¿No habéis sentido nunca que no formáis parte del mundo?
¿No habéis sentido nunca que por mucho que os esforcéis vuestra influencia en lo que os rodea es insignificante?
¿No habéis sentido nunca el agrio sabor de saberos intrascendentes incluso con vuestra gente más cercana?
¿Es posible que ninguno de vosotros se haya visto invisible?
Hierro 3, El cielo sobre Berlín y Enter the Void son tres películas muy diferentes entre sí. Pero más allá del estilo que las definen o de la trama que exponen, estas tres obras se encuentran unidas en su intención de explorar al individuo y su soledad desde un punto de vista muy particular.
Sus protagonistas se encuentran totalmente desligados del mundo. Tanto es así que las personas que lo componen no son capaces ni siquiera de verlos. La distancia que se ha creado entre estos personajes y el resto es tan enormemente grande que la interacción se vuelve casi una utopía, cruzar unas palabras o entregar una caricia se transforma en una odisea. Es la soledad llevada hasta al extremo.
Ellos son testigos de un mundo que es ajeno a su presencia. Sus pasos no suenan, sus lágrimas no mojan al caer sobre una superficie, sus sonrisas… dejaron de sonreír, pues ¿quién sonríe para él mismo?.
Son individuos aislados, que finalmente se cruzan con alguien, alguien que levanta la cabeza a su paso, alguien que los ve, que es consciente de su presencia, que agradece su presencia. Y sobre esa persona vuelcan el mundo entero, ese mundo del que se habían visto privados hasta entonces. Ahora esa persona es el universo entero.
El cine es vida, aunque a veces poco tenga que ver con ella.
