Sin duda, Leonardo DiCaprio es uno de los actores anglo-masculinos más importantes e influyentes de su generación (donde se destacan otros como Joaquin Phoenix, Brad Pitt, Christian Bale, Matthew McConaughey, Edward Norton, Hugh Jackman, Johnny Depp, Jim Carry, etc.). Fichado desde un principio como una revelación dentro del campo de la actuación, DiCaprio ha sabido a su vez surcar los avatares embravecidos de la industria cinematográfica, aprendiendo, eligiendo y actuando con inteligencia, como también saliendo avante tras proyectos que hubieran podido eclipsarlo por exitoso o por desafortunado.
Cuando su explosivo estrellato se dio en la década de los noventa del siglo pasado (con películas como: What’s eating Gilbert Grape?, The Basketball Diaries, Total Eclipse, Titanic y The Man in the Iron Mask), en verdad su carrera y consolidación como actor vendría con los papeles de los años 2000 que haría junto a directores de la talla de Boyle, Spielberg, Scott, pero sobre todo, con Martin Scorsese (quien lo ha tomado casi como actor fetiche). Este último es quizá el director más importante en su trayectoria, pues marcaria una fase o etapa de fortalecimiento interpretativo y de éxito comercial, que iniciaría con Gangs of New York (compartiendo pantalla y protagonismo con el gran Daniel Day-Lewis), se afianzaría con The Departed (al lado Jack Nicholson) y “culminaría” con The Wolf of Wall Street (próximamente, está prevista otra colaboración entre estos dos grandes y R. DeNiro en Killers of the Flower Moon, donde DiCaprio oficia también como productor).
No obstante, tras la primera década del 2000, su carrera en ascenso llegaría a una nueva etapa al lado de directores como Nolan, Eastwood, Tarantino e Iñárritu. Esto dos últimos, son en suma los que afianzarían del todo un camino por demás brillante, con papeles altisonantes como el «Monsieur» Calvin Candie de Django Unchained (un papel antagónico, crudo, despiadado y con fino humor negro), el Hugh Glass de The Revenant (papel enérgico, brutal y emotivo que le daría un muy perseguido y aplaudido Oscar, entre otros premios de gran categoría) y un sutil Rick Dalton de Once Upon a Time in Hollywood (donde interpreta a un estancando, deprimente y soberbio actor hollywoodense, a codo con un también aplaudido Brad Pitt). Por demás, una trayectoria que nos muestra un actor potentísimo, capaz de llevar a cabo interpretaciones trágicas, dramáticas, metódicas, elegantes, reflexivas, delirantes y cómicas. Total, una figura que vale la pena buscar desde sus pueriles inicios a sus maduras realizaciones (que se espera continúen del mejor modo).
What’s eating Gilbert Grape? (1993) por Lasse Hallström
“Ese cuerpo brillo de lo nuevo
es,
en su propia transformación luz…
Ése, es un cuerpo
que cambia
que empuja las ruinas
que funda su suelo en el tiempo”
Mario Opazo
Poeta chileno
En un mundo en la frontera entre lo tradicional y lo moderno, existe una familia nada común que de un modo otro está viviendo los cambios que supone la puesta en marcha de nuevos proyectos. Gilbert Grape (Johnny Depp) es un joven encerrado entre la familia y su pueblo, ensimismado y nostálgico dentro de un entorno nada fácil: trabaja en un pequeña tienda para sostener una familia disímil que va desde una madre obesa y acomplejada, una hermana hogareña y otra más que podríamos considerar una adolecente y por ultimo (pero no menos importante) un hermano que sufre una discapacidad mental.
Endora es un pequeño pueblo monótono (donde por lo general no ocurre nada sorpréndete) enclavado en el medio oeste norteamericano: marco prefecto que por lo común utiliza el director Lasse Hallström (Mitt liv som hund; The Cider House Rules; Chocolat; Casanova), para contarnos sobre el cambio y como este actúa o se percibe dentro de algo aparentemente costumbrista y cotidiano. Esta obra cuenta además con esa virtud que tiene toda buena novela o buena película, adentrándonos en un ambiente sencillo y regional, para hablarnos del mundo y esos giros casi desapercibidos que se van dando.
