Fotogenia de la Guerra Fría (II): MI5 y MI6

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Kim Philby

Kim Philby

El zapatófono de Maxwell Smart, ‘Get Smart‘ (1965–69, Superagente 86, creado por Mel Brooks), los recursos del agente 007, renovados en cada entrega de la serie por un imperturbable “Q” (responsable de la división de investigación y desarrollo del Servicio Secreto Británico), las gafas de pasta que luce Harry Palmer prestadas por Michael Caine, los personajes creados por Ian Fleming, los espías vocacionales o  involuntarios de la filmografía de Hitchcock… todos ellos, absolutamente todos, eran irreales, meras construcciones, dramáticas o cómicas, que evidenciaban el espíritu de una época en la que el espionaje se convirtió en un factor estratégico más para los EEUU y para su adversario, la Unión Soviética.

El espía de carne y hueso, realmente existente. Era discreto, casi tosco, una hormiguita laboriosa y prudente. En absoluto el sátiro sexual, invulnerable y osado encarnado por el inefable 007. Tenía algo del funcionario como Harry Palmer, absolutamente nada de nada de ningún 007, filmado o por filmar, quizás pinceladas del Superagente 86 y, sin duda, dosis variables de los entrañables espías de Hitchcock. Esta es la historia del espionaje durante la Guerra Fría según el cine…


 

El espionaje en el siglo XX

Mata Hari

El espía siempre ha existido; su trabajo ha sido oscuro, alejado del relumbrón y de la fama. Los nombres de los espías de carne y hueso rara vez son conocidos, nunca ha existido un anuario del espionaje, ni un ranking de los mejores profesionales de la traición y la felonía, ni siquiera un premio internacional a la labor del agente más abnegado. Y es que la profesión de espía va unida al secreto. Desconfíen, por tanto, de aquellos espías con nombre, apellidos y que tienen por costumbre salvar a la humanidad en cada película. Y, por lo mismo, desconfíen del “pequeño Nicolás” cuando afirma seriamente aquello de que trabajaba para el CNI.

La tarea del espía no ha sido históricamente otra que la de recoger cualquier tipo de información que pueda beneficiar a la defensa de su país, anticiparse a los movimientos del adversario y facilitar conocimientos técnicos y científicos que permitan el desarrollo de armamentos para, como mínimo, igualar al enemigo. El siglo XX empezó con el Caso Dreyfus, militar francés de origen judío al que se achacaba haber vendido al Kaiser los planos de un mecanismo hidráulico de retroceso de un obús… nada grave ni decisivo, pero suficiente para enviarlo al mismo penal que al ‘Papillón‘ (1973) de Schafner, aceptable cinta protagonizada al alimón por Steve McQueen y Dustin Hoffman. Ni estaba tan claro que Dreyfus fuera culpable de algo (salvo de resultar odioso para sus colegas), ni siquiera que los datos que se pretendía había entregado al enemigo le hicieran acreedor de algo más que una amonestación y el envío a una guarnición de provincias. El Caso Dreyfus anticipó la triste fama que acompañó al espía en la siguiente centuria.

Durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial el espionaje aportó su granito de arena al esfuerzo bélico de cada bando. De Margaretha Geertruiida Zelle, más conocida como “Mata–Hari” se sabe, por ejemplo, que sirvió datos intrascendentes a los alemanes pero juzgados suficientes como para llevarla al paredón. Le compensó a ella que, sobre todo era actriz y bailarina, puesto que dos cintas honran su memoria: ‘Mata-Hari‘ (1931) de George Fitzmaurice con Greta Garbo como protagonista y la versión de Curtiss Harrington del mismo título (1985), mucho más libre y con una Sylvia Kristel, poco convincente en su encarnación de las cualidades eróticas de la espía. Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, durante la Segunda Guerra Mundial el espionaje apenas reveló nada sustancial ni decisivo para alterar el curso del conflicto y aquí la filmografía es amplia, desde ‘5 Fingers‘ (1952, Operación Cicerón) de Mankiewicz, hasta la más reciente en el momento de escribir estas líneas, ‘Five Seconds of Silence‘ (2016) de Zemeckis con Brad Pitt en el papel de espía enamoradizo. Material no falta y será enumerado donde le corresponda. Baste decir ahora que la época dorada del espionaje estaba por llegar. Y esa época debía ser la Guerra Fría.

