOS AÑOS 40 Y 50

La censura de tipo sexual, política y religiosa a la que estaban sometidas las películas obligaba a los directores a ser realmente sutiles. El sexo se sugería a través del simbolismo, de la interpretación de los actores y de algún diálogo con doble lectura.

En los años 40 aparece la figura de la femme fatale y cobra fuerza la figura de la vampiresa en el cine de serie B. Ambos arquetipos comparten la característica de presentar a una mujer peligrosa y de sexualidad turbia (y, presumiblemente, activa a más no poder). Quizá por estar más alejado del foco de atención de la censura, o por cierta permisividad de ésta, era más probable vislumbrar algún atisbo de erotismo en la serie B.


 

5. EROTISMO EN EL CINE ESPAÑOL: CENSURA Y LANDISMO

Viridiana

Viridiana

La censura no era exclusiva de Estados Unidos, muchos otros países tenían legislación que vetaba los films antes de su estreno. En España, durante las primeras décadas del franquismo no era extraño que los censores metieran la tijera cuando algo no les parecía adecuado, o cambiaran en el doblaje líneas de diálogo. Aquello a veces tenía efectos contrarios al buscado, como cuando en ‘Mogambo’ (John Ford, 1953) hicieron que Ava Garner y Clark Gable, examantes, fueran hermanos, de modo que lo que había sido una infidelidad normalilla pasaba en la historia a ser tórrido incesto. O como cuando un censor sugirió a Luis Buñuel cambiar el final de ‘Viridiana’ (1961), en el que la protagonista, que iba para monja, va a la habitación de su primo y llama a la puerta, sugiriendo que va a tener relaciones con él. Buñuel, quizá uno de los directores españoles más inteligentes, fetichistas y gamberros de nuestra historia, lo cambió y quedó encantado con el resultado: al meter en la escena a la criada con la que previamente se ha insinuado que está liado el señorito (Paco Rabal), la doble lectura de su” tute a trois” estaba servida.

Pero estos deslices involuntarios eran la excepción, la censura era férrea. En los sesenta, sin embargo, hubo tímidos intentos por parte del régimen de estar en la onda de liberación sexual que sacudió al mundo occidental. A estos intentos corresponden las películas que más tarde se incluirían en la etiqueta de landismo. Las películas del landismo seguían todas un patrón bastante similar: un español medio (esto es: garrulo, peludo y con un nivel de represión sexual de +9000) se encuentra con especímenes femeninos en bikini provenientes del planeta Suecia. Tras un breve intercambio en el que los bellos especímenes foráneos caen inexplicablemente rendidas ante el poderío del macho español (Woody Allen tomó la idea de estas películas, fijo), el gañán las deja con un palmo de narices y va a casarse con su decente novia del pueblo. Lo mejor sin duda de esta tendencia es haber podido ver a Jose Luis López Vázquez con el rostro desencajado por la ansiedad sexual repitiendo como un poseso aquello de “¡Las sue-cas, las sueé-cas!”, pero de erotismo todavía poco.

Jose Luis López Vázquez

Jose Luis López Vázquez

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