Stalker (1979), de Andrei Tarkovsky – Crítica

Stalker

Dirigida por el genio ruso Andrei Tarkovsky, ‘Stalker constituye una de las magnas obras de la cinematografía mundial. Lo primero que llama la atención de este film es el modo en que está narrado, pues se sirve de sólo tres personajes que se mueven entre dos espacios, la derruida ciudad en que se hallan los protagonistas y la naturaleza que rodea a «La Zona».

Esto se debe a que Tarkovsky quiso prescindir de cualquier elaboración que pudiese distraer al espectador de la historia central de la película, la cual narra el viaje post-apocalíptico de tres hombres a través de «La Zona”, un lugar que, gracias a un fenómeno paranormal de origen extraterrestre, permite (en teoría) a todos los que entren en él cumplir los deseos más recónditos que subyacen en los confines de la consciencia humana.

Durante las casi tres horas que dura el film, seguimos en la pantalla al «Stalker», suerte de guía espiritual cuya tarea es conducir a los desesperanzados a “La Zona” y guiarlos a través de los peligros que ese misterioso lugar entraña. Durante su travesía es acompañado por un escritor y un científico que anhelan encontrar un sentido para sus vidas, en la eterna búsqueda de la felicidad humana.

Esta narrativa minimalista le permite al director centrarse en el universo interior de sus personajes, haciendo uso del color a través de filtros para sugerir estados afectivos en el espectador. Primero utiliza un sepia marcado por un fuerte contraste y nos presenta al «Stalker» y a su esposa e hija, la cámara se mueve constantemente a través del espacio como testigo objetivo del devenir del tiempo, enmarcando a los personajes de forma completa en casi todos los planos y permitiendo al espectador contemplar lo que ocurre como un acontecimiento que es observado a cierta distancia, como lo haría un espíritu contemplativo.

La derruida vivienda está compuesta por pocos objetos, pero plena de agua y de texturas que suscitan emociones difícilmente traducibles al lenguaje ordinario, pues pertenecen al universo poético del autor que busca expresar lo que ocurre dentro del espíritu humano, más que contar una historia en el sentido clásico. Luego la imagen se va transmutando a un blanco y negro bien marcado que es utilizado durante el viaje de los personajes a través de los puestos de control del ejército ruso que mantienen cercada «La Zona». Los viajeros sortean los peligros y suben a un tren de servicios que sirve de puente entre su destino y su lugar de origen. Durante esta etapa los personajes viajan en tiempo real sobre las vías del tren, obligando al espectador a realizar con ellos el recorrido completo, como si fuera el cuarto personaje de la historia. A partir de allí la imagen se concentra en primeros planos que evidencian la desesperanza y la soledad que embargan las almas de los viajeros que son incapaces de creer en la humanidad y en ellos mismos. Todo es acompañado por el repetitivo y casi hipnótico sonido producido por los raíles del tren que evoca la mecanicidad de la vida moderna que ha conducido al ser humano a un laberinto del que parece no haber salida, cosificándolo y alienándolo. Este blanco y negro contrasta notablemente con el color que sigue a las secuencias de «La Zona», un lugar en el que la naturaleza parece haber recobrado terreno, al menos eso es lo que le transmite el «Stalker» a sus compañeros de viaje.

Stalker

Aunque este film se circunscribe en el género de ciencia ficción llama poderosamente la atención que durante todo el viaje de los desesperanzados no ocurren hechos fantásticos o, al menos estos no son visibles. Todo queda en una atmósfera de penumbra que es creada por el «Stalker», bien podría decirse, y así lo sugieren los diálogos de las secuencias finales. Así, la introducción del film, donde se nos anuncia lo ocurrido en la zona, no es más que una excusa de Tarkovsky para colocar a los personajes en una situación límite y a partir de allí dar rienda suelta a los temas y tópicos que realmente le interesa tratar a través del diálogo y la metáfora visual. En este sentido muchos críticos afirman que el asunto de la ciencia ficción es solamente un detonante para el resto de la película, restándole importancia al hecho de que «La Zona» sea de origen alienígena. Si hubiesen leído el libro de Tarkovsky (Esculpir en el tiempo‘) con detenimiento estoy convencido de que pensarían diferente. Para el maestro una obra de arte tiene que ser orgánica en todas sus partes, apuntar por entero a una intencionalidad creativa derivada de los sentimientos y emociones del autor. En consecuencia, el tema de la ciencia ficción y el origen alienígena de la misteriosa Zona tienen que conformar con el resto del discurso un universo orgánico y sinérgico. Para comprender mejor esta obra se debe tomar en cuenta que el autor era un místico, ignorar ese detalle sería como intentar comprender la obra de Armando Reverón sin tener presente que fue, entre otras cosas, un hombre que buscó la trascendencia a través del arte.

Una vez en «La Zona», los viajeros quedan paralizados, siendo incapaces de entrar al cuarto que cumple los deseos más recónditos del alma, haciendo patente la doble cara del ser humano que siempre se halla en una contradicción y en una lucha consigo mismo, como bien expresa uno de los personajes en uno de los diálogos más lúcidos del film: “mi consciencia desea la victoria del vegetarianismo en todo el mundo. Mi subconsciencia anhela un pedazo de carne fresca.”.

El miedo a la muerte, la pérdida de la fe, Dios, la felicidad, los demonios internos del inconsciente, y nuestra propia naturaleza son interrogantes que se despliegan a través de una sinfonía de imágenes que nos conducen a preguntarnos seriamente: ¿quiénes somos? ¿Cuál es nuestro papel en la tierra? ¿Qué verdades funestas o sublimes esconden nuestros deseos reprimidos?

Una película demoledora en la que la angustia del «Stalker» y la falta de fe de los viajeros deja una sensación de desasosiego en el espectador.  Finalmente, el «Stalker» retorna con su familia y surge un rayo de esperanza representado en su pequeña hija que (quizá producto de su fe y beatitud o debido al influjo de «La Zona») mueve un vaso a distancia, en un sorprendente acto de telequinesis que rompe con todas las leyes de la lógica que rige a la razón materialista de la contemporaneidad.

La grandeza de esta obra emana no sólo de la belleza y cuidado con que fueron elaborados los planos y de la meticulosidad con que la música electrónica y el sonido acompañan las imágenes generando estados emocionales que danzan entre lo sublime y la desesperanza, sino también del exhaustivo análisis de nuestra especie; lo terrible que supone para el ser humano no conocerse a sí mismo, el no ser capaces de dar cuenta de nuestros límites y el estar condicionados por algo que no comprendemos pero que a su vez nos hace ser lo que somos: la consciencia. Una obra que sin lugar a dudas siempre vale la pena volver a ver.

Stalker

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Marlow Zurita

Licenciado en filosofía, máster en guión de cine y cinéfilo a morir, me gustan la fantasía y la ciencia ficción porque me permiten viajar a otros mundos posibles.

1 comment

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  1. León Sierra Uribe 16 abril, 2015 at 13:59 Responder

    Maravilloso texto sobre Stalker. Tarkovsky haciendo ciencia ficción nos conecta con nuestra esencia. Viaje de ida, que en realidad es viaje de vuelta.

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