Los niños del mar (2019), de Ayumu Watanabe – Crítica

Es una película que exige mucho del espectador, pero que le devuelve el doble de lo invertido.

Tuve la oportunidad de ver por primera vez Los niños del mar en una de las maratones sorpresa de Sitges 2019. Fue la primera de un bloque completado con Away, una bellísima pieza firmada por Gints Zilbalodis, y Weathering with You, la esperada nueva película de Makoto Shinkai, director de Your Name. Dejando a un lado la arriesgada decisión de dedicar toda la sesión al cine de animación, se me hizo evidente por primera vez que una maratón puede acabar arruinando la predisposición mental de algunos espectadores y pasar factura a obras de innegable valor. Fue el caso de Los niños del mar: pasadas unas horas, solo su psicodélica secuencia climática había dejado un poso en mi memoria, relegando la experiencia al olvido en favor de otros títulos de mayor accesibilidad. Ahora, revisada por segunda vez, he podido apreciar toda su singularidad, su fuerza emotiva y su audacia. Es una película que exige mucho del espectador, pero que le devuelve el doble de lo invertido. Requiere paciencia, pero no te expulsa inmediatamente si te relajas. Con todo, también se encierra rápidamente en sí misma y no invita a entrar de lleno en su propuesta; esto no es un defecto, es una elección consciente, y cada uno juzga si es lo adecuado o no. Pero tal vez lo mejor, llegados a este punto, es entrar en detalles.

Los niños del mar es la adaptación del manga homónimo, escrito e ilustrado por Daisuke Igarashi; es la primera vez que una obra de Igarashi, referente en el género fantástico, es llevada a la pantalla. La película, a cargo de Ayumu Watanabe, recoge los cinco volúmenes del manga y arranca con Ruka, una estudiante introvertida y con problemas para gestionar sus emociones. Al inicio de un verano que se prevé complicado, conoce la historia de Umi (“mar”, en japonés) y Sora (“cielo”), dos misteriosos hermanos que fueron criados por dugongos y ahora viven en el acuario, donde son objeto de estudio por su extraña adaptación al mundo marino. Al mismo tiempo, una serie de fenómenos anómalos presagian un cambio radical en la Tierra, y se sospecha que los chicos podrían estar vinculados, siendo la causa o la respuesta de lo que está por venir.

Tiene la expresividad y la belleza suficientes como para compensar sus muchos vacíos, y debería ser un título fundamental para los amantes del anime.

A partir de aquí, la película se aleja totalmente de su hilo conductor. Ruka se convierte en un simple mecanismo para concentrar nuestra atención en lo verdaderamente importante: Umi, Sora, y el evento inminente que involucra a todos los seres marinos. Más allá de algún vago intento de realismo, con explicaciones pseudocientíficas que poco aportan al conjunto, las líneas argumentales se van diluyendo cada vez más, entrelazándose y confundiéndose entre ellas, para dejar paso al elemento simbólico y emocional, cuya misión es acercar al espectador a una densísima exposición sobre el origen de la vida y el latido orgánico del Universo. Y no, no es fácil de digerir. Pero no es por falta de recursos narrativos.

Quien ha leído el manga afirma que el hermetismo argumental de Los niños del mar es precisamente su factor primordial. Eliminando el elemento racional, la mente empieza a sentir de una forma más libre, más primitiva, y la complejidad de aquello que carece de referentes en el lenguaje se articula desde la respuesta emotiva. Esto es lo que parece incentivar esta película. El texto pasa totalmente al plano secundario, con múltiples interpretaciones según las subjetividades de cada uno. Incluso hay subtramas que quedan abandonadas sin más explicaciones. Todo parece estar orientado hacia la eclosión final, la secuencia climática mencionada al principio, el momento álgido de experimentación narrativa que ya algunos han comparado incluso con el viaje superlumínico de Kubrick en su odisea espacial. Tampoco seremos aquí tan osados, pero sí es cierto que nacen de la misma base teórica. Y a estas propuestas les sienta bien el formato audiovisual: en el caso de Los niños del mar, cualquier elemento dispuesto únicamente para la estimulación sensorial resulta más relevante que toda la trama verbalizada (y eso que hay, de hecho, un cierto exceso de verbalización). Es una película sustentada casi en su totalidad por sus elementos estéticos, porque hay conceptos que es mejor verlos que explicarlos.

Personalmente, no me llevo bien con el cine que pretende ser más un desafío intelectual para el espectador que una experiencia accesible. Esto ya es cuestión de gustos. Y me parece más que comprensible que Los niños del mar no vaya a tener la repercusión en salas que tendría de haber optado por ser, por lo menos, un poco más cercana. Pero, en honor a la verdad, el segundo visionado me dejó mucho más tranquila; no era una espectadora menos válida por no haber entendido qué me ofrecía la película la primera vez. Es que no había nada que entender. Cedí mi tiempo una segunda vez a una narración que sabía que me dejaría de nuevo en el punto de partida, y más o menos fue así. Pero ese tiempo invertido me reconcilió con el placer de disfrutar de las cosas sin necesidad de racionalizarlas. Y claro que Los niños del mar se puede interpretar hasta el entendimiento, pero no pasa nada si no se hace. Tiene la expresividad y la belleza suficientes como para compensar sus muchos vacíos, y debería ser un título fundamental para los amantes del anime, como lo fue Your Name en su año y por razones, irónicamente, muy parecidas.


Sinopsis Ruka es una joven adolescente cuyos padres se han separado. Su padre trabaja en el acuario local, por lo que pasa mucho tiempo allí, fascinada con la enorme cantidad de especies marinas que allí se dan cita.
País Japón
Dirección Ayumu Watanabe
Guion Daisuke Igarashi
Música Joe Hisaishi
Género Animación
Duración 110 min.
Título original Kaijû no kodomo
Estreno 24/01/2020

Calificación7
7

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