Infierno blanco. A medio camino.

Liam Neeson

Liam Neeson

Infierno blanco es la cuarta película del que fuera uno de los directores más prometedores de Hollywood, Joe Carnahan.

Narc fue su ópera prima, su película más humilde y quizá menos conocida, pero sin duda sigue siendo la mejor de su carrera. Con Ases Calientes bajó un poco el nivel, aunque su propuesta era clara, directa y valiente.

Más tarde llegaría el film de El Equipo A, donde Carnahan se entregaba a un proyecto sin corazón en el que buscó tan sólo un éxito comercial que no terminó de conseguir.

Con Infierno blanco, el director norteamericano intenta recuperar parte de ese cine que intuíamos en él, y nos entrega una obra que mezcla la fórmula «matar a la bestia», con un estudio interior de personajes. Sin embargo, el film se queda a medio camino entre ambas, sintiéndose carente en cierto modo de emoción y tensión (algo llamativo viendo la propuesta). 

Infierno blancoSe intuye a lo largo de todo el metraje una pretensión de estudiar los miedos del hombre. Pero la película no termina de apostar todo al mencionado objetivo, y se pierde en un conjunto de escenas reiterativas sin un rumbo claro. Sólo al llegar al desenlace, nos damos cuenta verdaderamente de las pretensiones artísticas de Carnahan, que se la juega en la última secuencia con una decisión que muchos no aceptarán. Personalmente, no pienso que sea un final malo por sí mismo. El problema es que no encaja con la comercialidad que exhibe durante el resto del tiempo.

Visualmente el film no desentona, lo que falla aquí es es aspecto narrativo.

La mayor virtud de la cinta es el dolor que produce en el espectador las diversas muertes de los personajes. Estas escenas están grabadas con sensibilidad, calma y un sentido de la tragedia muy natural, algo que en ocasiones lo hace más terrible. El director mira a la muerte a la cara, no se esconde, y el dolor y sufrimiento que no sentimos durante la mayor parte del metraje aparece en estos momentos tan puntuales de manera brutal.

Son estas ráfagas de sufrimiento que comparten personajes y espectador los que dan cierta vida a una película muerta. De la misma forma, esos recuerdos placenteros que se solapan con la durísima realidad que experimentan los personajes también consiguen despertar al personal, y mantener su atención por unos minutos, hasta que la historia vuelve a caer en la rutina.

Calificación5
5

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Arturo G. Maiso

Viajero y cinéfilo. Director de Marketing en una plataforma de financiación participativa, CEO de AGM Comunicación Multimedia y director de El Cine en la Sombra.

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