Barbarroja, solo para sus sentimientos

Barbarroja

Hay gente que pretende estar de vuelta de todo, y no se da cuenta de que Machado tenía razón cuando dijo que “los que están de vuelta de todo, son los que no han ido nunca a ninguna parte”. Hay gente para quienes solamente el escepticismo es aceptable. Recuerdo una compañera de estudios que se creía muy sabia porque basaba su juicio filosófico sobre cualquier conducta humana en la idea “piensa mal y acertarás, y si no acertaste, es porque no pensaste suficientemente mal”. No sé de qué experiencia podía haber sacado (probablemente de ninguna; probablemente lo único que pasaba era que el escepticismo y la mala leche se consideran “progres” en ciertos ámbitos) semejante análisis de las conductas humanas.

Pero, por mucho que nos duela, tenemos que admitir que ésta es la actitud dominante entre los miembros de ése género al que llamamos “Humano”. Así las cosas, no nos puede extrañar que, cuando fue presentada en el Festival de Valladolid ‘Barbarroja’ (Akira Kurosawa, 1965), amplios sectores de la crítica la tacharan de increíble y de buscar la comercialidad, por todo su planteamiento y desarrollo, pero especialmente, por su final. Cuando, precisamente por ése final, la película recibió la Espiga de Oro y el premio de la Crítica, muchos esbozarían una sonrisa mefistofélica, mientras, sentados ante sus máquinas de escribir, destilaban literatura periodística y libros científico-técnicos, contra el pobrecito que era manipulado por las clases dominantes mediante un medio artístico como el Cine, que, por aquella época, si no contaba una historia abstrusa y aburrida no se ganaba los citados galones. Ciertamente, uno no es un ingenuo, y reconoce que no están los tiempos como para aceptar fácilmente que un joven médico, destinado a aspirar a ser el médico personal del Shogun, decida quedarse en un hospital gubernamental, atendiendo a pacientes de escaso poder adquisitivo, y, en general, como diríamos en terminología moderna, a personas en riesgo de exclusión social o ya excluidas.

Barbarroja

Entremos más a fondo.

Barbarroja’ nos presenta una bella historia iniciática narrada con una perfecta estética clasicista. Durante la mayor parte de la película, la cámara toma un punto de vista de invisibilidad, dejando al naturalismo de la puesta en escena y a una composición basada en un número de variaciones casi infinito del triángulo clásico de la Pintura Occidental y de la composición del plano del Hollywood de la época dorada, llevadas con mano maestra por el frustrado pintor Akira Kurosawa, así como a un tratamiento volumétrico que esculpe a los personajes en el plano (en la luz diáfana y dirigida de un maestro de la puesta en escena). Para citar dos ejemplos de ésta triangulación, que convierte a los personajes en auténticas esculturas talladas con fotones en lugar de gubias o cinceles, podemos tomar los de la presentación del médico recién llegado al director del hospital, o la visita de éste último al noble que tiene problemas con la comida, desarrollada en la sala de su palacio, y en la que, la presencia de un tercer personaje, al fondo, multiplica el juego de triángulos, mientras, por su parte, la luz es empleada de tal manera que nos hace tener la sensación de una fijación estática al suelo, de todos y cada uno de los personajes. Una variante tremendamente sutil sería la ceremonia nupcial, con los personajes alineados en dos hileras, pero, con la cámara puesta de tal manera que, hace que queden unos espacios entre ellos que nos proyectan hacia el personaje del otro lado, que ejerce como punto de fuga de esa porción de fotograma, creando así una especie de gabletes que, unidos unos a otros, nos crean una sensación de línea de tensión continua, en zig-zag.

Por otra parte, la puesta en escena resulta extremadamente naturalista. La película comienza con unas vistas, al ras de los caballetes, de los tejados de las distintas dependencias que componen el hospital. Si se me permite la comparación; si no resulta exagerada o traída por los pelos, yo vería en ésta masa, llena de divertículos pero ordenada en un gran conjunto, una similitud con la Sinfonía Nº1 ‘La Gótica’, de Havergal Brian, en la que una mastodóntica masa de mil trescientos músicos, representaría las naves de una catedral gótica, mientras que la utilización de semejante cantidad de músicos consigue que el oyente perciba, al mismo tiempo, la grandiosidad de esas naves y la diversidad de los pequeños divertículos que constituyen las capillas laterales, que aportan su individualidad, contribuyendo así a enriquecer la magnificencia del conjunto.

