Paolo Sorrentino en dos obras: ‘La Grande Bellezza’ (2013) y ‘Youth’ (2015)

Dos excelentes películas que nos recuerdan la cercana presencia de la muerte, quien nos dice al oído, lentamente: ¡vive, vive, vive!




Sorrentino, entre la literatura y el cine

El reconocido escritor y director italiano Paolo Sorrentino se ha llevado no pocos vítores por su obra literaria y cinematográfica. Nada en su obra pareciera estar libre de significado. Cercana a corrientes tradicionales, su obra, atravesada por el drama, la comedia y el pensamiento crítico, pareciera ser una oda a las artes audio-visuales y reflexivas.

Sorrentino es un artista completo y sensible capaz de quebrar la frontera entre lo comercial y lo alternativo, entre lo minucioso y lo extravagante.

Su labor literaria parece confundirse muchas veces con su obra fílmica –aun cuando en algunos casos es explicita, como en Youth– y su obra visual pareciera siempre estar posando sus pasos sobre su escritura y otras literaturas. Su obra como director parece ahondar en aspectos reflexivos y descriptivos propios de lo literario y filosófico (existencial) y su obra literaria parece navegar en bellas imágenes propias del cine y la fotografía.

Sus mas recientes series (The Young Pope y The new Pope), que mantienen algo de su característico aliento crítico y artístico, no cuentan con una ovación unánime, no obstante Sorrentino es un autor que ha sabido labrar su nombre como un artista completo y sensible capaz de quebrar la frontera entre lo comercial y lo alternativo, entre lo minucioso y lo extravagante, entre lo sutil y la marea que acoge la lucidez y la belleza.


La Grande Bellezza (2013)

Si Flaubert quería hacer un libro sobre la nada, Sorrentino creo el jarrón que le da forma al vacío.

Como en el libro de Celine Viaje al fin de la noche (al que se hace referencia en el film), esta película nos presenta toda una suerte de personajes pintorescos, para retratar los absurdo y la superficialidad opulenta de la mundanidad moderna: frívola y hedonista. En perspectiva, es un retrato vívido y por que no, dantesco, sobre la decadencia (llena de suntuosidades). Sorrentino nos relata con su característico humor y solemnidad una parte de la vida del escritor y periodista dandy de 65 años, Jep Gambardella (Toni Servillo), quien se desplaza a ratos y observa el desparpajo y a la vez la frivolidad del lujo y el exceso que le rodea, de la sociedad del espectáculo y lo fugaz, llena de mentiras complacientes, que tienden al vacío y a una descomposición deprimente.

Es un retrato vívido y, por que no, dantesco, sobre la decadencia.

El film –un claro homenaje al cine de Fellini, como Amacord y 8½– rescata la ironía y el esperpento frente al costumbrismo, retratando la crisis existencial o la fatiga de un hombre que empieza a soportar el peso del tiempo (y de su tiempo) y de una vida inadecuada (diría B. Brech) ante la muerte.

El ritmo del film, aunque irregular, tiene intensos impulsos en parte gracias a la fotografía y su armonía; un lenguaje visual vivo que se dirige al espectador del modo más expresivo posible. Y allí donde lo fútil y lo lúgubre de una cultura vacía se muestran, se impone el arte (musical, escénico, histriónico, escultórico, arquitectónico) como admirable oxigeno y creación: “caprichosos destellos de la belleza”.

Viajar supone un desplazarse, desplazarse puede asociarse con caminar y caminar puede deducir experiencia y por ende conocimiento. Y es así como vemos muchas veces a Jep: caminando, percibiendo y casi reflexionando, sobre su pasado y su presente (como un flâneur baudeleriano). Un aquí y un ahora donde se gusta de todo y nada la vez, se vive insatisfecho aun ante la riqueza y donde se percibe y se ve a sí mismo como parte de la obscenidad de la ignorancia y de un tren que va hacia ningún lado. Esto me recuerda en parte una frase de E. Cioran: “Un instante de lucidez, sólo uno; y las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento”

El film parece ser un discurso contra la mentira que va de la exuberancia a la superficial y a la mezquindad; un alegato grato, juvenil y despectivo sobre las ruinas del pasado y del presente; un llanto de la niñez retenida que quiere desbordarse ante el ruido y la indiferencia del mundo adulto. El mensaje del largometraje (si es que lo tiene) parece estar en boca de todos, pero Jep en especial actúa irónico y estoico ante lo que se le presenta repetidamente: “Arriba la vida, abajo la reminiscencia” (“¿Es esto también una crítica al fatuo hombre en las ondas de la modernidad y el progreso insubstancial que a perdido contacto con el pasado y es incapaz de encontrar su lugar en la historia?” – W. Benajmin-Agamben).

La Grande Bellezza no es otra cosa que eso que la muerte dice al oído, lentamente: ¡vive, vive, vive!.

