Tolkien adaptado al cine

El hobbit

Acaba de estrenarse ‘El Hobbit: la Batalla de los Cinco Ejércitos’. Cine y literatura vuelven a fundirse en una creación cultural de alcance mundial. Es la última de las películas diseñadas para trasladar a la gran pantalla la breve novela de Tolkien. Se cierra el círculo del viaje del Anillo. Mas, ¿podemos decir que han sido fieles a las novelas originales?

‘El Señor de los Anillos’ figura en todas las listas como uno de los libros más leídos de la historia. Entre las novelas de epopeya fantástica es desde luego la más famosa del siglo XX. Hay quien habla de 150 millones de copias vendidas. Teniendo en cuenta su reciente publicación (dentro de la larga Historia de la Literatura), en 1954, se trata de todo un logro. Desde el comienzo de su difusión, muchos reclamaron que se llevara al cine. Sin embargo, no fue hasta el año 2001 (con la excepción de una modesta película de dibujos animados del año 1978) cuando Peter Jackson logró estrenar la primera parte de su célebre trilogía, ‘La Comunidad del Anillo’. A éste le siguieron, en 2002 y 2003, ‘Las Dos Torres’ y ‘El Retorno del Rey’. El éxito fue inmediato y rotundo entre el público y la crítica: ‘El Retorno del Rey’ se colocó en su momento como la segunda película más taquillera de la historia; y recibió 11 premios Óscar de la Academia de Cine Americana, lo cual la sitúa en cabeza de la historia del cine.

Más recientemente, en 2012, el mismo atrevido director neozelandés estrenó la adaptación cinematográfica de ‘El Hobbit’, la primera de las novelas tolkienianas. El 17 de diciembre de 2.014, se produjo el estreno del último filme.
Los fans han abrazado con ardor, en general, estas adaptaciones al cine. Pero, ¿se les ha escapado algo? ¿De verdad los guiones adaptados por Jackson y compañía son respetuosos con el espíritu de las novelas?

En primer lugar, antes hay que distinguir dos aspectos: el puramente cinematográfico o artístico, en su realización y composición, como espectáculo para la vista y el oído; y el guión, que es sólo una parte (aunque importante) del mismo arte. Del primero nada diremos porque no es el objeto de este artículo. Es el segundo aspecto el que nos interesa. Para entender en qué sentido los guiones de las trilogías de ‘El Señor de los Anillos’ y ‘El Hobbit’ responden, o no, al sentido último de las obras de Tolkien, es necesario preguntarse primero: ¿cuál es realmente el tema de dichas obras?

La vida del profesor Tolkien estuvo marcada desde muy temprano por la presencia de la muerte. No fue un camino fácil el suyo. Era apenas un infante cuando perdió a su padre, y un adolescente cuando falleció su madre. Estos hechos le afectaron profundamente, y desde muy pronto se vio casi solo en la vida. Él, que era un adolescente listo, soñador e introspectivo, guardó para siempre en su interior el recuerdo de su niñez triste, de su madre, de su desamparo y de la añoranza de tiempos mejores. Quizá de esta época de su vida provenga su afición a los libros, especialmente a los de fantasía, y su vocación literaria, aunque esta conclusión es posiblemente precipitada, y no se debe suponer en buena lógica que ambos hechos tengan una relación de dependencia.

Más tarde, cuando ya era un joven sensible, perdió a varios de sus mejores amigos en la Primera Guerra Mundial, de la que él salió gravemente enfermo. La experiencia de esta pérdida fue para él algo más que una ausencia; fue el nacimiento de una misión, el descubrir de una vocación: ser la voz de los que murieron, escribir sus libros, recitar sus versos, cantar sus canciones. Descubrió de una forma muy viva que su tiempo, si breve, tendría en adelante un carácter de respuesta; la contestación vitalista a la barbarie y la oscuridad. Si la niñez y la juventud de Tolkien estuvieron marcadas por la muerte, no por ello fue una naturaleza anegada, vencida, cerrada y perdida en el limbo de las ensoñaciones. Si hubiera sido así, su vida habría sido muy diferente. Las personas que caen en tales desgracias acaban consumiéndose, acaban gastando su vida en la depresión, en el alcohol, en la amargura, o en una inocente y triste desorientación; y por supuesto la semilla de su talento raramente se desarrolla. El dolor produjo en él no abatimiento, sino ilusión; no desesperación, sino anhelo; no languidez, sino fortaleza. No solamente sobrevivió a la Gran Guerra, sino también al odio y a la desesperación. Se construyó a sí mismo como un hombre amable, reflexivo, atento y educado. Incluso cuando, en su ancianidad, quedó viudo, tras la partida de su amada Edith (para él, siempre Luthien-Arwen), y vagó durante unos años entre dos mundos, no perdió su buen humor, ni ese simpático realismo, poco pretencioso y muy sano, que le caracterizó. Siempre tuvo en la mirada un brillo de alegre melancolía que le daba una expresión soñadora y juvenil.

