Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia – Crítica

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia

Por si el poco habitual título de la cinta no ofreciera una pista suficiente de que estamos ante una obra muy poco convencional, hay que señalar que la última película del realizador sueco Roy Andersson puede ser definida como una especie de mixtura entre el sentido del humor absurdo y el hieratismo de las interpretaciones del cine de Aki Kaurismäki; el sarcasmo y la coralidad de Robert Altman –pienso sobre todo en ‘M.A.S.H.‘ (1970) y ‘Vidas cruzadas‘ (1993)–, y una concepción absolutamente estática del encuadre fílmico, más próxima a la pintura que al cine, y que recuerda, no por casualidad, a lo que Paul Schrader denominó el “estilo trascendental”, empleado por maestros como Dreyer, Bresson y Ozu.

Sin duda, un filme que declara explícitamente, mediante unos intertítulos en la parte inicial de su metraje, que es la tercera parte de una trilogía dedicada a meditar sobre el sentido de la vida, no deja de ser lógico que emplee una forma de narrar basada en el minimalismo, la repetición y la búsqueda del gesto esencial en cada plano para propiciar una desnudez formal que lleve a una “revelación” ulterior. Lo potente y original de Andersson, y que por supuesto lo aleja de los tres autores analizados por Schrader, es el hecho de que él adopta una perspectiva totalmente cómica, bien es verdad que de una comicidad amarga y desolada, lo que en el fondo evidencia una visión de los seres humanos muy melancólica, al devenir monigotes zarandeados por las convenciones sociales, la estupidez generalizada y el egoísmo.

Y si empleo el término “monigote” no es de manera gratuita, puesto que la mayor parte de los actores, cuando son el centro de atención de la historia, aparecen maquillados como intérpretes de un espectáculo kabuki o de grand guignol: piel blanquísima y labios, ojos y cabellos destacados por contraste. Si a ello le sumamos sus impávidas interpretaciones, es obvia la voluntad del director de reducir a los principales personajes a fantoches que deambulan en medio de un mundo incomprensible y absurdo.

Esta apuesta visual viene a complementar otra ya citada, y no menos radical: la inmovilidad de la cámara a lo largo de la pieza, que termina por estar construida como una sucesión de planos generales fijos. Con ello Andersson refuerza esa sensación de indefensión, de irrelevancia, de transitoriedad de los seres humanos, mientras que, simultáneamente, convierte cada secuencia en tableaux vivants que parecen la suma de estilos de Brueghel el Viejo (paisajes de tonos pasteles en los que se insertan los personajes), Ilja Repin (naturalismo y luz general) y el expresionismo de Otto Dix y Georg Scholz (las personas reducidas a gestos y colores caricaturescos).

Si tal amalgama puede parecer imposible sobre el papel, solamente hay que recurrir a la construcción argumental del relato, de una absoluta libertad en cuanto a hacer avanzar la acción se refiere, para comprobarlo. En primer lugar, el filme se abre con un prólogo ambiguo y enigmático que, completado el visionado de la cinta, nos sugiere un carpe diem lleno de ironía. Seguidamente, le sucede un fragmento calificado de “Tres Encuentros con la Muerte”, donde se recogen tres escenas sucesivas sobre el fin de la vida en tres estados de proximidad diferente (muerte, agonía y duelo), lo que a su vez constituye un memento mori cruelmente divertido. A partir de aquí, se abre el tramo central de la película, que relata la cotidianidad de un conjunto de seres que se entrecruzan mediante el azar, y que pivota en torno, sobre todo, de dos maduros viajantes de artículos cómicos, Jonathan (Holger Andersson) y Sam (Nils Westblom): dos auténticos fracasados según los estándares occidentales que, pese a declarar continuamente que “quieren hacer felices a los demás” con los objetos de broma que venden, no pueden ocultar su tristeza, su gravedad y su derrota.

