Joker (2019): Capitalismo y esquizofrenia

Antes de devorarle su entraña pensativa

Antes de ofenderlo de gesto y palabra

Antes de derribarlo

Valorar al loco

Raúl Gómez Jattin

Esta película me hizo recordar a Henry Miller en Trópico de cáncer (1934),  cuando escribió: “Parece que dondequiera que voy hay un drama… Dondequiera que voy las personas están echando a perder sus vidas. Cada cual tiene su tragedia privada. La lleva ya en la sangre: infortunio, hastió, aflicción, suicidio. La atmósfera está saturada de desastre, frustración, futilidad… Pido a gritos cada vez más desastres, calamidades mayores, fracasos más rotundos. Quiero que el mundo entero se descentre, que todo el mundo se rasque hasta morir”.

El crítico de cine Pedro Adrián Zuluaga en su análisis sobre el Joker en la revista Arcadia digital, la resalta como “una gran película” a la vez que “la película de nuestro tiempo”, pero acota luego diciendo que “es la película de la exacerbación de una enfermedad americana que aspira a volverse universal” y es en esta última percepción que no puedo estar de acuerdo.  A mi modo de ver no es solo una tragedia americana y ya no aspira, es en realidad algo casi mundial: los problemas y los individuos de las metrópolis neoliberales. Estamos hablando entonces de los conflictos inherentes que acosan a los sujetos en la sociedad capitalista, esa que va desde el París de Miller al New York-Gotham del Joker y otras tantas más, desde principios de siglo pasado a principios del presente siglo.

Joker la película de Todd Phillips expone como reflejo o retrato una sociedad y un individuo oscuro, agobiado y claustrofóbico a modo de otros clásicos del cine y la literatura como One Flew Over the Cuckoo’s Nest (1975), Taxi Driver (1976), Fight Club (1999), The Machinist (2004) y Réquiem for a Dream (2000) o el mismo Black Swan (2010) (podría decirse incluso que fue dirigida por el mismo Aronofsky). Esta película bien podría llevar como subtítulo (espero no estar liando grueso) el mismo de la obra en dos volúmenes de Deleuze y Guattari: “Capitalismo y esquizofrenia”. Aun cuando la conceptualización sobre lo esquizofrénico de estos autores está atravesada por un significado algo ambiguo –a como lo percibimos regularmente– es posible encontrar algo de ello  en este film que capta de manera ejemplar al sujeto incrustado en el mundo, el tiempo y el sistema capitalista y neoliberal, donde gobierna una maquina social y un Estado capitalista con tendencia despótica. 

El Joker es resultado de la maquina social capitalista: hijo de una sociedad cansada, depresiva, intolerante, angustiada y a la vez sometida o enajenada a una sociedad banal, venal y del espectáculo.

En el Joker podemos observar a un individuo (Arthur Fleck) con una turbulencia mental que se ve manifestada en su risa casi incontenible y ansiosa ante cualquier expresión de miedo, rabia, odio y sufrimiento (expresiones lamentablemente permanentes de la sociedad en la que vive). Declarado enfermo y loco por la psiquiatría (y la sociedad), usualmente va a que lo escuchen (supuestamente) y le receten drogas para calmar sus fuerzas o pensamientos percibidos como negativos. Un día siendo atendido en el mismo lugar lúgubre de siempre, la psicóloga –a la vista también cansada y molesta con el otro y posiblemente con su vida– que le repetía insistentemente las mismas preguntas cada sesión de modo técnico y antipático, le dice que el Estado ha disminuido el presupuesto a esas dependencias sociales por lo que no puede seguir viéndolo. A renglón seguido le dice algo como: “a esos malditos de arriba no les importan las personas como usted y a decir verdad ni siquiera como yo”. Deleuze y Guattari sostienen en el “Anti-Edipo” que la máquina y el Estado capitalista, aun el más democrático, está vinculado con el despotismo que puede observarse en la relación estrecha entre el capitalismo, el “deseo enfermo” por el dinero y las “potencias de muerte”, generando que la maquina social nunca actué bien y que en el interior de la vida individual surja una fortaleza de la condición humana y su crueldad. Y es allí mismo donde el sistema se ve agitado por el surgimiento de “singularidades deseantes”: figuras esquizias o nómades (a lo que volveremos más adelante).