Tolkein

J. R. R. Tolkien

¿Qué pensaba Tolkien sobre la vida? ¿Podemos deducirlo de sus escritos más conocidos? Es peligroso lanzarse a la aventura de identificar al autor tras su obra, pues rara vez ésta es puramente biográfica. Sin embargo, existen en los textos (en todos) rastros que el autor va dejando, aunque lo haga involuntariamente. Además, no es extraño encontrarse con puntos donde la narración, se convierte en una confesión íntima; en ocasiones fugaz como un rayo, pero presente para los ojos que saben ver. Así, tenemos una respuesta en una carta fechada el 20 de mayo de 1969, en la que el profesor se dirigía a Camilla Unwin, hija del editor de Tolkien, Rayner Unwin, la cual le había solicitado ayuda para un trabajo escolar titulado “¿Cuál es el propósito de la vida?”. En su carta, Tolkien se hace otra pregunta: “¿Cómo debería utilizar el tiempo de vida que se me ha concedido?”. Curiosamente, la respuesta aparece en ‘El Señor de los Anillos’, dicha por Gandalf, cuando en conversación con Frodo sobre el Anillo y la Misión, dice solemnemente:
“No nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir, extirpando el mal en los campos que conocemos, y dejando a los que vendrán después una tierra limpia para la labranza”.
Esta es la respuesta moral al sentido de la vida: algo de lo que Tolkien estaba profundamente convencido y que corre como un río subterráneo, bajo las sendas de las aventuras de sus personajes.

Pero la muerte tiene un aspecto tétrico, aterrador. Las palabras más amargas y dolidas sobre esta verdad las inserta Tolkien en ‘El Silmarillion’, al menos en dos ocasiones. En la primera, describe a los Hombres, en contraposición con los Elfos, como un pueblo dotado de un extraño “don”: la muerte, cuyo fin sólo Ilúvatar conoce. Dice así: “Los Hombres […] vivían sujetos a la enfermedad y a múltiples males, y envejecían y morían. Qué es de ellos después de la muerte, los Elfos no lo saben. […] Ninguno ha regresado nunca de las mansiones de los muertos”.
Late aquí una oscuridad impenetrable que produce vértigo.

En otra parte, Tolkien habla de cómo los primeros hombres se enfrentaban a su propio destino mortal. En concreto, dice que “tenían miedo de morir y de salir a la oscuridad […] y en su agonía se maldecían a sí mismos. Y entonces los Hombres se alzaban en armas, y se daban muerte unos a otros por una nadería”. Y añade en otro lugar: “el miedo que tenían a la muerte era cada vez mayor, y la retrasaban por cualquier medio que estuviera a su alcance […]. Pero los que vivían se volcaban con mayor ansia al placer y a las fiestas, siempre codiciando más riquezas y bienes”.
A estos hombres la muerte “se les convirtió en sufrimiento sólo porque los cubrió la sombra de Morgoth y les pareció que estaban rodeados por una gran oscuridad, de la que tuvieron miedo; y algunos se volvieron obstinados y orgullosos, y no estaban dispuestos a ceder, hasta que les arrancasen la vida”.
¡Qué diferente, sin embargo, la actitud de Aragorn, el sucesor de los antiguos reyes, a la hora de su muerte! Esta fue su última confesión a Arwen: “No te diré palabras de consuelo, porque para semejante dolor no hay consuelo dentro de los confines de este mundo; […] Con tristeza hemos de separarnos, mas no con desesperación. ¡Mira! No estamos sujetos para siempre a los confines del mundo, y del otro lado hay algo más que recuerdos”.

