“Parasite” o el parásito neoliberal

Estos son los hechos; funestos, inmundos y sustancialmente incomprensibles. ¿Por qué, cómo llegaron a producirse? ¿Se repetirán?
Los hundidos y los salvados
Primo Levi

¿Es preciso que lo que constituye la felicidad del hombre sea también la fuente de su miseria?
Goethe


Cercana a otras importantes y grandes producciones del pasado como La Règle du jeu (1939) y Teorema (1968), y contemporáneas como Un asunto de familia – Manbiki Kazoku (2018) y “Nosotros – Us” (2019) –ubicadas cada una desde un lugar diferente: Europa, Japón y Estados Unidos–, este nuevo clásico del cine dirigido por Bong Joo Ho es capaz de reunir de manera magistral la realidad más abrumadora con la metáfora social más terrorífica. Haciendo un uso solemne de géneros cinematográficos tan diferentes, el director sur coreano estructura a partir de estampas cómicas (satíricas) y dramáticas muy bien construidas, una crítica social y un reflejo de la sociedad capitalista más ruda.

Es muy relevante el hecho que películas tan lejanas en el mundo estén planteando cosas similares y que en la actual temporada de premios grandes creaciones como Parasite y Joker (Tod Phillips) se estén llevando todos los elogios y las miradas, lo que nos dice mucho sobre el contexto vivencial y crítico que estamos sintiendo y pensando dentro de un sistema económico déspota y mal intencionado. Un sistema que no sólo está afectando a Corea del Sur, Japón, Europa y Estados Unidos –como muchos aun quieren creer– sino, como el mismo director Boog Joo Ho dijo: “es universal… Esencialmente todos vivimos el mismo país llamado capitalismo”.

Parasite (2019) es un juego de inversiones y metáforas –que no por juego es infantil– y una puesta en escena madura –no es la primera del director en tratar este tipo de temáticas– que es capaz de poner en los estrados un diagnóstico del mundo contemporáneo y de los problemas y los efectos más nocivos del neoliberalismo, del más bárbaro capitalismo: desigualdad, hacinamiento, marginalidad, concentración de las riquezas, acumulación, políticas de austeridad, aumento del desempleo, competencia salvaje, depredación social, supervivencia económica, búsqueda insaciable del éxito, consumismo, codicia y discriminación, son algunas de las problemáticas que –implícita o explícitamente– podemos observar dentro de este film. A esto abríamos que anexarle la relación entre traumas sociales y mentales –como en Joker– que afectan cada vez más a las sociedades “desarrolladas” y se observan con cada vez más frecuencia en las sociedades “en desarrollo”.

En oposición a lo que muchos han visto en esta película, esta no muestra una establecida lucha de clases, en cambio sí nos muestra esa competitividad feroz y oportunista –que sigue el principio del rey tuerto en un mundo de ciegos– por un estado de cosas seductoras a la que el neoliberalismo ha llevado a muchos de sus habitantes. En ningún momento vemos que la familia de los Kim –que habita en un sótano al margen de la calle de un barrio pobre– tengan una conciencia de clase o en el transcurso de los eventos lleguen a formarla. Por demás no actúan contra los Park –ricos de los barrios altos– esperando generar un acto revolucionario contra los modos de producción, la precariedad y las necesidades de la sociedad. Nunca vemos a la familia Kim concibiendo alianzas y pensando un mejor futuro para todos: son solo ellos y para ellos, interpóngase el que se interponga, sin ningún principio ético. Al contrario, lo que vemos es una irrupción (que se presentó como una oportunidad) que continua el régimen de beneficio del otro, despotismo y discriminación –que se ve representado en la amabilidad ladina y en el invisible límite de los Park– generando en principio una invasión silenciosa, una lucha entre iguales y finalmente una hostilidad entre todos, una conflagración propia de la codicia, el resentimiento y la marginación generada por el capitalismo. La visión última del hijo de los Kim no hace más que sustentar aquello: el sueño de estabilidad de lo mismo a costa de la explotación de sí mismo.  

A la sazón, el reconocido filosofo surcoreano-alemán Byung Chul Han (2014) se pregunta: “¿Por qué ya no es posible la revolución a pesar del creciente abismo entre ricos y pobres?” Según este autor el carácter del sistema actual ya no es tanto represivo, sino seductor, cautivante. La “civilización del deseo” según Lipovetsky (2007). Dentro del film que nos ocupa nunca vemos que los Kim vean a los Park como un agente enemigo que oprime, sino como un escalón hacia una vida de opulencia. El neoliberalimo no actúa desde la empatía sino desde la simpatía –nos queda difícil pensar en el otro– se desea más y mejor, seamos ricos o pobres. El individuo dentro de este sistema busca su deleite y realización personal como emprendedor eficiente a través de la búsqueda del éxito, generando una dependencia y una dominación de sí mismo, predominando un gran conformismo y donde apenas si existe la resistencia y sí existe se desvanece muy rápido. Ciertamente vivimos en una realidad paradójica –al decir de Lipovestky– donde se favorece tanto la autonomía como la dependencia. Han (2014) es tajante: “Hoy no hay ninguna multitud cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y revolucionaria global… Hoy compiten todos contra todos… La competencia total conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye la solidaridad y el sentido de comunidad”. En palabras de Lipovetsky (2007: 7): “La vida en presente ha reemplazado a las expectativas del futuro histórico y el hedonismo a las militancias políticas; la fiebre del confort ha sustituido a las pasiones nacionalistas y las diversiones a la revolución”.

