Sacha Baron Cohen comenzó su andadura como cómico en la televisión británica. Aquí fue creando una serie de excéntricos personajes, Brüno, Borat, Ali G (por ese orden), que más tarde trasladaría a la gran pantalla.
En 2002, el famoso humorista de origen judío, se estrenó en el cine como guionista y actor. La película, a pesar de las malas críticas, obtuvo un gran éxito en Reino Unido gracias a la popularidad de su personaje. Este no era otro que Ali G.
Muchos fueron los adolescentes que vieron en este filme, construido sobre un humor demasiado básico, escatológico e irritante, una fuente inagotable de diversión. A mí, y no soy el único, simplemente me parece una mierda.
Cuatro años después llegaba la segunda incursión de Baron Cohen en el cine. Le tocaba el turno a Borat, y nada hacía presagiar algo distinto a lo visto anteriormente. Sin embargo, nos encontramos ante una comedia narrada en formato de falso documental, con la inclusión de algunas escenas donde la gente o bien no sabía que estaba siendo grabada o se le aseguraba que aquello era para la televisión de Kazajistán. País, por cierto, que presentó una denuncia contra el actor y la productora, por dar una imagen tan desvirtuada del lugar, así como por fomentar el odio racial.
A pesar de ello, la película fue un gran éxito, tanto de crítica como de público. Sacha Baron Cohen había conseguido utilizar ese humor (que seguía siendo básico, escatológico e irritante) con un fin: ridiculizar los estereotipos políticos y culturales (tanto del extranjero como de su propio país), al mismo tiempo que desafíar a la America, o más bien al mundo, bienpensante.
Su humor se orientó hacia la exageración y la verbalización de los tabúes. Baron Cohen expone en la pantalla gags que millones de personas no se atreverían a contar ni siquiera entre su círculo de amigos más cercano. Su capacidad para destrozar el código ético generalizado es admirable. Requiere de una valentía enorme.
Brüno, estrenada en 2009, sigue la misma fórmula, pero sus ataques son menos certeros y sus gags menos graciosos.
Y al fin llegamos a El dictador, película que pierde ese estilo documental que caracterizaba a sus predecesoras, acercándose de manera alarmante a otras comedias americanas. Se trata de un producto más convencional, en el que se incluyen cameos de personajes famosos y una historia de amor que poco aporta al conjunto.
Bien es cierto que su humor sigue siendo salvaje e hiriente. Nos encontramos chistes sobre pedofilia, violaciones, racismo o terrorismo. Sin embargo, lo grotesco de la apuesta no va acompañado de una intencionalidad clara. Mejor dicho, esta se ve, pero se ve forzada, se ve como una justificación a las barbaridades que estamos escuchando.
Así pues, El dictador es más grande que Borat (se nota la diferencia de presupuesto), pero desde luego mucho peor, y su personaje (a pesar de lo que pueda parecer a primera vista) en ocasiones se asemeja más a Ali G que al reportero kazaco.
Enhorabuena!!!!! A seguir escribiendo!!!!! Hasta el 200 y muchos mas!!! 😉