viernes, 26 julio, 2024
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FILMADRID 2018 – DÍA 5

Los convencionalismos son para los valientes. Ir a contracorriente nunca es fácil. Por ello, hay que celebrar cuando nace cine de negaciones, imposibles o privaciones financieras. Una fiesta acontecida en la quinta jornada de FILMADRID. Uno de las convicciones del festival es traer a cineastas no reconocidos y abrir una puerta a disfrutar de sus obras. Un cometido en el que siempre son obligatorios los coloquios posteriores al visionado de sus películas. De esta manera, se han podido ver En attendant les barbares (2017) de Eugène Green, un regreso al arte y a la Historia como refugio del presente digital, y una doble sesión con Queen Kong (2016) y Io sono Valentina Nappi (2017), ambas dirigidas por Monica Stambrini con la intención de aunar orgánicamente cine y porno. A primera vista, antítesis; en esencia, actos de resistencia. En los coloquios, tanto el discurso de Eugène Green, sobre cómo filmó una película en un taller de interpretación en Toulouse, como el de Stambrini y la estrella porno Valentina Nappi, protagonista de las dos cintas, sobre la necesidad de reformular el sexo en la gran pantalla y, por ende, su consumición; rebosan espíritu de lucha y unas convicciones profundas. La presencia de estas películas en las salas va a ser casi inédita, por lo que lo que una apuesta como la de FILMADRID se entiende vital. Más aún al comprender que al programar las películas, su posición implica un diálogo entre obras consecutivas. En este caso, un éxito al escuchar dos historias de rebeldía cinematográfica. En la segunda sesión, gente se quedó fuera de Queen Kong (2016) y Io sono Valentina Nappi (2017) en una sala a reventar. Nadie como los valientes para saciar nuestra sed de libertad.


EN ATTENDANT LES BARBARES (2017), DE EUGÈNE GREEN – PROYECCIÓN ESPECIAL

En attendant les barbares

El móvil volvía a parpadear. No habían pasado ni cinco minutos desde la última notificación, mas la llegada era inminente: los bárbaros ya estaban aquí. Desesperados por hallar un refugio, el navegador del dispositivo era la vía más intuitiva. Y para Eugène Green la más desacertada. En mayo de 2017, el cineasta impartió un taller para intérpretes en Toulouse llamado Chantiers Nomades. Un curso para aprender su visión del arte y, finalmente, la concepción de En attendant les barbares (2017). De esta manera, parte del grupo de jóvenes actores se metía en la piel de una pintora, un político, un vagabundo, un poeta y una pareja de bohemios. Una muestra de la sociedad cuidadosamente escogida que llama a la puerta de una dimensión atemporal, allí donde puedan encontrar protección. Simbolizando el sentido de la obra, los brujos que habitan dentro les solicitan que se desprendan todos sus aparatos digitales. Ya no recibirán más noticias de la invasión, ahora podrán vivir la realidad sin usuarios. Esa existencia alternativa ha generado que el miedo sea asfixiante, tanto a las amenazas externas como a ellos mismos. No obstante, dentro del cine de Eugène Green, el arte y la Historia brotan como salvación. Con su característica puesta en escena anacrónica y bebiendo del ascetismo de Robert Bresson, En attendant les barbares incide con lucidez e ironía sobre los temores actuales. La imposibilidad y el bloqueo autoimpuesto para no avanzar. Unas reflexiones sociopolíticas que se suceden hasta llegar a un paraje teatral de una obra occitana del siglo XII, donde el cromatismo azul y una civilización pasada invaden la pantalla. En ese tiempo, sin notificaciones, Eugène Green escribe: “Los bárbaros no vienen si no les tenemos miedo”. Podremos llegar a vivir si no le tenemos miedo.