Parasite (2019) es un juego de inversiones y metáforas, que es capaz de realizar un diagnóstico del mundo contemporáneo y de los problemas y los efectos más nocivos del neoliberalismo.

Si hemos de pensar entonces en un parásito concreto que lo ocupa todo, social y mentalmente –y que nos enceguece como en el poster del film– ese es: el neoliberalismo. Acosados por el afán de éxito y gloria los individuos dentro del capitalismo se ven arrinconados y cansados, cada vez más, por la frustración ante los difíciles escalones que les impone la realidad, ante lo cual se culpan y se castigan. Cada nueva generación carga los afanes y los fracasos de la anterior y así sucesivamente. El hijo de los Kim le dice a su padre hacia el final: “Papá, lo siento… Por todo… Me encargaré de todo”, aferrándose y cargando con el peso de eso que le trajo la gracia y la desgracia. Lipovetsky en La felicidad paradójica (2007) asegura que aun cuando una gran mayoría se considera feliz, existen hoy por hoy –en la era del hiperconsumo y el hedonismo exacerbado– una tensión y una ansiedad crecientes ante el aumento de las inquietudes, las decepciones, las inseguridades sociales y personales pues aún cuando “nuestras sociedades son cada vez más ricas… un numero creciente de personas vive en la precariedad y debe economizar en todas las partidas del presupuesto, ya que la falta de dinero se ha vuelto un problema cada vez más acuciante” (Lipovetsky, 2007: 12).

La crisis del capitalismo –generada a partir de las políticas económicas, ideológicas y de la alienación tecnológica– está teniendo cada vez más influencia en los tejidos sociales y mentales, generando una tensión tan fuerte que al final producirá una vasta implosión con consecuencias devastadoras para todos. Y algo de esto se vislumbra en las ficciones cinematográficas a las que estoy haciendo referencia: las tragedias familiares, el desespero, las puñaladas llenas de odio entre iguales, la venganza, el asesinato a sangre fría, la cólera desbocada en las calles… Son escenarios bastante dramáticos pero posibles dentro del hipercapitalismo. Mientras este sistema se siga apoyando en las lógicas de la acumulación y la explotación (que permiten la desigualdad, la crisis social y ecológica); mientras la economía siga dependiendo de esta necesidad de acumulación y mientras no existan una reducción de la misma ideología a partir de un despliegue de ideas alternativas realizables o estratégicas políticas concretas que lleguen a superar el capitalismo, el mismo sistema caerá por su propio peso, por saturación y falta de sentido, como llegó a pensar Marx. Pero a diferencia de una transición pacífica como este autor lo vislumbraba, podría llegar a suceder una catástrofe sin precedentes, de todos contra todos, a causa de la crisis social y ambiental nunca superada y más severa para ese entonces. 

Desde la primera vez que vi el film, me impactó de sobremanera las escenas que están relacionadas con la lluvia torrencial. Resulta impactante ver cómo para algunos pocos una tormenta pude significar un impase que pude llagar a ser admirado y cómo para otros muchos resulta por ser un infortunio que pude convertirse en catástrofe: la casi impenetrable, miserable y trágica frontera entre privilegiados y excluidos. Es finalmente la tormenta la que detona todo hacia una avalancha de situaciones desconcertantes: la llegada de la antigua empleada, el fin del campamento de los Park, la huida de los Kim siguiendo las aguas que corren de lo alto hacia abajo, por entre las calles, las alcantarillas, las escaleras que bajan y bajan y bajan hasta encontrar su subterráneo mundo inundado y hecho un desastre. Vivimos en un mundo donde los que tiene pueden tener más, pero los que tienen menos pueden llegar a tener menos. Estos últimos ni tienen la posibilidad de tener planes, pues hasta eso tiene valor. El padre de los Kim asegura: “Ningún plan… Si haces un plan, la vida nunca funciona así… Mira a tu alrededor… ¿Acaso pensaron esta gente en “pasemos la noche en el suelo de un gimnasio”? Pero mira ahora, todos están durmiendo en el suelo, incluidos nosotros”

El capitalismo resulta ser un sistema socioeconómico que promueve la dependencia y no la libertad –aun cuando muchos crean vivir en ella. Dependencia al dinero, a la ganancia, al éxito, al placer, al consumo, a la acumulación, al internet, a la aprobación del otro, al trabajo del otro. Aun cuando mucho de ello sea imposible alcanzar–más aun dentro de un sistema que amplía el abismo entre riqueza y pobreza– una gran mayoría viven obsesionados por obtener la seductora felicidad capitalista: un buen celular, casa, dinero, carro, finca, viajes, ropa, etc. Como en la famosa declaración al principio de Trainspotting (1996): “Elige un empleo, elige una carrera, elige una maldita televisión gigante, elige lavadoras, autos, equipos de CD…”, elige, elige, elige… como un mandato social del “deberías tener”. Una gran mayoría no ven la hora de verse en un paisaje privilegiado, aun cuando ello les cueste la calma, el tiempo y la vida. La mayor de las paradojas resulta ser entonces, junto con el individualismo, la buscada moderna de la felicidad: cuando más creemos que la vamos a alcanzar, parece cada vez mas inaccesible. Muchos –como en el film– terminaran en bajo la angustia y el aislamiento de un sueño imposible.


Referencias bibliográficas.

Han, Byung Chul (2014). ¿Por qué hoy no es posible la revolución?. Diario El País, España, (2, Oct., 2014).

Lipovetsky, Gilles (2007) La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo. Editorial Anagrama, Barcelona.

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