Como ejemplo de esta forma de narrar articulada alrededor de la férrea unidad de los recursos de estilo y no de la trama, me gustaría citar cuatro escenas que prueban el eclecticismo de la pieza y su absoluta falta de restricciones por lo que respecta a transmitir una impresión al espectador: me refiero a los dos planos que recogen el presente y el pasado del viejo parroquiano en el local de sus amores, donde, incluyendo incluso técnicas del cine musical, el paso inevitable del tiempo se hace evidente en toda su intensidad, y los otros dos planos que recogen el antes y el después de Carlos XII y su ejército en la batalla de Poltava, sonora derrota de un rey considerado como invencible.

Mención aparte merece, de hecho, la incursión de esta figura histórica en la obra; porque Andersson la emplea de forma anacrónica, insertando en la gris mediocridad de un bar de arrabal la pompa propia de un gobernante del siglo XVII. Con ello, el autor patentiza de forma magistral la estupidez de la glorificación de las gestas pasadas, dado el hilarante contraste entre la solemnidad y el boato de Carlos XII y los suyos y la sucia, fea, banal realidad de los hombres y las mujeres que pueblan el modesto establecimiento. Asimismo, Andersson se permite introducir una referencia nada velada a la homosexualidad del rey, lo que resulta tremendamente provocativo en Suecia, dado que este monarca encarna el momento de máximo esplendor del país, de ahí que sea la figura-fetiche de la extrema derecha, además de un personaje tratado siempre con cuidado y respeto por la historiografía oficial.

A la postre, ‘Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia‘ es básicamente una cinta existencialista que hace hincapié, no tanto en la capacidad del hombre para dar sentido al sinsentido de la vida (en la estela de Kierkegaard o Camus), sino en lo que hace realmente absurdos, y por ello tragicómicos, todos los empeños de los seres humanos. Atemperada por su sentido del humor y algunos breves momentos en los que la plenitud de la felicidad y la bondad parecen desvelar una verdad oculta (v. gr. la madre jugando en el parque con su bebé, la pareja de veinteañeros tumbados en la playa, la representación de los niños con síndrome de Down…), la película ofrece una pesimista visión del destino humano, oscilando entre el mal y la vacuidad. Se diría que Roy Andersson ha sido capaz de trasladar a la gran pantalla el universo de Valle Inclán, aunque su tono sea más comedido y “escandinavo”, menos exaltado. En cualquier caso, se trata, en fin, de una obra notable, idónea para quienes estén hartos de ver propuestas que redundan en tópicos formales y temáticos.

Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia

Sinopsis Narra la vida de dos perdedores de entre 50 y 60 años, dos vendedores de artículos de broma que viven en una casa abandonada, y que tienen tres encuentros con la muerte.
País Suecia
Director Roy Andersson
Guión Roy Andersson
Fotografía István Borbás, Gergely Pálos
Reparto Holger Andersson, Nils Westblom, Charlotta Larsson, Viktor Gyllenberg, Lotti Törnros, Jonas Gerholm, Ola Stensson, Oscar Salomonsson, Roger Olsen Likvern
Productora Roy Andersson Filmproduktion AB / Nordisk Film- & TV-Fond
Género Comedia
Duración 101 min.
Título original En duva satt på en gren och funderade på tillvaron
Estreno 29/05/2015

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Calificación7.5
7.5

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Elisenda N. Frisach

Filóloga y editora de profesión y escritora de vocación, le apasiona el arte en general, sobre todo el cine, la literatura y la pintura. Por eso ha colaborado en diversos medios de comunicación como crítico de arte (reseñas de discos y conciertos, películas y festivales, exposiciones, libros...). Se autocalifica de humanista, y no de ingenua, al creer en el poder del amor, la verdad, la ética y el humor. Ideológicamente, sus principales influencias son Gandhi y Schopenhauer, mientras que le fascina la cultura rusa (Dostoievski,Tarkovski, Agmatova...).

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