A partir de 1947-48, el pluriempleo alcanzó incluso al mundo del espionaje. Resultó frecuente –y el cine lo refleja, como veremos– encontrar agentes dobles y triples. Conocer al adversario y tener acceso a secretos atómicos, aparecieron, bruscamente, como las dos necesidades prioritarias de cada bando. El espionaje estaba allí para resolver todo esto. Los occidentales partían con desventajas y se vieron obligados a reciclar a los espías del Tercer Reich que habían operado en el Este de Europa. En cuanto a los soviéticos, disponían de una red de devotos comunistas, miembros de partidos bolcheviques occidentales, y algún que otro idealista compulsivo para utilizarlos como quintacolumnistas fisgones.

Los éxitos del espionaje occidental fueron escasos en los años de la Guerra Fría. No consta que informaran de nada decisivo, tan sólo cumplieron por la mínima en el descubrimiento de espías del otro campo. Sin embargo, los soviéticos consiguieron hacerse, especialmente en los años cincuenta, con secretos militares y científicos de envergadura que les proporcionaron conocimientos suficientes para igualar a los EEUU en arsenal nuclear. El 22 de agosto de 1949, la URSS detonaba su primera bomba atómica. Tres kilotones. Realmente poco, porque en 1953 eran capaces de fabricar una bomba de uranio 235 y deuterio de litio de 400 kilotones. Dos años después, otra bomba de hidrógeno soviética alcanzaba los 1.600 kilotones (debemos remitir sobre todo ello al capítulo ya visto sobre “la destrucción mutua asegurada”). Ninguna de estas armas hubiera sido posible sin los datos sustraídos por las redes de espionaje soviético que actuaban en los EEUU y el Reino Unido. La cinematografía que se refiere a estos episodios es justamente la que nos interesa ahora. Su último (y muy digno) producto, como verán, es ‘The bridge spyes‘ (2015, El puente de los espías), oscarizado por la mínima.

Vamos a tratar de limitar nuestro estudio a películas que relatan episodios que, más o menos, tuvieron algo que ver con hechos reales o bien con cintas que reflejan fielmente una época.


 

Harry Palmer o como espiar lo mínimo

Harry Palmer

El MI5 inglés siempre ha suscitado la imaginación de novelistas y guionistas especializados en intrigas y complots. Cuando en 1961 se estrenó el primer episodio de la serie de televisión ‘The Avengers‘ (Los vengadores), nadie supuso que lograría estar ocho años en antena y que cuarenta años después, sería objeto de un remake en la pantalla grande. John Steed (Patric Macnee), apareció siempre rodeado de ayudantes femeninas agresivas, inteligentes y sofisticadas (Diana Rigg, Linda Thorson, Honor Blackman, encarnando a Emma Peel, Tara King  y Cathy Gale, cada una más inquietante que su precedente), pero a medida que fueron pasando las temporadas la serie se hizo cada vez más de ficción y menos próxima a la realidad. Sin embargo, influyó extraordinariamente incluso en los servicios secretos españoles de finales de los años 60. Como el superior del John Steed de ‘Los vengadores‘, el muy real coronel San Martín (encargado por Carrero Blanco de reorganizar la “inteligencia” española) era llamado por sus subordinados Madre y la sede del Servicio de Documentación de la Presidencia (primera CIA española) se conocía como la “casa madre”, los agentes eran “los primos”… fraseología extraída de esta serie televisiva. Espías, ingleses por más señas, pero espías irreales, aunque influyeron directamente en el espionaje real español.

Series y películas posteriores a ‘The Avengers‘ restituyeron el espionaje británico a dimensiones más creíbles, aunque menos glamurosas. Así como la CIA, desde su fundación, ha encarnado al espionaje canalla, el MI5 quiso asumir credenciales de seriedad, honestidad y rigor que luego resultaron no ser tales. Si lo que subyace en la historia real de la CIA (que Hollywood ha tendido siempre a enmascarar) son innumerables metidas de pata y fracasos continuados, errores de apreciación e implicaciones en negocios sucios, el MI5 destaca, sobre todo, por estar carcomido con agentes dobles y triples de los que aun hoy cuesta saber a quién eran leales. Pero, eso sí, muy pulcros todos, verdaderos gentlemen…

