Locarno 2017 – Día 10

Tras diez intensos días de cine, la luz de la Piazza Grande se desvanece. Ya no quedan más películas por presentarse y comienzan a emerger sus recuerdos. Porque al dejar atrás el ritmo frenético que propone Locarno, los momentos especiales se diferencian con claridad del resto. En estas dos últimas jornadas, dos figuras capitales del cine europeo han sido homenajeadas: el director de fotografía español José Luis Alcaine y el cineasta francés Jean-Marie Straub. Emocionantes reconocimientos a carreras con un peso indiscutible en la historia del cine. Al igual que el brillo de estos premios honoríficos, en las secciones oficiales también hay cine que en la calma resplandece aún más. En el Concorso internazionale, han sido cuatro los filmes más destacados: la lucidez y valor histórico de La telenovela errante, la humanidad de Harry Dean Stanton en Lucky, la exploración del racismo olvidado en Did You Wonder Who Fired the Gun? y la inteligencia emocional de Wajib. Cuatro películas maravillosas que a la espera del anuncio del Leopardo de Oro, a muchos ya nos han ganado. Una cantidad de filmes equiparable a los tesoros que han surgido desde el desconocimiento en Cineasti del presente: el milagro de la resistencia en Milla, la juventud irrepetible de Verão Danado, la conmovedora empatía de 3/4 y el intimidante camino a la madurez en Cho-haeng. Razones para seguir creyendo que el Festival de Locarno es el hogar del cine de autor. Y su 70 aniversario no podía haberse celebrado de mejor manera.


‘QING TING ZHI YAN’ (2017), DE XU BING – CONCORSO INTERNAZIONALE

A lo largo del día, cada uno de nosotros somos grabados por cámaras de videovigilancia unas trescientas veces. Todos nuestros movimientos se almacenan y nuestra privacidad desaparece. Una ingente cantidad de información para controlar y prevenir el caos. Pero, ¿de verdad nos protegen? Una cuestión que el director chino Xu Bing ha intentado responder en el sugestivo e inteligente ensayo cinematográfico Qing Ting zhi yan (Dragonfly Eyes). Comenta que desde hace tiempo quería realizar una película con los vídeos recogidos con sistemas de seguridad, aunque era imposible acceder a ellos. Un obstáculo solucionado con la explosión del Big Data. Pues tras obtener el material, empezó a concebir un relato ficticio con las imágenes que le sorprendían. De esta manera, seguiremos la rutina de Qing Ting, una joven monja budista que decide dejar su templo y regresar al mundo secular. En esta realidad desconocida, acaba en una granja donde vivirá una historia de amor con Ke Fan. Una relación tóxica que devendrá en situaciones inimaginables. Un relato de misterio que te deja en vilo con cada sorpresa. No obstante, el verdadero valor del filme son las reflexiones transversales que va exponiendo Xu Bing. Lo primero que impresiona son las escenas inverosímiles que aparecen en pantalla, ya que todas ellas son verdad. En los fragmentos, sistemas de procesamiento de imagen detectan a las personas, coches y edificios apoyados en el machine learning. Aunque como muestra con humor la cinta, su resultado dista de ser satisfactorio. En uno de los momentos más hilarantes, se suceden hombres que son reconocidos por los programas hasta que llegamos a alguien que es incapaz de registrar. Una persona metida en una caja en la que sólo se le ven los pies. Una circunstancia que genera la pregunta de si podemos confiar en la inteligencia artificial y qué busca esta. Porque la cuestión preocupa al cineasta y consecuentemente deriva su creativa narración en un relato sobre las apariencias. En un ambiente desolador, Qing Ting acabará obsesionada con su imagen y cómo afecta en su vida. Una superficialidad conectada perfectamente a la naturaleza formal de Qing Ting zhi yan. Ya que como tesis, Xu Bing muestra la captura de múltiples desastres naturales e humanos que son inevitables. Accidentes de medios de transporte, derrumbamientos o violencia espontánea a las que somos vulnerables. Una disputa en la que quedan frente a frente la seguridad y la privacidad. Y cada uno debemos elegir de qué lado nos ponemos.


‘GLI ASTEROIDI’ (2017), DE GERMANO MACCIONI – CONCORSO INTERNAZIONALE

Sin un destino fijo, los asteroides orbitan alrededor de la Tierra. Son impredecibles y pueden colisionar sin previo aviso. Una analogía sobre la que el director italiano Germano Maccioni ha creado su ópera prima: Gli asteroidi. En un pueblo industrial en depresión tras la crisis económica, dos chicos de 19 años forman parte de la “banda del candelabro”. Pietro y su amigo Ivan se las arreglan para entretener al cura y huir de las iglesias con todos los objetos de valor. Una condición criminal con múltiples orígenes, ya que la cinta es un trillado coming of age. Después de los robos, llega la calma y junto a ellos se nos dosifican las razones que impulsan sus fechorías. Traumas familiares, soledad y, sobre todo, no encajar en ningún lugar. Desorientación que se eleva al cielo para seguir la alegoría. Al lado de los protagonistas está Cosmic, un joven obsesionado con las cuestiones astrofísicas y filosóficas. Al conocer la noticia de que un asteroide va a pasar muy cerca de la Tierra, este creerá que colisionará y supondrá el fin del mundo. Un ocaso alucinado, mas Ivan y Pietro sí que se aproximan a él con cada golpe. De esta manera, la violencia irá incrementando al mismo paso que sus inseguridades. Se pondrá a prueba su amistad y deberán tomar decisiones de en quién se desean convertir. Camino a la madurez narrado torpemente por el realizador. En los momentos supuestamente más dramáticos de la cinta, y esenciales para crear empatía, la indiferencia es considerable. Nos encontramos hastiados junto a Ivan, Pietro y Cosmic en una nave industrial y esperamos que llegue pronto el asteroide. Una eterna espera por la nada.


