La peor persona del mundo (2021), de Joachim Trier

La peor persona del mundo: Quinto largometraje del director noruego quien nos ha cautivado los últimos años con sus producciones que invitan a la reflexión. Entre sus títulos están: Reprise, (dos escritores principiantes que intentan triunfar en el mundo literario), Oslo (adaptación libre de Fuego Fatuo donde su protagonista se reencuentra con su vida anterior después de dejar la institución donde se recupera de las adicciones), El amor es más fuerte que las bombas (con reparto internacional cuyo personaje principal es una fotógrafa de guerra) y Thelma (historia que explora el género fantástico a través de una adolescente con poderes sobrenaturales). Cuatro películas donde la experimentación de la forma, la ciudad y la densidad de personajes parecen ser imprescindibles a la hora de crear. Los personajes de Trier se desplazan dejando ver ciudades y espacios noruegos de manera mágica. Luces, colores y elementos del paisaje y la arquitectura están encuadrados para dar marco a la historia, pero también para convencernos de que la imagen urbana sigue siendo tan extraordinaria como la que encontrara Walter Benjamin en la París de fines de Siglo XIX.

Más de dos horas de movimiento. Movimiento urbano, ritmo de una ciudad de día y de noche. La ciudad que pertenece al mundo de los treintis. Estudios, trabajos en relación al arte; en una cafetería; en una librería; fiestas; encuentros; charlas y caminatas. Desplazamientos por una Oslo actual que, más allá de los temas abordados y un clima afligido -que suele marcar el horizonte como nubes densas acumuladas en el cielo en las películas de Trier-, deja ver una ciudad repleta de luces y tonalidades que conmueve en cada uno de sus atardeceres.

En doce capítulos, un prólogo y un epílogo –manera interesante de contar una historia-, Renate Reinsve en el papel de Julie busca su lugar en el mundo. En su ciudad. En su época de la vida. Esto la lleva a deambular por carreras de las que primero tiene seguridades y después van quedando atrás por nuevos entusiasmos hasta terminar gastando el presupuesto de una beca escolar en equipos de fotografía, que en un primer momento interpretamos será, otra de sus intereses efímeros.

Y es que efímero parece ser el mundo en el que se mueve. Los vínculos que genera, las convicciones que tiene. Pero, parecer ser no necesariamente es ser. Es por eso que a la hora de identificar los temas encontramos que se abordan desde la sexualidad, el amor, la maternidad, y el paso del tiempo hasta la muerte. Problemáticas no menores que se tejen en una trama que tiene a Julie y sus dos parejas, -un siempre impecable Anders Danielsen Lie como Aksel y Herbert Nordrum en el papel de Eivind- como ejes conductores de la profundidad.

Las relaciones familiares cambian, como los tiempos, esto queda demostrado en las escenas que el director desarrolla para contarnos sobre sus padres divorciados y el vínculo que tiene con cada uno de ellos. Con su padre quien ha vuelto a formar pareja y tiene otra hija es casi nulo y pareciera que sólo tiene lugar a partir de la intención de Julie. Su madre es presentada en la escena de su cumpleaños número treinta y es en este punto donde la protagonista se pone en relación de lo que estaban haciendo las mujeres –casadas, viudas, cantidad de hijos- en generaciones anteriores a esa edad. Es en ese momento donde se acentúa un recurso que el director sostiene durante toda la película y es el de la voz en off que despliega información y cuestionamientos de la protagonista.

Uno de los temas que atraviesan la película es la maternidad. Maternidad en relación con la edad. Maternidad en relación a los amigos con hijos, a la propia familia, a la pareja. El sí o no parecen ser la única respuesta a una pregunta que está en relación a diversos factores en la época actual, la del espacio tiempo de Julie, y que hasta hace poco no se consideraba o se cuestionaba cuando la decisión era negativa, si es que la mujer se atrevía a pensarlo.

Instantes. Retrato de la vida, las relaciones y las mujeres de hoy. Tristeza y alegría, lágrimas y risas conviven y van pasando página minuto a minuto, integrando el devenir de los personajes, de manera fragmentada y, a su vez, como parte de un todo. Y dentro de estos instantes fugaces: la belleza. Belleza de una mirada, del plano de una ciudad nocturna desde un balcón, del interior de una casa, la geometría de un edificio, la sonrisa auténtica de una relación que comienza, una pareja sentada a contraluz en un banco de plaza.

Experimentación con el lenguaje. Pausar la cinta sin detener al personaje principal, envolver con la cámara una acción detenida, deformar una imagen a partir del consumo de alucinógenos, insertar personajes de comics conviviendo con la historia son algunos de los recursos de los que el director se vale para focalizar acciones que están en relación al mundo de la protagonista. Una protagonista que intenta, a través de una búsqueda auténtica y personal, vivir su vida.

La peor persona del mundo viene a confirmarnos que Trier no solo es un gran director que expone las problemáticas, tiempos y características de su generación, sino que se torna necesario al invitarnos a reflexionar a partir de la forma que tiene de componer su obra. 

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