En el film, Thomas Wayne (el padre del futuro Batman) refleja al ser déspota y al motor de la maquina capitalista: el capital. Es a la vez la imagen que vincula lo ideal-riqueza-poder con corrupción-decadencia-violencia. Un elemento significativo del Joker es cuando se sugiere que Arthur es un hijo bastardo del señor Wayne, lo que sobresale como una metáfora en tanto que Arthur, como su madre (amante y posible víctima del mismo empresario) y los demás seres de Gotham son resultado o “hijos” (olvidados) de las políticas económicas de los más ricos, incluyendo al señor y la empresa Wayne. El Joker es, por tanto, resultado de la maquina social capitalista de la que hace parte: hijo de una sociedad cansada, depresiva, intolerante, angustiada y a la vez sometida o enajenada a una sociedad banal, venal y del espectáculo. El Joker en cierta parte dice: “Todo el mundo es horrible estos días, suficiente para volver loco a cualquiera”. Al decir de Deleuze y Guattari “todo es producción… producción de consumos, de voluptuosidades de angustias y de dolores”. Esclavos de la máquina social, esclavos unos de otros, esclavos mandan esclavos. No está demás en la película que mientras la gente grita y protesta contra la clase privilegiada esta esté viendo Modern Times como entretenimiento más que como una crítica o reflexión a las condiciones de la clase obrera dentro la producción industrial.

Percibimos un sujeto que intenta ser, pero que permanentemente fracasa y que solo por cuestiones del azar termina siendo el punto de fuga que huye y hace huir a muchos otros.

Ahora bien, a que se refieren Deleuze y Guattari cuando hablaban de esquizofrenia. Antonin Artaud consideraba que la esquizofrenia era una posibilidad del pensamiento. En “Van Gogh, el suicidado por la sociedad” sostiene que la “sociedad deteriorada inventó la psiquiatría para defenderse de las investigaciones de algunos iluminados superiores cuyas facultades de adivinación le molestaban”; a la vez creía que frente a la lucidez del pintor holandés (interno muchas veces por turbulencias mentales) los psiquiatras no eran más que una manada de gorilas con cerebros viciados. Para los autores franceses del Anti-Edipo y Mil Mesetas el término hay que alejarlo del sentido psiquiátrico para entenderlo a partir de sus determinaciones sociales y políticas. Según expresaban los dos en una entrevista a propósito del primer tomo, es posible diferenciar: “la esquizofrenia como proceso y, de otro, la producción del esquizofrénico como entidad clínica apropiada al hospital”. El primero podría verse como un proceso que escapa a todo código para crear otros nuevos, una nueva tierra; es un proceso que se desborda de manera múltiple y activa, que  descodifica y desterritorializa y que escapa de la producción capitalista y clínica a partir de la actividad revolucionaria (dinámica y creadora). De tal modo la segunda, entendida desde la clínica y el contexto médico, se concibe desde la enajenación, la locura y lo irracional. En este último contexto el esquizofrénico es alguien que intenta algo, pero fracasa y se derrumba. La segunda por lo general interrumpe los procesos de la primera a partir de relaciones o políticas de poder que llevan a desvirtuar siempre la primera como un estado clínico de locura.

La obra de estos filósofos busca salirse siempre de los marcos convencionales del sentido común, en la búsqueda de un discurso anárquico y un pensamiento nómada activo y creativo. Según los mismos, la esquizofrenia por fuera del aparato represivo es el límite único del capitalismo –absoluto pero también relativo: limite uno con respecto al otro– que es capaz de “liberar los flujos”, lejos de los artificios y la captura del sinsentido de la cordura y lo normativo. Más allá del esquizofrénico artificiado, este es un proceso de máquinas deseantes que en efecto buscan la liberación de toda aprehensión o muro opresor: liberar el flujo de la maquina revolucionaria (no reaccionaria, sino como proceso de perforación siempre innovador, lento y paciente), de la maquina artística, de la maquina científica, de la maquina analítica, para que se “conviertan en piezas y engranajes unas de otras” que vayan más lejos y aceleren las políticas de la clínica y el Estado capitalista que pretenden siempre opacar los disparates y las tentativas de cambio. Las figuras esquizias o nómades (móviles y turbulentas), uno de los polos o límites entre los que oscila el capitalismo, resultan ser un “punto de fuga activa” donde se puede crear la tierra nueva (“que se crea a medida que avanza”). Y aquel “que huye hace huir y traza la tierra al desterritorializarse”. 

 Ahora bien, lo que vemos en el Joker ¿es una tensión entre las fuerzas que codifican y las fuerzas que liberan? Por supuesto todo el discurso esquizoanalítico no es del todo posible anudarlo al film de Todd Phillips, sin embargo es viable acercarse a algunas ideas.  Justamente lo que vemos en la película es un ser diagnosticado, visto y tratado como loco y extraño. El mismo Joker dice: “todos ustedes, el mismo sistema que tanto sabe siempre decide lo que está bien o mal, del mismo modo como decide lo que es gracioso o no”. Sea cual fuesen las causas que lo llevaron a lo que es, lo que vemos es un personaje ansioso y consumido por una sociedad que lo oprime y a la vez lo excluye, velando e impidiendo de un modo u otro el actuar anhelante de sus potencias o flujos personales y artísticos, que termina utilizando solo bajo la apariencia de un payaso que busca llamar la atención (típico de un mundo donde todos quieren hacerse notar, ser alguien). En el Joker percibimos quizás un sujeto que intenta ser pero que permanentemente fracasa y que solo por cuestiones del azar termina siendo el punto de fuga que huye y hace huir a muchos otros que se van en contra de un estado de cosas en desequilibrio de manera reaccionaria y violenta y no a partir de un proceso de precisión revolucionaria. Incluso el mismo Arthur nunca se ve a sí mismo como un ser liberador pues actúa inmerso en el discurso de la locura clínica que se le ha hecho ver –actúa siempre desde la contención del artificio pero con visos de flujos deseantes. El cuerpo pasa por ser el centro de la represión y la dominación y en el Joker se muestra liberado cuando está maquillado o cuando danza –son entre muchas las escenas más sobresalientes. La risa en cambio se muestra como parte de una angustia encerrada. Arthur se siente pleno, liberado, cuando el arte atraviesa su corporalidad ante las inclemencias de su existencia.