‘EN EL SÉPTIMO DÍA’ (2017), DE JIM McKAY – CONCORSO INTERNAZIONALE

Llega el domingo y José se prepara para ir a su rito. Se ata las botas, se pone la vestimenta adecuada y se dirige al lugar donde le aguardan otros fieles: el campo de fútbol de Sunset Park. Porque para él como para su equipo, todos ellos mexicanos indocumentados, el deporte es la energía que les hace olvidarse de su complicada situación. Después de toda una semana con sus trabajos ilegales, el torneo del fin de semana es su motivación para seguir adelante. Partidos que son más que mero deporte, pues simboliza la creación de una comunidad en un país extraño. Un evento crucial para ellos, regido por ciertos códigos de generosidad. Después de un largo campeonato, el equipo Puebla llega a la final. Queda una semana para disputarse el título, pero la victoria se alejará por diversos motivos. El protagonista, capitán y mejor jugador, trabaja como repartidor de comida, empleo que le requerirá en tal marcada fecha. En el restaurante se va a dar una importante fiesta y su jefe le dice que debe trabajar esa jornada. De esta manera, la fallida ficción de Jim McKay En el séptimo día pone en una encrucijada a José. Debe elegir entre su trabajo o su equipo, con todo lo que supone para su futuro. Por un lado, si no va ese día al restaurante perderá el empleo, echando por tierra tanto tiempo de dedicación y la posibilidad de progresar, con el fin de conseguir los documentos legales. Circunstancias que se agravan todavía más debido a que su pareja está embazada de seis meses. No obstante, ella sigue en el país vecino y su intención es poder dar a luz en territorio americano. Lucha que viene de lejos y se contrapone al espíritu superfluo que cubre al equipo de fútbol. Si decide no acudir, la final está perdida. Dos opciones que el filme explora durante una semana para entender a estos inmigrantes y sus sueños. Sin embargo, el mayor fallo de En el séptimo día es un dilema central tan absurdo. Como si ambas posibilidades fuesen igualitarias, José intentará por todos los medios compaginar las dos. Un completo disparate al comparar tu familia con un partidillo. Pero más allá de este incomprensible guión, la cinta tiene un aspecto muy meritorio: el acercamiento al lenguaje. En el séptimo día está hablada en español con subtítulos en inglés, incluso los créditos finales se tuercen hacia el lado de los inmigrantes. Un detalle que pone en evidencia la esencia que McKay quería imprimir a su obra. Mas hace falta más que un partido de fútbol para poner en riesgo tu vida.


‘ATOMIC BLONDE’ (2017), DE DAVID LEITCH – PIAZZA GRANDE

En noviembre de 1989, todo el mundo estaba pendiente de la caída del Muro de Berlín. No obstante, el caos era aprovechado por espías de ambos lados para resolver otros problemas. Es el caso de Lorraine, una agente del MI6 que viaja a la capital alemana para conseguir una lista con todos los nombres de los espías encubiertos en Berlín Este. Una misión destinada para Charlize Theron, quien después de Imperator Furiosa ha decidido convertirse en la actriz definitiva de las cintas de acción. Pues su carisma es el principal activo de la desaprovechada Atomic Blonde de David Leitch, director de John Wick (2014). A primera vista, tiene todos los elementos para convertirse en una película muy disfrutable, pero es una lástima que la dirección hunda el proyecto. La película tiene una fantástica banda sonora con éxitos de los ochenta, una actriz protagonista dándolo todo y escenas de acción brutales. No obstante, a la hora de integrarlas en un relato histórico de espionaje los aciertos son solitarios, al no encontrar un equilibrio en el conjunto. A lo largo del metraje, el interés es muy irregular, encontrando el mayor disfrute en las escenas de violencias hiper-estilizadas, aunque estas son demasiado escasas. Cuando la historia se adentra en las traiciones, el interés decae y sólo destaca Lorraine, el ágil montaje y el fantástico vestuario. Pues el mayor defecto del filme es su autoconsciencia, una imperante necesidad de estar continuamente recodándonos su estilo. Porque todos los movimientos parecen estar destinados de cara a la galería más que a construir una narración sólida. Una actitud que convierte a Atomic Blonde en un quiero y no puedo, sin alcanzar nunca el nivel que presagiaban sus piezas. Cae el Muro y Berlín bulle. Multitud donde Charlize Theron se pierde. Atomic Blonde acaba de perder de vista a su objetivo.

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Carlos Chaparro

Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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