Esta ambigüedad del MI5 aparece ya en parodias de muy alto valor e interés como ‘The Ipcress File‘ (1965, Ipcress). Aquí, un juvenil Michael Caine, encarnando al relajado espía a la fuerza Harry Palmer, debe lidiar con unos jefes que desconfían unos de otros. La que fuera primera entrega de la serie de cinco cintas con el mismo protagonista, aparece en el momento en el que la figura de James Bond ya ha otorgado una aureola de sofisticación al mundo del espionaje. El ciclo de Harry Palmer lo restituye a sus dimensiones reales: funcionarios burocratizados, oficinas austeras, agentes aburridos, situaciones casposas protagonizadas por gregarios apáticos pero muy reales, suponen la contrapartida cínica al James Bond siempre a medio camino entre el superhéroe de la Marvel y el espía de inconmensurable osadía y sempiterno descontrol sexual. Harry Palmer liga, pero lo justo y necesario para no caer en el onanismo compulsivo. Los malvados, por su parte, también son de carne y hueso en este ciclo: agentes del KGB moderadamente sádicos, asesinos a sueldo de unos o de otros (o de ambos), traficantes buscavidas y malvados arrabaleros, nada que ver con los selectos canallas que dirigen SPECTRA o SMERSH, los Doctor No, los Scaramanga, los Blomfeld, los Auric Goldfinger, rivales de 007. James Bond, desde el punto de vista histórico, no tiene razón de ser en este repaso apresurado por el cine de espías de la Guerra Fría. Si lo hemos traído a colación es como antítesis de espías que se aproximan mucho más a la realidad y de los que Harry Palmer es arquetipo y paradigma.

El encuadre espacio–temporal de Harry Palmer son los mejores años de la Guerra Fría, los sesenta, desde Londres a Berlín; los personajes están inspirados en profesionales de los servicios secretos y en situaciones que –al menos, aproximadamente– existieron. En las tres primeras entregas del ciclo de Harry Palmer –’The Ipcres File‘ (1965), ‘Funeral in Berlín‘ (1966, Funeral en Berlín) y ‘Billion Dollar Brain‘ (1967, El cerebro de un billón de dólares)– lo que se pinta con cierto rigor es el clima de la época. Luego, las otras dos entregas –’Bullet to Beijing‘ (1966, Expreso a Pejín) y ‘Midnight in Saint Petersburg‘ (1996, Medianoche en San Petersburgo)– nos dirán mucho sobre ese período intermedio en el que la Guerra Fría ya había terminado y estábamos entrando, casi sin darnos cuenta, en el mundo globalizado y en la recta final hacia el siglo XXI. Pero se trata de pinceladas, nada más, aptas especialmente para quienes deseen informarse sobre el zeitgeist de aquellos años.

En la primera entrega de Harry Palmer, el tema es la existencia de una traición en el interior del MI5. Interesante porque eso era justamente lo que ocurría en la realidad. “HARP” era el acrónimo por el que se conocía a Harold Adrian Russell Philby, aunque sus amigos le conocieran como “Kim” Philby y para sus superiores del KGB fuera simplemente “Stanley”. La vida de Philby resultó siempre, hasta su fallecimiento en Moscú, mucho más interesante, sorprendente y azarosa que la de cualquier espía de ficción. Fue uno de los directivos de la inteligencia británica, institución que jamás pudo entender porqué Philby no renunció nunca a sus convicciones de juventud (que eran y fueron siempre marxistas). Tales convicciones le llevaron a incorporarse tempranamente a los servicios de espionaje soviéticos, primero al NKVD y luego al KGB. Permaneció en activo como agente doble un mínimo de treinta años desde principios de los años 30 hasta 1963, cuando sus jefes británicos cayeron en la cuenta de que sus verdaderos jefes estaban al otro lado del Telón de Acero. Su figura ha aportado al cine algunas de sus cintas de espías más interesantes.

