Temas amables: La muerte y el cine

Big Fish

Te levantas un Domingo por la mañana, recordando que ya no tienes 19 años y las noches de tu ciudad se hacen más pesadas al día siguiente. Aun así, sacas fuerzas y te asomas a tu ventana para ver que el mundo no se ha parado y es tu cerebro el que ha decidido desconectar. Enciendes tu cigarro/vaper o calientas tu café/té de la mañana. Según lo saboreas y disfrutas de ese momento tuyo, viene a la cabeza un pensamiento inoportuno: J****, voy a morir.

Pero no es un pensamiento agridulce, y tiras de cineteca para recordar lo que has aprendido de ello. No es un tema que hables a menudo con tus allegados, si tienes suerte, lo puedes hablar con tu terapeuta alguna que otra vez.

Tu vida no es una oda colorista de Tim Burton, sino que se acerca más un Donnie Darko intentando escapar de su destino.

Rápidamente, piensas en tus amigos, familia y en el “qué pasará” cuando el momento llegue. Tu mente viaja a lugares conocidos, y piensas que no es mala opción marcarte un Big Fish. ¡Oh sí! Una vida plena, larga y duradera, contada a través de grandes anécdotas casi increíbles de una secuencia de sucesos que resume el mundialmente pensamiento de “esto sólo me pasa a mí”.

Te imaginas a tus amigos, y familiares recordando cada momento de tu vida como la mayor gesta perpetrada por el ser humano. La vez que pescaste a aquella sirena. La vez que encontraste a un gigante… En verdad, recuerdas aquella vez que la liaste en un bar de borrachera y de esa noche se crearon historias alucinantes que engordas cada vez que las cuentas. Esa Noche Vieja que terminaste liándote con (inserte nombre) y fue lo mejor de tu vida, o aquella vez que conseguiste ese puesto de trabajo que te permitiría cierta y débil estabilidad. Si, esos son tus grandes peces que pescar. Pero ¿Qué hay de impactante en eso?

Piensas, por lo tanto, en que tu vida no es una oda colorista de Tim Burton, sino que se acerca más un Donnie Darko intentando escapar de tu destino. Para luego darte cuenta de que tras ser perseguido por tus miedos y tus manías, todo acabará como debía acabar. Y no podrás hacer nada por remediarlo. No podrás optar a ese Séptimo Sello que te permita jugártela a todo o nada en una partida de ajedrez, o un chinchón, o unos dados, que te den esa segunda oportunidad.

Estás dentro de una especie de Match Point donde las decisiones no tomadas te llevan irremediablemente a conclusiones viscerales y precipitadas.

“Lo hecho, hecho está”, recuerdas en tu tercer trago. Oh, lo que darías por ser Mr. Nobody y poder recordar y recorrer todas esas líneas de vida que se abren en el abanico posible de opciones que se presentan día tras día. “¿Y si no hubieras dejado guitarra? ¿Merecía la persona que te persigue en sueños una segunda oportunidad? ¿Si hubieras hecho ese curso de interpretación que te encantaba serías más feliz ahora que eres abogada/o?” En verdad da igual, pues todos tus caminos te llevarán a un mismo lugar. Y lo único que habrás aprendido de todo ese “¿y si?” es que es una pérdida de tiempo preciosa.

No, no creas, no eres Benjamin Button. Los mejores años de tu vida puede que hayan pasado y tu no lo sepas, o pueden que estén por llegar. No lo sabes, ni lo sabrás. Entonces, ¿para qué preocuparse? Sabes de sobra que no hace falta meterte en Rutas Salvajes para descubrir que la felicidad solo es tal si es compartida. Los mejores momentos de tu vida se traducen siempre en momentos donde tú, rodeado de gente, eres protagonista. Todos los focos te alumbran, y sabes que ese momento ha llegado, pero estas tan acongojada/o que eres incapaz de darte cuenta en ese mismo instante. El miedo te paraliza. Las decisiones no tomadas te bloquean. Tu futuro puede que ya esté escrito. Y tu tiempo se agota. Y no, no vendrá ningún Joe Black con el semblante increíblemente apabullante de Brad Pitt a decirte que ha llegado tu hora antes de acostarse con tu hija.

Así que, apurando tu taza, con el aire frío de la mañana dándote en la cara decides que tu vida es un acontecimiento imparable al estilo Tarantino, con conversaciones banales que parecen existenciales. Que estás dentro de una especie de Match Point donde tus decisiones no tomadas te llevan irremediablemente a conclusiones viscerales y precipitadas. Y eso te calma, no sabes muy bien si por el calor de tu bebida mañanera pasando por tu garganta, o por la idea de que, al fin y al cabo, has hecho, haces y harás en esta vida actos que mantendrán tu dignidad lo mejor que has podido.

“El cine puede salvar una mala mañana”, piensas. Y tras eso, cierras la ventana, lavas la taza, y sigues con tu vida.

Al fin y al cabo, sabes que, tras un torrente de descubrimientos y conflictos, debes aferrarte a un American Beauty, y saber que el único sentido de esta vida (y de esta muerte), y el único sentimiento de felicidad puro que puedes tener es estar en paz contigo mismo. Y rezas para que tu vecino no te pegue un tiro en la cabeza.

Miras tu taza vacía y ves que llevas divagando más de media hora, y antes de cerrar la ventana te sobreviene una idea a la cabeza: cualquier historia bien contada, puede ser una gran historia. Eso te reconforta, tú estás en una gran historia. El papel que desempeñas en ella, protagonista o secundario, sólo depende de ti. “El cine puede salvar una mala mañana”, piensas. Y tras eso, cierras la ventana, lavas la taza, y sigues con tu vida.

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