La película brinca fuera de la zona de confort y osa alejarse del mundo cáustico capitalista de DC Comics y las películas de superhéroes. 

Tan solo hacia el final, tras una cadena de eventos, cuando Arthur se transforme en el Joker –alter concebido ante su anhelo por ser visto– a causa de las mismas presiones de la maquina capitalista a la que pertenece, es cuando se dará cuenta que todo lo que está pasando (dentro de sí y afuera en la calle) fue por la misma indiferencia y decadencia social y que todo el problema radica en la falta de alteridad, de reconocimiento del otro, resultado de una sociedad que subyuga en deseo de lo que ambiciona: “si yo fuera el que callera muerto en la acera pasarían encima de mí, paso a su lado todos los días y nadie me nota… todo el mundo grita e insulta a los demás, ya nadie es civilizado, ya  nadie se pone en los zapatos del otro. ¿Crees que hombres como Thomas Wayne alguna vez piensa en lo que es ser alguien como yo? ¿Empatizar con los demás? ¡No lo hace! Ellos creen que nos quedaremos sentados y toleraremos todo como niños buenos y que no responderemos…”

Tras un explosivo espectáculo en directo en un show televisivo, el Joker se dirige hacia una cámara y dice: “Buenas noches y jamás olviden: así es la vida”, en alusión franca al eslogan del programa de entretenimiento, que como toda trasmisión de su tipo muy poco tiene que ver con la realidad. El mismo Joker increpa al presentador diciéndole: “¿Has visto lo que ocurre allá afuera Murray? ¿Alguna vez sales del estudio?”. En una especie de teatro de la crueldad, impactante e inesperada, el Joker hace de la violencia un espectáculo con el fin de marcar al espectador y abrir sus ojos a la violencia explícita e implícita del sistema y los medios que nos gobiernan. El activista y cineasta Michael Moore lamenta en su artículo sobre este film –al que ve como una obra maestra– que siendo la realidad más desesperanzadora, maniaca y llena de miedos, se prohíba en muchos lugares ésta por ser “violenta, enferma  y moralmente corrupta, una incitación y celebración del asesinato”, cuando en verdad según él mismo: “el mayor daño a la sociedad podría ocurrir si NO vas a ver esta película, porque la historia que cuenta y los problemas que plantea son tan profundos, tan necesarios, que si quitas la mirada de esta genial pieza artística, te perderás el regalo del reflejo que nos está ofreciendo. Sí, hay un payaso perturbado ante el espejo, pero no está solo, nosotros también estamos ahí”. 

Lo que hace cercano al Joker a una gran mayoría de espectadores es que es un alguien parecido a muchos, un antihéroe que emerge de las mismas entrañas pútridas de una sociedad acosada. El Joker por tanto es la representación de un descontento social generalizado, de un problema, de un grito de auxilio de una humanidad exhausta  ante el hecho de que las posibilidades de la experiencia humana son cada vez más violentadas. 

Luego de un poco más de setenta años de éxitos junto a César Romero, Jack Nicholson y Heath Ledger, el Joker encuentra un film meritorio y un actor como Joaquín Phoenix que lo interpreta de forma maravillosa y magistral dándole un cuerpo más humano que el de todos sus antecesores. Tanto magnífica como formidable, es también una película incómoda, nada distópica, que agita al espectador y al orden social de una sociedad desequilibrada y moralmente enjuta. Batman pasa a un segundo plano ante esta película que brinca fuera de la zona de confort y de forma explosiva y liberadora osa alejarse un tanto del mundo cáustico capitalista de DC Comics y las películas de superhéroes. Puede ser entendible que a diferencia del “Nido del Cuco”, en el Joker el director no haya querido acabar dos minutos antes su film, pues aun vivimos confundidos y encerrados bajo un sistema demasiado blindado, que cada vez inventa más fantasías móviles que siguen haciéndonos creer que estamos en un mundo ideal, cuando en realidad estamos bajo el bombardeo de problemas neuronales –al decir del filósofo Byung Chul Han– que gobiernan más nuestra existencia. Aun así, nos quedamos con la imagen y la posibilidad de la huida del manicomio (en el que vivimos).

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