Rocky vive

Rocky

El pasado día 29 de enero, se estrenó en España ‘Creed‘, la última (y van 7) película de la saga Rocky, si bien en este caso es más correcto hablar de “spin off”; esto es, se inserta dentro del mundo y la historia general de la saga Rocky, pero no éste el protagonista central, sino un nuevo personaje que resulta ser el hijo del malogrado Apolo Creed, viejo enemigo/amigo del gran campeón italoamericano, y que, como recordarán los seguidores, cayó muerto en la cuarta película, a manos del ruso Iván Drago, interpretado por un joven Dolph Lundgren, casi aterrador.

Vuelve Rocky Balboa. Vuelve Stallone. Para algunos será una película totalmente prescindible, incluso ridícula por intentar resucitar una saga a todas luces enterrada y casi olvidada. Para otros será una novedad curiosa, ante la cual despertarán recuerdos que creían reseteados de la memoria a largo plazo. Para muchos, Rocky queda demasiado lejano, es una película de la juventud de sus padres, es anterior a nuestra Constitución actual, pertenece a otro tiempo, a otra generación, a otra forma de hacer las cosas… Habrá también viejos roqueros, amantes de los golpes bien dados y bien recibidos, que se enternezcan contemplando a este hombre ya curtido por los años y el dolor que vuelve a aparecer en las pantallas con su gesto torcido, sus ojos perdidos y su sombrero caído.

Pero, ¿quién es Rocky Balboa? Rocky no es sólo un boxeador. No es sólo un personaje cinematográfico. No es la recreación de la violencia ni el representante mercantil de un deporte brusco. Es un símbolo. Es un ideal humano. Es una metáfora de la vida. Es un símil ético, un arquetipo vitalista. Lo que más nos impacta de Rocky, hoy y siempre, cuando hacemos abstracción de lo rimbombante, del mero espectáculo, de los artificios de cartón piedra, del maquillaje y del labio con vida propia de Stallone, cuando miramos más allá de su aparente incapacidad para cambiar de gesto en toda la serie, no es su cuerpo cargado de músculos, cada vez más castigados, ni su rostro plagado de moratones, ni sus ojos hinchados y sanguinolentos, ni su voz pastosa y dubitativa… Es su espalda. ¿Alguna vez os habéis fijado en la espalda de Rocky? Pues hacedlo. Es lo más importante de la película.

Balboa es verdaderamente Balboa, alcanza toda la grandeza de su significado, llega al orbe entero en su calidad de símbolo universal, precisamente cuando sólo vemos de él su espalda y su melena. Recordemos la primera película, la original, la que dio inicio a todo, la que definió al hombre representado tras la máscara del boxeador. Es un deportista de barrio, un púgil de poca monta sin otra ocupación que hacer de matón (y mal), que sueña estúpidamente con hacerse un nombre en América, aunque ya casi ha perdido la esperanza. Es un hombre consciente de sus limitaciones, casi arrodillado por la vida, que aun así no ha encontrado en la desesperación incipiente un motivo para perder la bondad. Por pura casualidad (si es que existe), se encuentra con la oportunidad de su vida, cuando el gran campeón de los pesos pesados, Apollo Creed decide invitarle a una pelea de exhibición como conmemoración del 2º centenario de la Declaración de Independencia de los EE.UU. Rocky acepta, pero se teme lo peor; decide prepararse con todas sus fuerzas para una ocasión así, pero está muerto de miedo. Una parte de él no quiere soñar, se resiste a hacerse ilusiones, pues sabe que se enfrenta a un hombre temible que le ha retado a aguantar más de 3 asaltos. Sabe que el país lo verá. Que si Apollo lo nockea muy pronto todo el mundo se reirá de él. Teme que incluso su integridad física o su vida correrán peligro. Pero es su sueño; y sobre todo quiere probarse a sí mismo. Aún no se hace a la idea de lo que habrá de sufrir…

Rocky

Han pasado a la historia todas esas escenas de entrenamiento de Rocky Balboa por las calles de Filadelfia, o en el matadero, golpeando con furia los trozos de carne que cuelgan de los ganchos de la sala frigorífica… Pero por mucho que esas escenas aún estén frescas en la memoria de muchos (los de más edad), no es ese el verdadero Balboa. Lo hemos dicho: hay que esperar a ver su espalda.

