Manchester frente al mar: El dolor y la culpa

 

«Manchester frente al mar, valiéndose de situaciones cotidianas, encara miedos como la muerte, la soledad y la pérdida»

Manchester frente al mar es, sin temor a exagerar, uno de los retratos más amargos sobre la depresión que el cine reciente nos ha entregado. Pocas veces el dolor y la culpa han estado tan bien representados como en la película que nos ocupa.

Kenneth Lonergan capta con la cámara la desolación de su protagonista, los estragos de la tristeza y la incapacidad de superar viejas y terribles heridas que pueden llegar a descomponer cuerpo y alma con el paso del tiempo. Casey Affleck compone un personaje roto por dentro, al que uno sola mirada le basta para reflejar sus demonios interiores y hacernos saber que no hay redención posible para alguien que lleva grabado en el rostro el signo de la culpabilidad.

Es en las miradas y gestos donde el realizador se recrea para transmitirnos todo ese dolor y arrepentimiento. Un arrepentimiento que hiela el corazón y arrastra todo atisbo de felicidad a las gélidas aguas de la desesperación.

Manchester frente al mar se convierte en un filme que, valiéndose de las situaciones cotidianas que componen nuestro día a día, encara todos nuestros miedos. La muerte, la soledad y la pérdida funcionan como eje central de la narración al mismo tiempo que se nos presentan los avatares diarios de la rutina como pequeñas píldoras de evasión y autoengaño con las que podamos hacer frente hasta a la más profunda de las tristezas.

El filme, poco a poco, va trazando y forjando una relación paterno filial entre el protagonista y su sobrino, un joven que afronta la muerte de su padre con total naturalidad sustentándose en un par de relaciones amorosas libres de todo compromiso y el anhelo de llegar a ser patrón del barco que ha heredado. Esto confrontará con el plan de su tío, alguien al que los recuerdos de su ciudad natal abrasan por dentro.

Filmada con una sobriedad exquisita, Manchester frente al mar se erige como una obra cuya máxima virtud se encuentra en el equilibrio dramático de su conjunto. La naturalidad de sus diálogos y personajes golpean al espectador de manera contundente porque este los percibe más cercanos y reales. Todo esto, sustentado en una narración que se va cocinando a fuego lento y cuya secuencia climática, aquella donde descubrimos la causa de la infelicidad del protagonista, se quedará grabada en las retinas de los espectadores que la vean por primera vez.

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