Desgarrador y brutal serían los dos adjetivos que mejor definirían al film ‘2:37 (La hora del suicida, 2006)’. Desgarrador por el dolor que acumula cada uno de los personajes, brutal por como el director Murali K. Thalluri muestra sin tapujos este sufrimiento.
Con tan sólo 22 años, el director australiano nos sumerge en una atmósfera opresiva, sensación transmitida a través de recurrentes planos subjetivos que ahondan en la inestable psicología de los protagonistas, 6 estudiantes con diferentes patologías: bulimia, depresión, autodestrucción, ansiedad, etc. Marcus es un joven que quedó traumatizado cuando su padre mantuvo relaciones sexuales con su canguro, Melody está embarazada tras ser violada por su propio hermano, Luke es un buen deportista que no acepta su homosexualidad, Sean es adicto a las drogas… Y todo ello contado a través de un estilo y una estética que recuerda mucho a ‘Elephant‘ de Gus Van Sant.
A pesar de su apuesta radical y de haber estado nominada al premio Un Certain Regard en Cannes, ‘2:37‘ es una total desconocida a nivel internacional. Esto, sin duda, es debido a su escasa o nula distribución (depende el país). Sin embargo, los que la han visto saben que es difícil olvidarla, no hablar sobre ella.
Thalluri tenía 22 años cuando terminó de rodar esta película. “No tenemos porque ponerle un nombre a todo” sería un buen título para su crítica: 95 intensos minutos que son conducen de forma continuada a situaciones extremas, sin buscar una verosimilitud, sin dobles lecturas ni sutilezas. Thalluri busca hacer sentir (sensaciones por lo general no muy agradables), y lo consigue.
Los acontecimientos de ‘2:37‘ se localizan en un instituto, pero desde luego no es esta la típica película de adolescentes. De hecho, no es la típica película en casi ningún aspecto. No apta para el disfrute, no apta para devorar palomitas. Murali K. Thalluri desangra sin piedad la personalidad de los personajes principales, sin hacer mucho caso al causa-efecto. Es posible que a alguien le chirríe el principio, es probable que a alguien le chirríe el final, es posible que a alguien no le encaje nada, que adopten una opinión muy negativa del film, pero es indudable que su visionado es una experiencia que no deja indiferente a nadie.