Llega el día. Balboa no ha podido dormir la noche anterior. Está aterrado. Pero no abandona. Comienza el combate, el campeón viene relajado, casi festivo, y se sorprende al ver a un Rocky que sólo se encuentra a sí mismo plenamente sobre el ring. Es ahí donde la bestia de la amargura, de la rabia, de los sueños frustrados, de la inocencia perdida, de la juventud malgastada, de la soledad y del dolor se manifiesta, donde encuentra la ventana estrecha por la que respirar y el megáfono al que gritar con todas sus fuerzas. Esa bestia sale por los puños pétreos de Rocky y alcanzan a un Apollo sobrepasado, pero que finalmente se rehace y comienza a acogotar al potro italiano. Contra todo pronóstico, Balboa demuestra ser mucho mejor encajando golpes que dándolos, y resiste uno, dos, tres, cuatro… quince asaltos. El mundo asiste estupefacto a un combate que se ha vuelto sangriento, peligroso, y en el que parece que ambos púgiles se juegan mucho más que su prestigio. Uno apenas puede respirar; el otro apenas puede ver. Ninguno de los dos piensa abandonar. El campeón está furioso: no se imaginaba que un aficionado pudiera resistir tanto, ni que lograra hacerle tanto daño con sus golpes. El aspirante cree que aún puede ganar el combate.

Comienza el decimoquinto asalto. Creed golpea una y otra vez a un Balboa que apenas puede ver. Aunque ambos están muy cansados, el campeón quiere tumbar a su oponente; no quiere arriesgarse a llegar a la decisión de los jueces. Uno, dos, tres, cinco, siete golpes… Finalmente, un brutal gancho tumba al italiano, que cae en un escorzo, en el rincón, de bruces sobre el suelo. El campeón busca la esquina opuesta y levanta los brazos en señal de triunfo. El árbitro comienza la cuenta atrás definitiva. El entrenador de Rocky le pide que no se levante, que abandone. El público ruge…

¿Y Balboa? Durante unos segundos, no vemos su cara. Sólo vemos su espalda. Su melena negra que tapa su gruesa cabeza. Y sus guantes buscando desesperadamente aferrarse a las cuerdas. He aquí al verdadero Rocky. Caído, noqueado, apaleado, de bruces en el ring… Cualquiera en su lugar se dejaría ir. ¡Es tan fácil abandonarse al dolor, a la derrota, a la desesperación…! ¿Para qué seguir luchando, si no hay posibilidad de victoria? Incluso aunque se levantase, seguramente perdería el combate a los puntos. Cualquiera en su lugar se habría rendido, habría seguido los consejos de los suyos… Pero la espalda de Balboa dice no. Sus manos dicen no. Su melena dice no. Lo contemplamos aturdido, “sonado”, incapaz de tomar un punto de apoyo firme. La música sube, entonando un himno melancólico que produce una emoción indescriptible. No hay esperanza para Rocky.

Pero la bestia no se ha ido. Balboa se levanta.

Cuando todo el mundo lo daba por vencido, por acabado; cuando el mundo entero apagaba el televisor o la radio porque ya no había más combate; cuando el asunto estaba decidido y el árbitro iba a llegar hasta diez… Balboa se levanta. Sólo en ese momento volvemos a verle la cara. Parece un “ecce homo”. Parece torturado. No lo ha golpeado un hombre, sino muchos. Un mundo entero ha corrido por su cara. Es la vida, que golpea más fuerte que ninguno de nosotros. Es la miseria, la humillación y la desgracia. Es el desprecio. Es la soledad.

Se ha levantado. Contra todo eso, Balboa se ha levantado.

Por esto, sólo por esto, y por esa espalda poderosa que lo ha sostenido en el momento de mayor debilidad, Rocky dice tras el combate que, en realidad, no necesita revancha. Ha sido vencido por un hombre, pero no por la vida. Se ha demostrado a sí mismo que podía enfrentarse a sus terrores y a sus sueños y mantenerse, a pesar de todo, en pie. He ahí su grandeza. He ahí la grandeza del boxeo.

Para quienes, después de tanto tiempo, no entienden a estos viejos fanáticos de un personaje irrepetible…

Completa este post con el artículo El héroe cinematográfico

Rocky

 

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