Podríamos, incluso, extrapolar ésta estructura al conjunto de la narración que nos presenta la película. Habría una gran masa central, consistente en el comportamiento del doctor “Barbarroja” y de su discípulo, que se va construyendo con pequeñas historias como las de los sucesivos pacientes que van falleciendo o, simplemente, siendo tratados por los médicos del hospital; tendríamos así una perfecta consonancia con la Sinfonía ‘La Gótica’, al tiempo que veríamos cumplida la teoría según la cual, las buenas narraciones se sostienen, precisamente, por los personajes secundarios que rodean a los protagonistas.

Quizás nos hemos apartado un tanto del asunto que nos ocupaba, que no era otro que la puesta en escena. A éste respecto, señalábamos el naturalismo de la misma. Si queremos abundar más en éste aspecto, podemos mencionar la ausencia de los, tan frecuentes en el Cine Japonés, travelings alrededor de patios, o, en general, siguiendo las estructuras habitacionales o recreativas de distintas partes de un edificio. Por el contrario, aquí, si una pared de madera y papel sufrió unos desperfectos, o bien aparecerá ante la cámara con los desperfectos en cuestión, o bien aparecerá con los “remiendos” subsiguientes a la reparación de esos desperfectos. Así de naturalista se nos muestra Kurosawa, en ésta película, lo cual no impide que sea una de las más serenas de su filmografía: Atrás habían quedado sanguinarias adaptaciones de Shakespeare, como ‘El Trono de Sangre’; también hay que tener en cuenta que los contenidos violentos volverían a su obra en películas tales como ‘Kagemusha’ o ‘Ran’ (nos guste o no, Shakespeare es un autor que no tiene reparo en representar muertes violentas –no nos olvidemos de que, la aclamadamente romántica ‘Romeo y Julieta’, acaba con una porción de cadáveres, en la cripta de los Capuleto-). Si hacemos excepción de la pequeña batalla que tiene que librar el doctor Niide para conseguir que le entreguen a la pequeña Otoyo, a fin de curarla en el hospital, no hay ninguna escena que pueda considerarse genuinamente violenta.

Hablando de puesta en escena, se me ocurre que al “emperador” debió gustarle mucho la composición que, en 1951, había hecho para el arranque de su particular visión de la novela ‘El Idiota’, con un personaje en el barco, tumbado y con una pierna sobre la rodilla contraria, ya que, catorce años después, y en pantalla ancha (lo cual hace que la composición resulte más eficaz), la repite literalmente. De igual manera, las escenas que transcurren entre las sábanas tendidas al Sol, las podemos rastrear en otras composiciones de otras películas del maestro.

Otro aspecto que ha dejado atrás Kurosawa en ésta película, son las atmósferas asfixiantes de la obra que le abrió las puertas de Occidente, ‘Rashomon’, donde se ennegreció la lluvia echando tinta al agua de los tanques. Aquí, la lluvia es clara y límpida, tanto que hace pensar en un tratamiento similar al realizado en ‘Cantando Bajo la Lluvia’, de Stanley Donnen.

Podríamos seguir deteniéndonos en las cualidades formales de la película, pero, lo que nos importa resaltar es que éstas están al servicio de una historia (entretejida de múltiples historias más breves, pero no menores, como decíamos) conmovedora sin ser sensiblera; llena de Valores Humanos, sin que por ello, caiga en la ñoñería y lo increíble. Probablemente, si yo hubiera escrito esto hace cincuenta Años, hubiera sido de los de la máquina de escribir-ametralladora. Pero, el tiempo deja las cosas en su sitio, y hoy podemos analizar ‘Barbarroja’ como lo que es: Una preciosa historia de entrega a los demás; una entrega que hace surgir los mejores sentimientos de cada quien, incluida Otoyo, que, en un primer momento, no sabe qué hacer con el amor que le dan.

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José M. García

Licenciado en Historia del Arte. Apasionado del Cine, la Música Clásica (especialmente la Ópera Wagneriana), y, de todo lo que tenga relación con el Arte Contemporáneo. Igualmente disfruto del Teatro y la Literatura, con algunos textos de Literatura Creativa publicados. Varios Años dedicados a la Crítica de Arte.

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