El creyente (2018), de Cédric Kahn – Crítica

El creyente (2018), de Cédric Kahn

El creyente muestra como las elecciones son constantes en nuestras vidas y que la espiritualidad vive en permanente lucha con lo pedestre.

Tiran más dos tetas que dos carretas. Yo la titularía así, ya verán porqué, no les quiero hacer un spoiler. Se trata de un chaval corriente de veintidós años enganchado a la heroína que va a un centro religioso para recuperarse. El lugar, perdido de la mano de Dios en unas montañas tipo Heidi, es ideal para quitarse el mono o para criarlo (según se mire): vida asceta, cancioncitas del tipo alabaré y un corte de pelo a lo skinhead, pero sin calzar Dr. Martens. Trabajo duro, madrugones incoherentes, rezos a todas horas y un frío de pelotas. Además, no te dejan solo ni para ir al cuarto de baño, todo muy en comunidad y en hermandad armoniosa, al estilo secta, vaya. Lo curioso es que si te hartas y te lías a hostias con la peña porque quieres meterte un pico, entonces te retienen, te abrazan y, para colmo, te piden perdón porque no te han demostrado el suficiente amor. Raro que te rilas, Marisa.

Aunque al principio choque, luego parece efectivo. La gente se cura o la palma, no hay término medio, y los apoyos son desde la crudeza, sin melindres ni edulcorantes clásicos al estilo Hollywood. Pero, el chaval es un chaval y las hormonas son las hormonas, y cuando la vecina está para mojar pan, pues sale el Sol por Antequera… Sin embargo, el drogota se va encarrilando poquito a poco y, si le sobrevienen las dudas o las inseguridades propias de la edad, acerca de su fe y de su felicidad, ya está ahí una monja con una manaza tremenda que aplica una terapia infalible a base de leches dobladas que enderezarían al mismísimo Tyson: Mano de santo, oigan, y nunca mejor dicho.

Una cinta normal tirando a buena con tratamientos nuevos a considerar y a aplaudir.

El ritmo de la película es algo lento y el chico algo insulso, pero buen actor. Ya estamos pasando los tiempos en que los actores y las actrices tenían que estar siempre tremendos superando así las dictaduras de los cánones estéticos. Esto es un logro y da verosimilitud al film haciéndolo más creíble, más humano y más próximo.

El guion es notable, el color apropiado y el ritmo, como ya he dicho, a falta de un acelerón. Sin embargo, es una producción que hay que ver, que casi emociona y que quizá te deje demasiado frío para el tema tan duro que trata. Pero, hay que reconocer que tiene un “noséqué” que la evita ser mediocre. Además, el que en una película en la que se ve el camino hacia la fe de un muchacho descarriado haya un buen polvo, es un contrapunto que no desentona y que le aporta su puntito de sal.

Una cinta, en definitiva, normal tirando a buena con tratamientos nuevos a considerar y a aplaudir. Una película que trata el camino hacia la fe en Cristo como contrapunto del vicio de la droga, sin olvidarse de los pecados capitales como la lujuria. Una historia en la que se concluye que las elecciones son constantes en nuestras vidas y que la espiritualidad vive en permanente lucha con lo pedestre.


Sinopsis Para superar su drogodependencia, Thomas, un joven de 22 años, se une a una comunidad religiosa aislada en el monte en la que los jóvenes se rehabilitan a través del recogimiento espiritual. Thomas habrá de pelear con sus demonios interiores, con su rechazo inicial y con la presencia de Sybille, de la que comienza a enamorarse.
País Francia
Dirección Cédric Kahn
Guion Cédric Kahn, Fanny Burdino, Samuel Doux, Aude Walker
Fotografía Yves Cape
Reparto Anthony Bajon, Damien Chapelle, Àlex Brendemühl, Louise Grinberg, Hanna Schygulla, Antoine Amblard, Colin Bates
Género Drama
Duración 107 min.
Título original La prière
Estreno 07/06/2019

Calificación6.5
6.5

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Guillermo Pérez-Aranda Mejías

Soy un escritor romántico con matices quevedescos. Disfruto con lo absurdo del surrealismo y me apasiona encarcelarme en mi castiza torre de marfil, donde desarrollo mi creatividad rodeado de música, de libros, de cine y de lo más selecto de la humanidad huyendo así, en la medida de lo posible, de lo más mundano. Roquero trasnochado y poeta de lo grotesco, he decidido, como si fuera un samurái que se destripa por su honor, entregar mi vida por entero al arte.

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