Air Doll basa su relato en el cómic La figura neumática de una chica de Yoshiie Gouda, que a su vez está inspirado en la parábola de Pinocho. La diferencia de partida es que quien cobra vida aquí no es un muñeco de madera sino una muñeca hinchable.
La película, por tanto, no debe verse desde un punto de vista racional, y exige al espectador un esfuerzo en su suspensión de la incredulidad. Pues su intención es, a través de una premisa imposible y un desarrollo a veces un tanto inverosímil (sobre todo por las reacciones de los personajes), abordar cuestiones trascendentales como la complejidad de las relaciones afectivas y la dificultad de la comunicación, la rutina, la soledad y las perversiones que se esconden tras las paredes de cualquier hogar.
El lirismo, y la utilización de símbolos es la apuesta de Air Doll. Si el espectador atiende únicamente a los sucesos que acontecen en pantalla, calificará la película de absurda y ridícula, pues efectivamente lo es en su superficie. Es lo que se esconde tras esas acciones, lo que dota de significado a la cinta, construyendo un mensaje que no tendría si percibimos las imágenes de una manera literal.
Y es que el filme, como lo suelen hacer muchas películas geniales, roza lo ridículo en muchos momentos. Es el espectador quien debe caricaturizar la historia o dotarla de un significado.
Para mí, el despertar de esta chica compuesta de aire y plástico es una lección de sutileza, valentía y originalidad, un retrato de la sociedad japonesa que puede extenderse a todas las sociedades desarrolladas, aportando una visión pesimista pero no desesperanzada, donde el miedo, la soledad y la muerte convive con la alegría y el amor.
Visualmente deslumbrante y perfectamente interpretada (genial su protagonista Du-na Bae), el principal error de Air Doll es que ese mensaje implícito no es tan original ni profundo como se hubiera deseado, explicando algunos conceptos de sobra conocidos.
De todas formas, la última película de Hirokazu Koreeda (Nadie Sabe, Still Walking) es una obra notable.