Valdría la pena recordar que la película ‘The Fourth Protocol‘ (1987, El cuarto protocolo) dirigida por John Mackenzie y basada en la novela homónima de Frederick Forsyth, se inicia con una fantasiosa ejecución de Philby (encarnado por Michael Bilton) en territorio soviético, con lo que el cine inglés demuestra, no solamente su falta de interés por respetar la verdad histórica, sino cierta tendencia a presentar los hechos justo lo contrario de cómo ocurrieron verdaderamente. Philby falleció de muerte natural (acaso de infartos ocasionados por sus muchas esposas y amantes) en 1988  y sus cenizas reposan en el cementerio de Kúntsevo para héroes de la URSS a dos pasos de la tumba de Ramón Mercader, barcelonés de origen, moscovita de adopción y asesino de Trotsky como única ocupación relevante en su currículo (por si alguien siente curiosidad por la vida de Mercader le podemos recomendar ‘The Assassination of Trotsky‘, 1972 (El asesinato de Trotsky), con Alain Delon interpretando a Mercader y Richard Burton en el papel de Trotsky). ‘The Fourth Protocol‘ podría haber prescindido por completo de las escenas iniciales sin perder interés, pero Forsyth admiraba la vida de Philby e intentó colarla con calzador en su novela y en la aceptable secuela cinematográfica que le siguió.


 

El Philby fotogénico

El americano impasible

Se entiende por qué Philby ha dado tanto juego en novelas y películas. Desde su juventud fue amigo íntimo de Graham Greene, la precisión de cuyas novelas deriva directamente de haber trabajado para el MI6 (“inteligencia exterior” inglesa, espionaje en el extranjero; a diferencia del MI5, “inteligencia interior”). Se ha dicho siempre que Greene conocía (o al menos, intuía) las fidelidades dobles de Philby y que por eso se retiró de la inteligencia inglesa a fin de no verse obligado a denunciar sus manejos. Green es, sin duda, uno de los mejores autores de novelas de espionaje y uno de los más llevados al cine desde que en 1949 aportara el guión para ‘The Third Man‘ (El tercer hombre) de Carol Reed de la que ya hablaremos en otro lugar. Novelas que inspiraron películas como ‘The Quiet American‘ (1958, El americano impasible), ‘Our Man in Habana‘ (1959, Nuestro hombre en La Habana), ‘The Human Factor‘ (1979, El factor humano), ‘The Honorary Consul‘ (1983, Cónsul Honorario), etc, etc. Incluso ha sido objeto de algunos remakes: ‘El americano impasible‘ de Joseph Mankiewics, por ejemplo, mereció una segunda versión en 2002 dirigida por Philip Noyce que resultó mucho más fiel a la novela original. La interpretación de Michel Caine como actor protagonista hace creíble el episodio de la Guerra Fría situado en 1952. Es el período en el que se produce la rebelión vietnamita contra el colonialismo francés que terminaría en la derrota de Diem Bien–Phu. La película recibió una granizada de nominaciones a los Óscar y a los Premios Bafta.

Los servicios secretos británicos no salen bien parados en la novela de John Le Carré ‘The Tailor of Panama‘ que se utilizó como base para el guión de la película del mismo nombre (2001, El sastre de Panamá). Andy Osnard, un agente impetuoso y psicótico del MI5, encarnado por Pierce Brosnan, fuerza a un sastre –Geofrey Rush– a entregarle informes de espionaje completamente fantasiosos que conducen a iniciativas militares absurdas. El MI5 aparece como dirigido por gentes crédulas y avariciosas, incapaces de valorar la calidad de las informaciones que llegan a la Casa Madre.

Sin embargo, ni la novela ni la película eran completamente originales. A los espectadores (y lectores) no se les escaparon las similitudes de su argumento con las de una novela de Graham Greene escrita en 1958 (y mucho más comedida que el relato de Le Carré) ‘Our Man in Havana‘ que también desembocó en una interesante película del mismo título (1958, Nuestro hombre en La Habana). En este caso el protagonista no es un sastre sino un vendedor de aspiradoras metido a agente secreto; el escenario no se desarrolla en el Panamá de los años 80, sino en la Cuba donde Fidel Castro ya amenazaba desde Sierra Maestra. Todo lo demás es demasiado similar para no hablar de plagio. Los planos que el improvisado agente envía a Londres, no son de misiles sino de las propias aspiradoras que vende. Alec Guinnes anticipa el papel que cincuenta años después asumirá Geoffrey Rush: un pobre hombre que solamente aspira a sobrevivir en un país extraño a su cultura británica. El MI5, igualmente, aparece como un servicio de inteligencia dado al patinazo, al chasco y al descontrol.