‘QUEEN KONG’ (2016), DE MONICA STAMBRINI – FOCO ENDLESS NIGHTS

Queen Kong

La música se esfumaba, la libido explotaba. Definitivamente había que encontrar un lugar apartado de la fiesta. Lejos de la multitud, la oscuridad del bosque contiguo era idónea. La atracción sexual entre Luca y Janina era indiscutible, mas la erección se resistía. Un contratiempo para sus expectativas que sirve como punto de partida para Queen Kong (2016) de Monica Stambrini. Esta introducción que podría asociarse al cine porno convencional nos lleva al origen del proyecto. En 2013, la cineasta italiana fundó junto a otras compañeras un colectivo llamado “Le Ragazze del Porno” para dirigir este género desde una mirada femenina. Un propósito con muchas complicaciones en el camino debido a las dinámicas de la industria, los tabús o la propia sociedad. No obstante, el tesón y el coraje de Monica Stambrini hizo que Queen Kong naciese gracias a la colaboración de profesionales tanto del cine como del porno. Dentro de la visión de la directora, su idea principal es poder aunar ambas industrias en un mismo largometraje, pues no cree que sean exclusivas. En una de sus declaraciones, dejaba clara su posición respecto a esta dicotomía: “El cine necesita la popularidad del porno y el porno necesita la creatividad del cine”. Una creencia que cuando Luca y Janina deciden separarse tras no poder disfrutar, el sexo emerge como un nuevo elemento de la gramática cinematográfica. Como si se tratase de una película de terror, Queen Kong hará su aparición sincronizándose con la luna. Una criatura para corromper el encuentro normativo inicial. Un personaje, interpretado por la actriz porno Valentina Nappi, cargado de provocación, reflexión e irreverencia. Asimismo, la representación en imágenes de la finalidad de “Le Ragazze del Porno” y la incursión de Stambrini en el cine queer. Entre el entretenimiento y el discurso sociocultural, Queen Kong acaba cuestionando el placer edulcorado y ficticio tanto en el cine como en el porno. En ese contexto, mucho mejor adentrarse en la fantasía.


‘IO SONO VALENTINA NAPPI’ (2017), DE MONICA STAMBRINI – FOCO ENDLESS NIGHTS

Io sono Valentina Nappi

Valentina Nappi es Valentina Nappi. Lo que puede parecer una obviedad, en el mundo del porno es una anomalía. Cuando la actriz italiana inició su viaje en esa industria, decidió que no había necesidad de utilizar un seudónimo con el que separar su vida profesional de la personal. Un grado de aceptación y conciencia que choca con la percepción rígida del público. Para abrir el interesante falso documental Io sono Valentina Nappi (2017), Monica Stambrini fija su cámara en la pantalla del móvil de la protagonista. Cientos de mensajes colapsan sus redes sociales, una calígine rutinaria. Al partir con inteligencia desde cómo se le conoce popularmente, el combo creativo formado por Stambrini y Nappi nos invita a pasar una noche con la actriz, mas desde una perspectiva íntima y realista. En su camino de regreso a Nápoles tras una estancia en Los Ángeles, ella para en Roma para pasar una noche. Un descanso en su viaje que le lleva al estudio artístico de un conocido. Rodeada por pinturas, libros y vinilos, el pasado de la estrella se sugestiona de su interés por esos objetos; pues ella se graduó en una escuela de arte en Salerno. En el coloquio posterior al visionado, en poco tiempo deja claro su inquietud por el conocimiento con referencias a distintas corrientes filosóficas, estadística o feminismo. Inconformismo intelectual junto a su condición de celebridad en Italia que le ha llevado a ser centro de múltiples polémicas, especialmente con la Iglesia. Similarmente, Io sono Valentina Nappi también ha levantado algunas controversias sobre su manera de filmar el sexo. Si uno de los principales dogmas de la industria pornográfica es el falocentrismo, algunas de las críticas han surgido al comprobar que en esta obra el pene ejerce como tótem. Sin duda, un planteamiento alejado de otras propuestas recientes de cine adulto dirigido por mujeres, totalmente en consonancia con las creencias de sus autoras. De esta manera, cuando llega al estudio un amigo de Valentina, el sexo explícito conquista el documental. No obstante, los múltiples aciertos de la cineasta surgen de la normalización de todo lo que le rodea. La relación entre los dos jóvenes es desde la amistad, se puede hablar de política, se representa la menstruación, hay humor y, sobre todo, se disfruta. Porque Valentina Nappi es Valentina Nappi, y el sexo desde el porno todavía queda muy lejos de la realidad.

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Carlos Chaparro
Estudió Comunicación Audiovisual, permitiéndole trabajar en su pasión: el cine. Un amor incondicional que nació al descubrir a Patricia y Michel paseando por los Campos Elíseos.

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