La familia Grape es la metáfora sobre las cadenas de la costumbre: pesada, repetitiva, enojosa, pero con algunos contrastes, más cuando se empieza a tener contacto con nuevas cosas que llegan del exterior. Eso otro diferente que hay más allá, eso que los rodea, próximo o distante, positivo o negativo. Algo muy relativo para un entorno tan abstraído como el que se nos pinta. Con la llegada de unos almacenes de cadena y un nuevo comercio de alimentos, Gilbert Grape, uno más de este pueblo agricultor y de pequeños negocios, observa con distancia los cambios que se suceden, pues otros cercanos a él se sienten vulnerables ante estos hechos.
A mi modo de ver Arnie Grape (el personaje revelación que interpreto intensa y magistralmente en sus albores Leonardo DiCaprio y que le daría su primera nominación al Oscar y al Globo de Oro) es la metáfora de una vida intrépida pero estancada. Que aunque con una edad que raya con el fin de la niñez, es aún retraído, inocente, olvidadizo, habitual y muchas veces irritante. Gilbert, por lo contario, es ese habitante que, si bien trata de amoldarse y cuidar de eso que siempre ha cuidado, ve con alguna intriga el cambio que llega (si bien la película fue traducida al español como ¿A quién ama Gilbert Grape?, considero significativo el titulo original de la obra, al hacer referencia a ese: ¿Que está comiendo Gilbert? Que está masticando, tomando, digiriendo… hasta, qué está pensando).
Y nada mejor para mostrar simbólicamente el cambio que por medio del movimiento y/o de lo errante (que increpa todo conformismo y esclavitud). Gilbert Grape acude con su hermano a ver cada año un paso de remolques y casas rodantes, y se ve en un momento dado interesado por una chica joven (Juliette Lewis), entusiasta y peregrina, que se toma un tiempo por una contingencia y se queda cerca del pueblo (tanto el espíritu joven como el tiempo que se toma me son significativos, casi similar a lo que sucede en el film Chocolate). Dentro de un contexto que no ofrece otra cosa que el mismo soporífero acomodamiento, finalmente, con una conclusión inesperada, dramática y apasionante, Gilbert (el habitante) y Arnie (la vida), con las cenizas del pesado pasado en sus manos, deciden asumir y enfrentar su presente, cursar camino y cabalgar la dificultad del cambio (siempre presente, pues nada permanece igual: el cambio es la norma, no la excepción). Quizás buscando ese movimiento en vital transformación, más que ese reformar (anudado al discurso del desarrollo) que precisa de permanente aceleración y vértigo (con aires de cambio) pero que pasa de algo monolítico a otra cosa casi similar o rutinaria (que es lo que está pasando en el pueblo que van dejando atrás).
The Revenant: el renacido (2015) de Alejandro G. Iñárritu
“Una sola hora en un mundo en que todo se ha reducido al crimen es ya algo extraordinario”
Ferdinand Celine
Viaje al final de la noche
A lo mejor no sea la mejor obra (o las más trascendental) de Alejandro G. Iñárritu (más allá de los premios obtenidos), pero sigue ese patrón suyo de ser potentísima y aventurada. Inspirada en hechos reales (con ciertas dosis de acción: aun cuando la realidad siempre puede superar a la ficción), este film narra las peripecias de supervivencia y venganza por las que tuvo que pasar el “hombre de montaña” Hugh Glass. Tras ser abandonado en medio de un helado territorio hostil por sus compañeros de expedición, luego de ser atacado por un oso grizzli (acaso uno de los más brutales y realistas ataques animales visto en una pantalla de cine) y de que fuera asesinado su hijo mestizo.