Pero no siempre el espionaje inglés queda tan mal parado. Kim Philby y el llamado “Grupo de Oxford” iban a proporcionar al MI5 momentos mucho más dignos (e incluso gloriosos), a pesar de que se trató de una pandilla de espías que traicionaron al país que les vio nacer.


 

Philby y los “chicos bien” del Grupo de Oxford

Cambridge Spies

La figura de Philby aparecía ya en la novela de Graham Greene ‘The human factor‘, que fue llevada al cine en una película más o menos frustrada, pero que, en cualquier caso, nos ayuda a entender el problema de Sudáfrica durante el periodo del appartheid. Aparece el problema de la traición en el interior del MI5 y el protagonista es acusado erróneamente de deslealtad. La figura de Philby recorre la trama desde la sombra. Lo mismo ocurre en ‘Tinker, Tailor, Soldier, Spy‘ (1979, Calderero, sastre, soldado, espía), miniserie de TV dirigida por John Irvin y protagonizada por Alec Guinnes. La novela en la que se inspiró la trama se debía a John Le Carré quien, a su vez, se había inspirado en la biografía de Philby para componer su famoso personaje George Smiley.

Indudablemente, la mejor interpretación de Smiley fue encarnada por Gary Oldman en ‘Tinker Tailor Soldier Spy‘ (2011, El topo) con título en inglés idéntico al de la película de Irvin. La cinta transcurre en los años 70 y muestra con un rigor propio de copista medieval, el clima interior del espionaje británico en aquellos años. Nuevamente, no existe una alusión directa a Kim Philby, pero es sobre él, y sobre las investigaciones que llevaron al descubrimiento de su traición, sobre lo que gira la trama.

En todas estas películas, los protagonistas “tienen algo” de Philby, pero no son Philby. Hubo que esperar al tercer capítulo de ‘The Company‘ (2007, La Compañía) para que la miniserie basada en la novela de Robert Littlel resumiera –con bastante fantasía y mucha más épica que rigor– las luchas entre los servicios secretos de Occidente y de la URSS durante la Guerra Fría. La miniserie abarca desde 1950 hasta 1991, es decir, nos proporciona una panorámica, sino histórica, sí, al menos, realista de lo que fue el espionaje en aquella época. La ambientación es, por cierto, irreprochable. El papel de Philby es interpretado por Tom Hollander del que lo menos que puede decirse es que se parecía al espía tanto como un huevo a una castaña.

Mucho más rigurosa y centrada exclusivamente en el “grupo de Oxford” es ‘Cambridge Spies‘ (2003, Espías de Cambridge) también con formato de miniserie para TV en cuatro entregas. Es, sin duda, la película más realista sobre este episodio histórico. En esta ocasión, Tom Hollander interpretada a Guy Burgess (al que, por cierto, para variar, tampoco se parecía físicamente ni por asomo). La película, por supuesto, contiene elementos fantasiosos pero nos muestra como cuatro “chicos bien” tuvieron en jaque durante casi treinta años al MI5 y cuáles fueron sus interrelaciones personales. El protagonista indiscutible de la trama es Philby y, lamentablemente, abarca desde el tiempo en el que empezaron a espiar para los soviéticos (con la excusa del antifascismo) hasta la deserción de Burgess y Maclean en 1951 con la Guerra Fría aún en su primera fase. La parte sentimental ocupa un lugar destacado en la trama (y, quizás, hubiera algo de eso entre las retorcidas motivaciones de este grupo de agentes dobles).

