¿Qué nos queda de Tim Burton?

Películas de Tim Burton

Sus últimas películas tienen el sello Burton, sí, pero difuminado e incluso algo deformado para poder encajar en un molde al que nunca perteneció. ¿Qué esperar de Dumbo?

Tim Burton es ese amigo que un día, tiempo atrás y sin pretenderlo, fue el alma de la pandilla; esa persona que contagiaba al resto con su peculiar visión de la vida, con ese humor tan suyo revestido de sarcasmo, de cinismo: de algo oscuro que no llegaba a provocar temor sino ternura. Siempre fue alguien tímido, misterioso, más de una vez antisocial, pero era precisamente esa singularidad tan suya lo que le diferenciaba del resto.

A veces, al recordar sus inicios, se oyen palabras de nostalgia. Sus amigos más longevos rememoran, con un sentimiento agridulce, cómo lo conocieron: con Vincent (1982) o con Beetlejuice (1988) durante los ochenta: evocan su carácter independiente, el tacto tenebrosamente dulce con el que impregnaba cuanto pasaba por sus manos, su mirada transgresora patente a través de una estética y de una estructura narrativa en disonancia con los cánones de lo que se acostumbraba a mostrar en pantalla grande.

“Beetlejuice es la única de todas mis películas que me ha dado esa sensación de ¡que se joda todo el mundo!”.

Tim Burton

Así, mientras unos reviven la genuina empatía que sintieron hacia un hombre con tijeras en lugar de manos, otros aluden al día en que se descubrieron cautivados, siendo ya no tan niños, con Pesadilla antes de Navidad (1993) – que aunque no dirigió llevaba, desde producción, su inconfundible huella – o cuando dejaron de envidiar al héroe prototípico porque los embelesó la historia de un fracasado como Ed Wood (1994). Todo ello debido a aquella forma tan Burton de entremezclar lo sombrío con lo cándido, de trazar historias insólitas y pintarlas con una paleta de grises que las hacía centellear.

Sin embargo, ahora la realidad es una y al girar la cabeza a un lado y al otro se torna evidente: Tim Burton, el de siempre, no está ahí con los de siempre. El tipo que detonaba las manidas fórmulas hollywoodienses parece haberse alejado por otros caminos quizás más llanos y, sin duda, más transitados. Hay quien todavía parafrasea algo que quizás Burton tenga aletargado en la memoria pero que él mismo dijo una vez sobre una de sus películas: “[Beetlejuice] Es la única de todas mis películas que me ha dado esa sensación de “¡que se joda todo el mundo!” […] El público no necesitaba cierto tipo de cosas. Yo podía hacer lo que me viniera en gana y eso era estupendo”.

Esa libertad en la que uno se recrea cuando nada esperan de él, o cuando no se pretende complacer a nadie más que a uno mismo, es lo que ha mermado en películas como Alicia en el país de las Maravillas (2010), Sombras Tenebrosas (2012) e incluso Charlie y la fábrica de chocolate (2005): tienen el sello Burton, sí, pero difuminado e incluso algo deformado para poder encajar en un molde al que nunca perteneció. Parece como si el director intentase hablar con las palabras que otro ha puesto en su boca: que la voz es suya, pero lo que dice no acaba de encajar del todo bien.

Elementos clave siguen invadiendo el ADN visual de sus trabajos: la influencia e inspiración del actor Vincent Price, que encarnó el terror y el romanticismo de Edgar Allan Poe, a su vez inspirado por el cuervo de Charles Dickens; la realidad expresada desde la más profunda interioridad de sus personajes, algo estrechamente vinculado al expresionismo alemán; ese tótem celestial formado junto a Johnny Depp, que se ha erguido a lo largo de los años como uno de los grandes vínculos de nuestro cine para dar vida a personajes atípicos, marginales y ligados a la realidad por un desafortunado pasado; las composiciones de Danny Elfman, que supo acompañar con certeras melodías la mayoría de sus trabajos. Mismos ingredientes con distintos resultados en los que hemos reconocido a un Burton menos libre, creativamente más coartado. Quizás por las expectativas que inevitablemente surgen alrededor de alguien con una firma tan sólida o quizás, fiel consigo mismo, por seguir sin querer redimirse a lo que se le demanda.

“Lo raro de la Disney es que quieren que seas un artista pero al mismo tiempo quieren que seas un obrero de fábrica, un zombie sin personalidad”

Tim Burton, en su época de animador en Disney

Un genio es un genio incluso en sus horas bajas, tal y como confirman algunos destellos esperanzadores, desde la inolvidable Big Fish (2003): la vuelta al stop motion en la sobrecogedora La novia cadáver (2005) o Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2012), que nos devolvía al Burton más oscuro en años. Aunque sin duda fue con el remake en 2012 de uno de sus clásicos, Frankenweenie (1984), cuando se nos arrojó la creencia de que Burton sentía quizás añoranza de tiempos pasados.

Tim Burton

Ahora, a sus 60 años, tras más de 3 décadas forjando una identidad indeleble al paso del tiempo, el director de Burbank (California, EEUU) es sin duda uno de los grandes del cine contemporáneo, y el próximo mes de marzo volveremos a entrar en su mundo interior, en la medida en que nos deje, de la mano de la adaptación de otro clásico de Disney: Dumbo. Cabe destacar algo que Burton sintió cuando iniciaba su carrera y se incorporó a Disney como animador: “Lo raro de la Disney es que quieren que seas un artista pero al mismo tiempo quieren que seas un obrero de fábrica, un zombie sin personalidad. Hay que ser una persona muy especial para hacer que estas dos partes del cerebro coexistan”.

De entre todos los adjetivos existentes en nuestro vocabulario, si hay uno que describe con exactitud al director es precisamente ese: especial. Y es que Burton podría haber sido indudablemente el perfecto protagonista de cualquiera de sus películas.

¿Tendrá esta vez algo nuevo que contarnos?

“Ojalá sea así” se oye en alguna parte.

Y ojalá que lo sea.

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Cris Blanco

“Termina siempre así, con la muerte. Pero antes, hubo vida. Escondida bajo el "bla, bla, bla..." Y todo sedimentado bajo los murmullos y el ruido. El silencio y el sentimiento, la emoción y el miedo. Los demacrados, caprichosos destellos de belleza. Y luego la desgraciada miseria y el hombre miserable. "Bla, bla, bla..." [...] En el fondo, es sólo un truco. Sí, es solo un truco" - La Gran Belleza (Paolo Sorrentino)

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