Ante la perspectiva de la limitación de la vida, y de las múltiples necesidades y ansias de los hombres, éstos se preguntan cómo vivir; qué hacer con la propia existencia. Es el problema del sentido de la vida y también de la vocación. Es un efecto secundario de la perturbación que la idea de la muerte tiene en la mente de los hombres. Tolkien también se enfrentó a estas cuestiones, y encontró una respuesta en la palabra de sus amigos, que resonó siempre en su recuerdo como una verdadera vocación. Esta llamada, esta petición, bien puede expresarse con las palabras que su amigo íntimo G.B. Smith había escrito semanas antes de morir en la Gran Guerra:
“Mi mayor consuelo es que si esta noche muero en una emboscada (salgo en misión dentro de unos minutos) todavía quedarán miembros de la gran TCBS para anunciar lo que yo soñaba y en lo que todos estábamos de acuerdo. Estoy seguro de que la muerte de uno de sus miembros no puede disolver la TCBS. La muerte puede hacernos repulsivos o impotentes como individuos, pero no puede poner fin a los cuatro inmortales. Es un descubrimiento que comunicaré a Rob antes de salir esta noche. Y díselo también a Christopher. Que Dios te bendiga, querido John Ronald, y que digas las cosas que yo intentaba decir cuando no esté para decirlas, si ésa es mi suerte”
Desde entonces, Tolkien comprendió que la vocación de su vida le había sido otorgada, que estaba ahí antes de que él la encontrase, y que el descubrimiento de la misma era un rayo de luz, y no un motivo para la desesperación. Había esperanza en medio de la oscuridad.

Por resumirlo de una forma telegráfica, cuatro son los grandes temas morales de ‘El Señor de los Anillos’ y ‘El Hobbit’: mal, vocación, juramento, esperanza. ¿Se han trasladado a las películas?

Sauron

Mal: la idea del mal está presente desde el mismo introito de ‘La Comunidad del Anillo’. Esta idea fuerte, representada en Sauron y en el Anillo Único, en Smaug, en los Nazgul y, en menor medida, en los orcos, es una idea transversal de toda la obra de Tolkien. Cada una de sus leyendas, de sus historias, de sus cuentos, tiene como protagonista (o por mejor decir, antagonista) a un ser maligno, casi siempre identificable por su crueldad, su avaricia o su voluntad de poder absoluto. Sin duda, la constante presencia del Anillo, su influencia en Gollum y en Frodo, la recurrente y espectacular aparición de los Espectros del Anillo, y hasta la traición de Saruman, con toda la colección de orcos, trasgos, trolls… dan buena cuenta del papel central del mal, de su representación física y social, en el guión cinematográfico. En realidad, este mal es la razón misma de la aventura, acabar con él, combatirlo. Y, por ende, la motivación indirecta de la película.

Frodo

Vocación: he aquí una cuestión hermosa y misteriosa sobre la que Tolkien escribió alguna de las frases más emotivas de su obra. Entiéndase vocación como misión, como cometido, realización pendiente. Cuando un individuo se encuentra con un problema, con un dilema o una pregunta, con un obstáculo o una oposición, debe hacer una elección, buscar en lo más hondo de sí mismo y tomar un camino. Si bien en la novela la conversación que podemos llamar vocacional se produce en el marco de Bolsón Cerrado, entre Gandalf, verdadero galvanizador de sus compañeros, y Frodo, y en ella éste comprende que el Anillo ha llegado hasta él como misión, y no como regalo o castigo; como reto o llamada, y no como mera posesión, por la dificultad de introducir una escena dialogada tan intensa y larga en el comienzo de ‘La Comunidad del Anillo’, el director logró adaptarla al momento en que la Compañía, descansando en las lóbregas profundidades de Moria, espera a que Gandalf recuerde qué pasadizo ha de elegir. La conversación parece natural y funciona perfectamente. Frodo se queja de que el Anillo haya llegado hasta él, y reconoce que su vida sería más cómoda si no existiera. Gandalf le contesta que de alguna manera estaba destinado a llevarlo, como heredero de Bilbo, y que se ha convertido en su propia misión. Su vocación. Frodo se siente consolado.