Desde James Bond sabemos que los espían también aman (y si se nos apura, por lo visto, aman más que los funcionarios de correos, los tragasables o los dependientes de mercería). No es raro, pues, que los amores de Philby se tornen el elemento central de una película como ‘A different loyalty‘ (2005, Tercera identidad) cuyo guión está basado en las relaciones de Philby con la que sería una de sus esposas, Eleanor Brewer (presunta inductora de algunos de sus infartos). La cinta es interesante porque engloba otro período en la vida de Philby (y, por tanto, en sus andanzas como espía) que había quedado fuera de ‘Cambridge Spies‘. La narración termina en 1963 cuando deserta definitivamente a la URSS. La película, producida en Canadá, tiene a Sharon Stone y Rupert Everett como protagonistas. Los nombres de Philby y de la Brewer no aparecen en ningún lugar, pero los personajes son ellos, están inspirados en ellos y, no en vano, se advierte al inicio que la cinta “está inspirada en hechos reales”. En esta película, Philby aparece como “el tercer hombre” (y lo era, al lado de Guy Burgess y Anthony MacLean), lo que remite inmediatamente a la famosa película protagonizada por Welles en 1949. Pura casualidad: el malvado y cínico Harry Lime nunca fue, ni Graham Green pretendió que fuera, Kim Philby. Le tenía demasiado respeto (e incluso, miedo) como para presentarlo con unos rasgos tan desaprensivos como al personaje encarnado por Welles.


 

¿Qué hacemos con los agentes dobles?

Nort by Northwest

Otro apartado novelesco pero con visos de realidad es cuando la CIA o el MI5 pretenden eliminar a un agente que –con razón o sin ella– consideran que ha traicionado. Varias películas tocan este tema de una manera dramatizada, pero con un trasfondo de realidad. En ‘Scorpio‘ (1973) Burt Lancaster (“agente Cross”) es considerado como traidor por la dirección de la CIA que contrata a un asesino profesional (Scorpio, interpretado por Alain Delon). La película tiene momentos trepidantes y muestra la implacabilidad de los servicios de inteligencia, algo que, más o menos, tiene visos de verosimilitud. En ‘The Sell Out‘ (1976, Espías sin mañana), se riza el rizo: no uno sino tres servicios de inteligencia (CIA, KGB y Mosad) intentan eliminar a Gabriel Lee (Oliver Reed), un agente de la CIA considerado como peligroso que primero desertó a la URSS y luego a Israel. Existieron agentes de este tipo, culos de mal asiento en el mundo del espionaje, sobre los que se diseña la figura del protagonista y sus aventuras.

Peor es la situación, no del espía que ha traicionado sino de la persona que ni siquiera es espía pero resulta confundida como tal. El maestro Hitchcock toca el tema magistralmente en ‘Nort by Northwest‘ (1959, Con la muerte en los talones) donde Gary Grant borda uno de sus mejores papeles y James Mason otro más en su vertiente de malvado recalcitrante. Es un esquema recurrente desde que Fritz Lang en su etapa norteamericana presentase el tema del “falso culpable” (que él mismo conocía muy bien porque cierta prensa alemana lo consideró responsable de la muerte de su primera esposa) en películas como ‘You Only Live Once‘ (1937, Sólo se vive una vez) con Henry Fonda de aspirante al patíbulo o ‘Beyond a Reasonable Doubt‘ (1956, Más allá de la duda) que muestra a Dana Andrews de chivo expiatorio para la ocasión. Ambas películas –que no tienen nada que ver con el espionaje– sentarían las bases para este tema del “falso culpable” que interesó al propio Hitchcock (véase, sin ir más lejos, ‘The Wrong Man‘, 1956, Falso culpable) y que se adapta como un guante al proceloso mundo del espionaje.

En todas estas películas es posible hacerse una idea (por la vía de la comedia dramática o de la reconstrucción histórica) de cuál fue el papel del MI5 en la Guerra Fría. Si hemos colocado antes todo lo relativo a los servicios secretos británicos es porque las novelas que han servido de base han sido redactados por escritores excepcionales (Green, Le Carré…). Pero la CIA, ha sido sin duda, la organización de espionaje que más fantasías y enconos suscitó en ese período. Hay una película que nos sirve de enlace entre el MI5 y la CIA: ‘The Good Shepherd‘ (2005, El buen pastor). En esta película, en efecto, la figura de Philby aparece en la trama junto a la de un hombre inquietante, James Jesús Angleton, uno de los fundadores de la agencia de espionaje. Y, créanme, que si quieren saber algo sobre la CIA deben ver esta cinta, no tanto por sus cualidades narrativas –que las tiene– como por el encuadre histórico de la trama.


 

Películas citadas para conocer el tema del MI5 durante la Guerra Fría:

MI5

Leer Fotogenia de la Guerra Fría (III): CIA contra KGB

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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