The Knick

The Knick

¿Es usted una de esas personas que no soporta la visión de la sangre? ¿Los programas médico-gore tipo ‘Cuerpos embarazosos‘ le dan repeluco? ¿Se pone pálido a menudo y tiende al vómito empático? Si ha respondido “Sí” a alguna de estas preguntas, hágase un favor y no vea ‘The Knick‘.

La serie de Steven Soderbergh, su mejor trabajo reciente, nos lleva al año 1900 para contarnos los sucios comienzos de la cirugía moderna. Sucios en el sentido más literal del término: Soderbergh no escatima en vísceras y sangre, y planta su cámara en un sitio de honor desde el que nosotros, espectadores privilegiados, asistimos entre el asco y la fascinación a la lucha de estos doctores por erradicar dolencias que hasta hace poco más de un siglo tenían un pronóstico fatal.

La galería de horrores de la serie es extensa y minuciosa, pero no gratuita. Las aortas reventadas, los rostros mutilados y las curiosas modalidades de boxeo hombre versus saco de ratas se emplean con fines ilustrativos más que dramáticos. La serie no se centra en el sensacionalismo facilón sino en los personajes y sus conflictos, y es de agradecer, porque tanto los personajes como sus conflictos despiertan pronto nuestro interés y nuestras simpatías.

En primer lugar tenemos al doctor John Thackery, interpretado por un soberbio Clive Owen. La serie empieza con él despertando en un fumadero de opio y nos deja pronto muy claro que no es que pasara por allí o que tuviera una despedida de soltero o algo, no. Para que no quepa duda de que este señor es un drogas de mucho cuidado, le vemos de camino a su trabajo en el hospital Knickelbocker chutándose cocaína entre los dedos de los pies, mientras de fondo escuchamos el primero de los temas electrónicos que componen la extrañísima banda sonora (sólo un apunte respecto a la música: es una decisión arriesgada que para mi gusto funciona sólo a ratos. Es rara, para mal). El doctor Thack es brillantísimo y siempre va puestísimo, un poco a lo House, y el deterioro psíquico de su personaje a causa de las drogas a lo largo de la temporada es de los más realistas que he visto en una serie de televisión.

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El resto de colegas masculinos de Thackery en el hospital encarnan bien el espíritu de esta época de revolución quirúrgica. Son médicos ambiciosos y optimistas respecto a los resultados de sus investigaciones, con mucha fe depositada en un desarrollo tecnológico que les ayude a ponerlos en práctica. Entre ellos destaca el doctor Algernon Edwards, otro brillantísimo doctor que fue el primero de su clase en Harvard y se ha formado con los mejores doctores de su época, pero que muestra una preocupante afición por el boxeo para una persona que se gana la vida agarrando un bisturí.

Hay elementos en esta serie que piden a gritos un spin-off, como la pareja formada por el camillero Cleary y la hermana Harriet. Hay también tramas tristísimas y espeluznantes, como la del matrimonio Gallinger , y otras que apestan a folletín como la de la hija del dueño del hospital (que podría titularse tranquilamente“Las tribulaciones de Cornelia y sus amores imposibles”). Está la enfermera inocente pero valerosa y el médico joven y tierno como un cachorrillo (Te amo, Bertie). Hay cameos de personajes reales de la época: Edison, Typhoid Mary (María Tifoidea, para entendernos, fue una cocinera que infectó a cientos de personas
de tifus por sus nada higiénicas costumbres tras el uso del excusado ) . Está el señor Wu, que quiere hacerle cosas indecentes a tu loto dorado.
Sorprende que la primera temporada de esta serie no haya tenido más repercusión. A mí me parece un producto dignísimo, mucho más interesante que otros dramas de época acartonados donde Lord y Lady Acelguinton discuten sin parar sobre las dificultades para encontrar buen servicio mientras sorben té de sus tacitas. A la espera de una segunda temporada ya confirmada, sólo puedo decirles que la vean. Con o sin cubo al lado, no se arrepentirán.

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