Un Elvis del siglo XXI

«Puede verse, disfrutarse y, para los que no conozcan mucho al Rey, quizá atisben desde lejos la grandeza de Elvis.»

Amanerado, llorón y blandengue. Para un fan de Elvis como yo que lleva escuchándolo desde hace más de treinta años y que creció viendo sus películas horteras, Austin Butler no logra hacer creíble al personaje. El chico lo intenta y lo intenta bien, incluso a veces imita con acierto las contorsiones del cantante, pero ahí se queda (aprobado alto). Elvis, Sr. Luhrmann, era un macho, un macho alfa, y le guste o no a la puritana sociedad woke neoliberal al servicio de la agenda 2030, se llevaba a docenas de coristas a su habitación y se lo pasaba teta (nunca mejor dicho). Así que no me vengan con m… bufonadas y muestren al hombretón que fue. Promiscuo, sí; drogadicto, también (por inocente) e incluso algo paleto si me aprietan pero, según parece, muy buena persona. Leal con los suyos siempre y con un buen par de cojones, sobre todo, cuando cantaba. El hecho de que vistiera trajes coloridos y se maquillara los ojos no quería decir que fuera ambiguo o que tuviera que estar gimoteando todo el día como una niñata malcriada (como se muestra en la cinta). ¡No!, no me malversen al Rey, por Dios. 

Tom Hanks, sin embargo, está sublime, oigan, una interpretación de matrícula de honor. Sibilino, ludópata, embaucador… Un papelón de cabronazo que sólo un actor de la talla de Hanks puede bordar a la perfección. Él es el narrador de la Historia y él encumbra al film a la categoría de buena película. Él y el guion. El guion es original: esa relación de amor – odio entre el Coronel y Elvis tiene su aquel, pues se aprecia la inocencia del uno y la perversidad del otro en continua pugna. La ambientación, la fotografía y el entorno circense con los típicos tintes paranoicos del Director Luhrmann me placen aunque pueden no cautivar, esto ya va en gustos, pero lo cierto es que esa puesta en escena cabaretera es llamativa y no aburre.  

Por otro lado, advierto a mis lectores que no es una película musical y no hay apenas rock and roll del bueno. Samplean (como se dice ahora), desde el pecado más mortal y sin ningún respeto, varios éxitos rocanroleros de toda la vida haciendo un regüeldo modernito que cuesta digerir y que se intenta adaptar a las nuevas generaciones. ¡Que les den a los millennials, a los X y a la… que les parió! Pónganles a los jóvenes de ahora música de verdad, sin remezclas ni añadidos chorras de lavadora centrifugando, a ver si despiertan de una vez de su adoctrinado letargo y de su miseria cultural. La voz de Austin (a la que le falta un par de litros de testosterona) se atreve con algunos clásicos como Trouble y no le llega ni a la suela de los zapatos a la voz de Presley, así que se queda en una falsificación de mercadillo apta para un karaoke cutre de barrio. 

SI son ustedes fans de Elvis como yo, no verán al Rey, pero sí disfrutarán de una película bastante chula (como dicen los que gobiernan), sobre todo, por la interpretación de Tom Hanks. No encontrarán mucha música, salvo algunos temas de todos conocidos, algunas remezclas vomitivas y alguna versión curiosa como la de Maneskin, los italianos que ganaron Eurovisión el año pasado. Yo acudí a la sala con la clara intención de emocionarme, la verdad, porque iba a ver una cinta sobre mi ídolo de juventud y sólo lo conseguí en los últimos minutos después de más de dos horas y media de visionado. En fin, puede verse, disfrutarse y, para los que no conozcan mucho al Rey, quizá atisben desde lejos la grandeza de Elvis. En fin, ¡larga vida al Rock and Roll y a este tipo de monarquías! 

Calificación7
7

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Guillermo Pérez-Aranda Mejías

Soy un escritor romántico con matices quevedescos. Disfruto con lo absurdo del surrealismo y me apasiona encarcelarme en mi castiza torre de marfil, donde desarrollo mi creatividad rodeado de música, de libros, de cine y de lo más selecto de la humanidad huyendo así, en la medida de lo posible, de lo más mundano. Roquero trasnochado y poeta de lo grotesco, he decidido, como si fuera un samurái que se destripa por su honor, entregar mi vida por entero al arte.

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