The ugly swans y la mercantilización de la cultura

The Ugly Swans

The Ugly Swans (2006)

La humanidad, señala una niña en The ugly swans, película dirigida por Konstantín Lopushanski a partir de la obra de los hermanos Arkadi y Borís Strugatski, debe elegir entre “su degradación intelectual completa” o “un salto sin precedentes en la evolución de la conciencia”. El filme nos cuenta la historia de un escritor, Viktor Banev, enviado por la Naciones Unidas a la ciudad de Tashlinsk para analizar junto a otros expertos las mutaciones que han sufrido sus habitantes. Dichos seres educan niños brillantes, entre los que se halla la hija de Banev.

El encuentro entre el escritor y los niños constituye el punto clave del filme, donde se exponen las preguntas fundamentales con las que el espectador deberá lidiar al finalizar el visionado. A pesar de que el punto de partida plantea cuestiones esencialmente kantianas, la obra va un paso más allá para evolucionar hasta una representación de los grandes debates filosóficos que provocó el pensamiento schopenhaueriano. Los menores huyen de las pulsiones triviales humanas mediante el desarrollo cultural y la meditación, y denuncian a aquellos que encaminan su vida hacia la banalidad y el sufrimiento. El escritor, por su parte, concibe la mediocridad que le rodea como algo inevitable. El choque entre ambos revive las luchas internas del filósofo y las discusiones con sus contemporáneos.

En The ugly swans subyacen ideas del libro Hard to Be a God, también de los Strugatski. Las dos obras, con ciertas diferencias, presentan la cultura como un elemento que la autoridad desea abatir por miedo a perder su posición. Al ser reprimida, las propiedades que hacen al ser humano diferente al resto de especies son aniquiladas. Toda obra de arte se encuentra en un espacio superior y alejado de lo terrenal, que ofrece preguntas cada vez más complejas y acertadas acerca de nuestra naturaleza. Lo que necesitamos son interrogantes, ya que la verdad es inalcanzable. Por eso, la marginación del arte provoca un espejismo de libertad donde la banalidad se hace con el poder e impone una verdad interesada, un fraude comercial.

“No habrá en un futuro previsible una crisis del capitalismo europeo tan dramática como para que la masa de los trabajadores, para defender sus intereses vitales, pase a la huelga revolucionaria o a la insurrección armada”, escribía Godard al comienzo del guion de La chinoise. No se asusten, no hablaré aquí de ninguna insurrección armada. Sin embargo, sí que el capitalismo ha sufrido una crisis dramática y no ha habido ningún cambio real. Todos los cambios actuales van de la mano de los intereses del propio capitalismo, donde el arte es obligado a seguir la lógica del entretenimiento.

En 1969, Pier Paolo Pasolini advertía también durante una entrevista de la «mercantilización» de la cultura en Europa y apostaba por un arte “cada vez más difícil, más árido, más complicado, y quizá incluso más provocador, para que sea lo menos consumible posible». La cuestión no es huir de la voluntad descrita por Schopenhauer, sino moderar y conocer las pulsiones innatas para disminuir el poder de un sistema que se enriquece alimentándolas.

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Miguel Suárez

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra, articulista en diversos medios y autor de ensayos sobre cine y filosofía. También ha escrito y dirigido cortometrajes y producido piezas de videocreación. Actualmente coordina el Festival Internacional de Cine Fantástico HOA y programa la muestra 'Cine del Este' que se desarrolla en Pamplona.

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