Midnight in Paris es un cuadro de Renoir en movimiento. Sólo por la fotografía, ya merece la pena. El film de Woody Allen es como una terraza en el corazón de Montmartre, como navegar por el Sena en Bateau Mouche o como pasear por los Jardines de Luxemburgo. Si me permiten la licencia poética, es un baile parisino de los sentidos, desde la vista hasta el oído, ya que cuenta también con una excelente banda sonora con clásicas joyas del jazz como el Bistro Fada. Para terminar con el tema estético, que es sobresaliente, cabe destacar el atrezo y la ambientación de tres etapas distintas y claves en la historia de la ciudad del amor.
El guion, para nostálgicos del pasado y amantes de la literatura, puede ser apasionante. Una historia que salta entre el París actual, el de los años veinte y el de la Belle Époque. Un guionista norteamericano, frustrado en su trabajo y deslumbrado por los pesos pesados de la literatura de antaño, cuando hace los preparativos de boda junto a su novia y sus suegros, encuentra en París su vía de escape y el motor de su inspiración. A punto de casarse y adentrarse en una vida anodina que no le entusiasma demasiado, halla en sus paseos nocturnos por la capital francesa la respuesta a muchas de sus preguntas y la solución a muchas de sus angustias. Además, debido a un extraño y acertado juego temporal, recibe los consejos, opiniones y críticas de personajes ilustres de la talla de Hemingway, Fitzgerald o Gertrude Stein.
Midnight in Paris nos muestra a un Woody Allen edulcorado, romántico y excepcionalmente estético, muy lejos del atormentado intelectual de finales de los setenta enganchado inevitablemente al psicoanálisis
Quizá el envoltorio valga más que el núcleo, me explico: los actores están por debajo del bello lienzo; simplemente, son dignos pilares de la obra, un marco apropiado que ni desprestigia ni ensalza la película. De los principales, no destaca ninguno. A Owen Wilson, el protagonista, le falta gracia, garbo y salero; sin embargo, Rachel Mc Adams está más fina porque da bastante bien en el papel de pija mimada. Marion Cotillard, la tercera en discordia, resulta insulsa y eso que tiene en su haber una espectacular belleza. En cambio, los secundarios sí son de lujo: Adrien Brody, en su fugaz intervención, encaja muy bien en el personaje de Dalí, Corey Stoll hace creíble a Ernest Hemingway y Kathy Bates interpreta estelarmente a Gertrude Stein.
Midnight in Paris nos muestra a un Woody Allen edulcorado, romántico y excepcionalmente estético, muy lejos del atormentado intelectual de finales de los setenta enganchado inevitablemente al psicoanálisis. El guion es original y entretenido, pero el desenlace es algo flojo. El típico final en el que se nota que el creador tenía prisa por terminar. A pesar de todo, es una buena y, sobre todo, bella película que disfrutarán en especial los amantes de los libros y de la bohemia más glamurosa, la de París.
Podemos notar lo que en realidad es parís en una sola película. -Gustavo Woltmann.