«El leit-motiv de Nuestra hermana pequeña es la familia y su necesidad. Este mensaje puede parecer arcaico, desusado o retro en Occidente, y quizás sea bueno volver de nuevo a él.»
Hubo un tiempo en que de Japón nos llegada, de tanto en tanto, filmes de Kurosawa, de Kon Ichikawa (El harpa birmana [1956] y Fuego en la llanura [1959]) o de Nagisa Oshima (El imperio de los sentidos [1976])… hasta ese momento, el cine japonés solía verse en las minúsculas salas de “arte y ensayo”, sin palomitas, teléfonos móviles, ni niños díscolos alborotando. Era un cine para minorías. Cine inseparable de la cultura y del ser japonés. Luego llegaron los dibujos animados de Heidi (1974), Marco (1979) y, para rematar, Mazinger Z (1972, estrenada tardíamente en España), cuando a este género todavía no se le llamaba “anime”. Humor amarillo no contribuyó precisamente a mejorar la imagen de Japón sino a confirmarnos que, en su búsqueda de la modernidad y del show, algunos se pasaban de rosca. Como cerrando el círculo, luego resultó que uno de los promotores de este espectáculo, Takeshi Kitano, además de samurái de pega, fue un buen director de cine…
Todo esto para decir que Nuestra hermana pequeña gustará a quienes sigan el cine japonés, estén familiarizado con los códigos cinematográficos de aquel país o bien quieran familiarizarse con la cultura nipona. De lo contrario, las dos horas de duración de la película pueden hacerse algo largas. La película, hay que decirlo, es de buena calidad como demuestra el hecho de que participara en el último Festival de Cannes en la Sección Oficial de Largometrajes a Concurso y recibiera en el Festival de San Sebastián el Premio del Público. Lo que no es poco.
La película está basada en un manga de Yoshida Akimi. El director, Hirokazu Koreeda se preocupó por adaptar el guión y, desde luego, nadie mejor que él, fan de Akimi, podía hacerlo. La película se nota que ha sido hecha con mucho cariño, sensibilidad y ternura. Hay que entender a Japón y a su cine. El Imperio del Sol Naciente es la patria del sintoísmo y del Budismo Zen y, ambas escuelas filosóficas –mucho más que religiosas– son utilizados por literatos, artistas y cineastas, como recursos para contar historias. De la misma forma que un director occidental las contará a la manera como discurre la vida en su marco antropológico y cultural, un director japonés lo hará en función de las coordenadas marcadas por estas dos formas de ver el mundo. Y mucho más si tenemos en cuenta que hasta las bombas de Hiroshima y Nagasaki, Japón era un país que tenía una estructura social y política tradicional. Después de la Segunda Guerra Mundial, Japón intentó compatibilizar tradición y modernidad. De esa época data la prodigiosa habilidad oriental para copiar y adaptar inventos occidentales, pero también el fracaso de la experiencia exteriorizado y dramatizado con el suicidio ritual mediante el seppuku de Yukio Mishima en 1970, como protesta por la pérdida de raíces e identidad de su país.
Desde entonces, el arte, la cultura y la sociedad en el Japón, han seguido distintos caminos: unos han insistido en sus tradiciones y en su forma de ver la vida y el mundo y otros han aspirado a ser más modernos que los modernos. Hirokazu Koreeda, director de Nuestra hermana pequeña se sitúa en un espacio intermedio, pero más próximo a la tradición que a la ultramodernidad. Lo que ha hecho en esta película es adaptar un argumento similar al de Mujercitas, la famosa novela de Louisa May Alcott (que ha sido objeto de varias versiones cinematográficas, la más lograda de las cuales fue Little Women (1949) de Mervyn LeRoy), al modo nipón de ver el mundo y de actuar en él.
En la forma japonesa de ver el mundo, los distintos aspectos de la vida están relacionados con los fenómenos naturales. Un japonés siempre encontrará en la naturaleza una comparación para describir una actitud o un comportamiento humano: la belleza se percibe como algo efímero (“como la flor del cerezo”), lo más grande está representado en lo más pequeño (“la luz del Sol como la belleza del crisantemo”). Todo es frágil, temporal, caduco… “como el paso de los hombres por el mundo”. La vida y todo lo que les ocurre a los humanos es circular (no lineal como en Occidente), las fases de su vida se suceden como las estaciones del año. Una y otra vez recorremos los mismos caminos como el Sol y la Luna vuelven siempre ha donde ya han estado. El tiempo es un círculo sin fin que no progresa.
Los japoneses son curiosos por todo esto y por mucho más. A lo dicho se añade la psicología propia del isleño. No solamente viven rodeados de mar, sino que sus tierras están sometidas a frecuentes terremotos y tsunamis. Tienen conciencia de estar en una “pecera” peligrosa y de los peligros que constantemente les amenazan. La incertidumbre forma parte de la identidad japonesa. Les compensa el espíritu de superación y su capacidad para reponerse antes las desgracias, superar las dificultades. Llorar para ellos es, inaceptable.
Estas consideraciones son importantes para ver el cine japonés –el buen cine japonés, claro- y para advertir que es muy diferente al Occidental, por mucho que la globalización nos haya aproximado a todos. Mientras que la columna central del cine europeo es la psicología humana, el cine-espectáculo norteamericano la tiene en la acción y lo trepidante, el cine japonés está basado en las circunstancias de lo humano y en esta noción del tiempo cuyos ejes son la belleza, la contemplación, los tiempos… pero no el relato en sí mismo.
Es posible que nos hayamos extendido demasiado en estas consideraciones sobre la cultura y el alma japonesa. Quienes acudan a ver esta película lo entenderán: para valorar una producción hay que ser consciente de cuál es la mentalidad de quien la ha ideado. De lo contrario no se podrá entender algunos tiempos muertos o silencios que acompañan a las escenas.
El leit-motiv de la película es la familia y su necesidad. Este mensaje puede parecer arcaico, desusado o retro en Occidente, y quizás sea bueno volver de nuevo a él: para Hirokazu Koreeda fuera del círculo familiar se encuentra el caos, el abandono, la soledad y la oscuridad; dentro, en cambio, el orden, la plenitud, la cohesión vincular entre sus miembros, la esperanza.
Lo esencial para ver esta película –un verdadero deleite visual– es no verla como un producto occidental hecho para occidentales, sino como un producto japonés que puede ser asumido por occidentales a condición de que éstos no se encierren en su forma de ver el mundo. Si usted es capaz de asumir todo esto, la película le gustará. Si no, no lo intente. No diga que no le hemos advertido.
Sinopsis Sachi, Yoshino y Chika son tres hermanas que viven en Kamakura, Japón, en la casa de su abuela. Un día, recibirán la noticia de la muerte de su padre, que las abandonó cuando eran pequeñas. En el funeral conocerán a la hija que su padre tuvo 13 años atrás y pronto las cuatro hermanas empezarán a vivir juntas.
País Japón
Director Hirokazu Koreeda
Guión Hirokazu Koreeda
Música Yôko Kanno
Fotografía Mikiya Takimoto
Reparto Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Suzu Hirose, Kaho, Ryô Kase, Ryôhei Suzuki, Rirî Furankî, Shin’ichi Tsutsumi, Jun Fubuki, Kentarô Sakaguchi
Productora GAGA. TV Man Union. Toho Company
Género Comedia. Drama. Familia. Manga
Duración 128 min.
Título original Umimachi Diary (Kamakura Diary)
Estreno 23/03/2016
Trailer