Una sugestiva escena que valdría la pena abordar es cuando Jep quiere entrevistar a una actriz dramática y le pregunta por su interés en la vibración. Esta le responde con otra pregunta: “¿Cómo se explica con la vulgaridad de la palabra la poesía de la vibración?”. Por último, ella responde entre el llanto y la palabra: es un radar para interceptar. ¿No es acaso esa vibración de la que habla, a la vez estremecimiento, no otra cosa más que el asombro?.

Están (y estamos) tan imbuidos en la superficie que no nos damos cuenta que la respuesta está en las raíces, en el fondo (en el origen, en lo sencillo, en la espontaneidad infantil… en la vida: “escondida debajo, bla bla bla, y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido, el silencio, el sentimiento, la emoción y el miedo”). La Grande Bellezza no es otra cosa que eso que la muerte dice al oído, lentamente: ¡vive, vive, vive!.


Youth (2015)

“Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejece” Franz Kafka

Youth es un existencial retrato de la vejez con tonos grandiosos color juventud (¿o al revés?). Esta atractiva y magistral obra, es una historia que se nos cuenta desde las aguas de la ancianidad, donde se vislumbra lo atractivo y sensual, acaso caótico, que tiene la juventud (como en una de las escenas mas sugerentes del film). 

Comencemos por lo elemental: este es un drama con dosis caricaturescas que a nivel estético y técnico es equilibrado, con una fotografía y unas escenas de un poder poético, una fuerza visual sustancial y con un color, que aunque con cierto acento sobrio, tosco y melancólico, es perfectamente armónico con el argumento. A lo anterior se le suma unas selectas locaciones, que se enmarcan en un paisaje alpino en plena primavera (como homenaje a La montaña mágica de Thomas Mann y lugar de una belleza orgánica que se relaciona con la Juventud y el erotismo), lo que es contextual y metafóricamente importante para el relato, si contamos además que todo sucede en un hotel-spa muy conveniente para la ancianidad.

Esta atractiva y magistral obra, es una historia que se nos cuenta desde las aguas de la ancianidad, donde se vislumbra lo atractivo y sensual, acaso caótico, que tiene la juventud.

No toda la música es convincente, pero encaja bien, además que carga siempre dentro de sí con bellos silencios y sorpresas. Tenemos conjuntamente unas muy buenas actuaciones –con diálogos y monólogos asombrosos–, pero se destacan sobre las demás los dos protagonistas, que llevan a cabo una representación sobre la senectud digna de ser admirada: Michael Caine y Harvey Keitel (por demás, dos grades rostros de la acción y el drama).

Por otra parte, tenemos el argumento: desde mi punto de vista siempre está disertando sobre lo que puede llegar a significar un “día sin vida” (y no me refiero al libro que está escribiendo uno de los protagonistas: “Lifeless Day”). La película parece girar y se dirige a preguntarse por la importancia del cambio, de la variación como fuente de la juventud. Es una pregunta que parece siempre estar sonando durante el transcurso del largometraje. La respuesta es rotunda: no vale la pena vivir sin emociones (que se sustentan en la experiencia del cambio), las propias, las de cada uno, no importa cuales y no importa si están atravesadas por el dolor o la alegría. El amor o la relación amorosa (una fuente de intensas emociones), con alguien o por algo, que en principio se supone juvenil, parece ser en el film eso que genera un efecto negativo en las vidas, sin embargo, es también la causa de miles de alegrías y experiencias extra-ordinarias.

La película parece girar y se dirige a preguntarse por la importancia del cambio, de la variación como fuente de la juventud.

En la película tanto la juventud como la vejez se muestran frustradas o desencantadas. Algo pareciera que les hace falta. Pareciera que las sofoca el peso de las costumbres. El personaje que interpreta la actriz Rachel Weisz dice: “yo solo siento miedo” y el montañista (el temerario) responde: “esa sensación también es increíble”. Lo cierto es que, como en una parte del guión se nos dice: nadie está preparado… para vivir, para enamorarse, para morir… No obstante, lo mejor es haber estado en la cuerda, saber que se estuvo mirando el mundo desde las alturas, con el corazón a mil. El reconocido equilibrista y juglar Philipe Pettit dijo alguna vez que: “la vida debería ser vivida al borde de la vida. Hay que ejercitar la rebelión… negar a adherirse a las reglas, negar tu propio éxito, negarse a repetirse… ver todos los días, todos los años, todas la ideas como un verdadero desafío. Así luego vas a vivir tu vida en la cuerda floja”.

Finalmente, es importante considerar los cuerpos desnudos y su fotografía magistral, siempre son un rayo de sensualidad en un hábitat tan silencioso y calmo, como lo es el hotel (que es a la vez la ancianidad), metáfora que siempre nos está recordando lo bello de la juventud y la vida, que aunque parece una “simple canción”, con alguna que otra nota de arrojo, placer o augusta unidad puede llegar a un exquisito final.

Share this post

No existen comentarios

Añade el tuyo