Iñárritu nos desplaza a unos territorios magníficos (e inclementes) y a una realidad con bastante profundidad (una experiencia sensorial única, principalmente gracias al maravilloso trabajo visual). Sintiendo así muy de cerca la historia, la travesía, las batallas, la tragedia y a los liosos personajes. Este duro y crudo retrato humano (y hasta paternal), es una muy interesante e importante visión (dentro del mismo western) donde se nos muestra el actuar y las consecuencias del colonialismo en estos parajes salvajes al norte de los EE.UU. Enmarcada en ese mundo de los “mountain man” o tramperos, hombres decisivos a la hora de abrir caminos para la conquista durante el siglo XIX, el argumento surca los territorios de ese otro lejano oeste donde el comercio de pieles de castor se daba a la par con la expansión y la lucha contra los nativos entre los ríos Missouri y Yellowstone. Es así pues, otra historia sobre el miedo y el horror dentro de lo humano, otra historia sobre el corazón de las tinieblas, otro viaje hacia la noche.
Dentro del argumento del film es posible observar cómo se dejan de lado muchos estereotipos dicotómicos sobre el bien o el mal (lo blanco o lo negro). En esta tierra lejana nadie pasa por ello, pues como se nos dice en una parte de la extensa historia: “todos somos salvajes”. Todos han caído (o pueden llegar a caer) en ese abismo de la condición humana en pro de vivir o sobrevivir. Al mejor estilo de Sam Peckinpah todos son malos o menos malos, todos y cada uno fueron cayendo en el mundo de la hostilidad y la venganza, creando un territorio turbio y criminal (incluso la misma naturaleza actúa como una bella antagonista). De todos era la sangre derramada (sin embargo, no se deja de lado que tal barbarie y culpa vino de otro lado). Es aquí donde es interesante el personaje de Glass: un tipo ambiguo, un hombre en la línea, nutrido en la sabiduría indígena pero aun así, un temible blanco, resultado de la dureza de ese lugar y ese periodo histórico, de un contexto asfixiante (lleno de espanto). Entonces es cuando nos damos cuenta que la trama “simple” de supervivencia se complementa con otra, con el contexto brutal en el que se desarrolla la historia, lo que hace aún más interesante la hazaña de Glass: el miedo a lo extraño (de sí y del otro).
Finalmente, si bien la temática y el guion (asentados sobre el dolor, la venganza, la violencia, la capacidad humana y el ímpetu) no son del todo novedosos y hay veces peca por caídas de ritmo, el film es técnicamente y dramáticamente el mejor dentro de lo que cabe del western y la aventura. El distinguido director de fotografía, el mexicano Emmanuel Lubezki (Birdman, Gravity, The Tree of life, The New World, etc.), le da una energía vital a esta obra, con cierto tono melancólico y delicado propio de estos entornos invernales y montañosos. Cargando con suntuosidad y belleza este espacio natural más allá de lo rudo y cruel que resulta el entorno en la historia (lo que recuerda mucho sus trabajos sublimes con Terrence Malick). Otro aspecto a destacar dentro del film es la memorable e inspirada interpretación de Leonardo DiCaprio (con la que gana su primer Oscar, al venir con una racha importante de buenos y maduros papeles, destacándose junto a Scorsese y Tarantino) y la del antagonista Tom Hardy (que ha demostrado bastante destreza, y que en este film le da cara y voz a un obscuro y muy bien logrado sureño, siendo acaso su proyecto más exigente).
A nivel técnico es de subrayar además, dentro de esta sobrecogedora belleza y hostilidad; dentro de esta lucha por la supervivencia y los planos inmensos de la naturaleza (captados lo más real y asombrosamente posible con luz natural y lentes esféricos o gran angulares, principalmente de 12, 14 y 18 mm), las escenas e imágenes oníricas (poéticas e introspectivas), los planos secuencia y los primerísimos planos a los que ya Iñárritu nos ha ido acostumbrando y adentrando con gran maestría. Es un film imperdible, visceral e inmersivo, que nos trasporta en el tiempo al lugar y a la posición donde nadie quisiera estar: a la lucha cara a cara de un hombre con lo totalmente otro y la muerte.