Pero de un modo más claro reencontramos esta idea en ‘El Retorno del Rey’, cuando Frodo, que acaba de escapar milagrosamente del antro de Ella-Laraña, cae sin fuerzas; y en una visión se le aparece Galadriel, que lo levanta cariñosamente mientras le susurra: “esta misión te ha sido encomendada a ti, Frodo de la Comarca, y si tú no la llevas a término, nadie lo hará”. Estamos aquí muy cerca, tocándola con las manos, de la idea cristiana de vocación, casi romántica, poética, que tan íntimamente estuvo presente en la vida de Tolkien. Este mismo sentido de proyecto vital es interiorizado por otros personajes, que deben “elegirse” en su devenir, como Aragorn, o Sam, incluso Gandalf, que es devuelto a la vida con una misión, con una “vocación”. Y ello queda claramente explicado en las películas, sin que sea un elemento que se perciba como extraño, sino como conflicto interior natural de los personajes.

La comunidad del anillo

Juramento: la fidelidad, la lealtad, valor tan apreciado por Tolkien (recuérdese a sus amigos muertos en la Guerra), son uno de los hilos argumentales centrales de las películas y de los libros en los que se basan. Hay un juramento en Rivendel, por el que se constituye la Comunidad del Anillo. Hay un juramento incumplido por los Espectros bajo la montaña, que Aragorn reclama en ‘El Retorno del Rey’. Hay un juramento antiguo que los Rohirrim se aprestan a cumplir ante el encendido de las almenaras por parte de Gondor, y que es proclamado por Eomer en la reunión de los jinetes en Edoras. Este ideal de lealtad mueve a los pueblos, a los individuos, más allá de consideraciones de interés, política o conveniencia. La vida se juega a la carta de la fidelidad. Es un valor imprescindible y real en la vida de los pueblos que habitan la Tierra Media, y es precisamente uno de los que le falta a Sauron, que al fabricar el Anillo Único engañó secretamente a sus aliados, quienes confiados cayeron bajo su hechizo.

Frodo

Esperanza: quizá sea éste el leitmotiv más evidente de los filmes. Su presencia no es tan manifiesta en los textos tolkienianos, como es en la gran pantalla. Esperanza es una palabra que modernamente suena muy bien, que es bienintencionada y que, debidamente usada, puede significar muchas cosas, aparentemente todas buenas, sin despertar las suspicacias de nadie. Señala la luz que brilla en la oscuridad y que sólo los ojos de la fe pueden ver. Es una fuerza motriz que anima a los personajes a luchar a pesar del miedo. Pero hay una forma más pura de esperanza, que cuadra mejor con los sentimientos del autor y con su mundo mental: aquella que se refiere a la confianza en un poder superior y al sentido de todo lo que existe. Significativamente, tiene que ver con lo que hay tras la muerte. ¿Este sentido de la esperanza está presente en las películas? Frodo es esperanza desesperada desde el primer momento hasta el último, aunque quien mejor refleja esa simplicidad confiada es Sam. Pero la verdadera esperanza viene de la mano de Gandalf. A decir verdad, es el único que ha vuelto de la muerte… En una escena maravillosa, íntima, que logra crear un ambiente mágico, adaptada de los Apéndices de ‘El Señor de los Anillos’, Gandalf y Pippin conversan sobre la muerte. “No es el final”, dice Gandalf. “Es sólo un camino que recorreremos todos”. Luego, tomando casi literalmente las palabras de Tolkien que describen la llegada a Valinor del último barco que partió desde Los Puertos Blancos, con el Portador del Anillo entre los tripulantes, el mago describe el más allá con imágenes llenas de hermosura, paz y luz: “la cortina de lluvia gris se transforma en plata y cristal, el velo se abre y aparece una playa blanca, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer”. A lo que Pippin contesta sonriendo con un emocionado “No está mal”.

Quizás, después de este breve recorrido por la adaptación de ‘El Señor de Anillos’, nosotros podamos añadir lo mismo que Gandalf: “No, señor, nada mal”; puesto que algunas de las claves morales de la epopeya tolkieniana han sido trasladadas al cine, si bien con las limitaciones que esta expresión artística exige y mezcladas con un aire moderno que no en todo corresponde a la mentalidad de su autor, pero que, en su conjunto, compone un cuadro general que no desmerece del todo de la magna obra épica del siglo XX.

El señor de los anillios

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