En un contexto en el que casi toda la oferta cinematográfica española se limita a recordar la historia de la posguerra una y otra vez, o a aburrirnos con comedias de espíritu televisivo, aparece Eva, una película de ciencia ficción que gira en torno a un diseñador de robots a los que aplica una personalidad y unos sentimientos propios.
Pero tampoco debemos llevarnos a engaño, ya que no es esta una película de ciencia ficción al uso, sino que más bien se encuadra dentro de esa tendencia actual a utilizar dicho género para hablar de sentimientos humanos (como ya hiciera por ejemplo Vigalondo en la reciente Extraterrestre).
Su punto de partida por tanto, salva un gran número de tópicos ultrautilizados en nuestro cine. Sin embargo, durante su desarrollo no puede evitar caer en situaciones demasiado manidas como son el ya clásico triángulo amoroso o la recurrente llegada del protagonista después de muchos años al lugar donde vivió.
En este sentido, la influencia de una película a priori tan diferente como es Beautiful Girls se me antoja cristalina.
La factura técnica es formidable, con unos efectos especiales pocas veces vistos en obras realizadas en España. El reparto espectacular, aunque algunas interpretaciones no se hayan conseguido ajustar de manera adecuada (muy bien Lluis Homar y Claudia Vega). La dirección aún siendo demasiado clásica no desmerece del conjunto. La ambientación es magnífica (esos paisajes nevados y esa apuesta por la cotidianidad, muy alejada de los futuros apocalípticos utilizados en Hollywood), y la integración de los robots en ella es perfecta (me encanta el proceso de creación del cerebro del robot). Si a ello añadimos, que la firma un director novel como es Kike Maíllo, podemos decir que el mérito es enorme.
Sin embargo, lo mejor viene a raíz de la siguiente frase, pronunciada por el protagonista, interpretado por Daniel Brühl: «No importa tanto si los robots sienten o no, lo que importa es lo que te hacen sentir». En un futuro no tan lejano, el ser humano estará en condiciones de crear máquinas capaces de pensar y sentir de manera autónoma. La cuestión es; ¿para que los vamos a crear? La primera respuesta que me viene a la cabeza es: para demostrarnos que podemos hacerlo. La segunda, para utilizarlos, como medio para alcanzar un objetivo, sea cual sea este. Y es aquí donde el dilema aparece: ¿tenemos derecho a usar como instrumento a un mecanismo capaz de sentir?
La tengo grabada, el aparato ese del i-plus que es la leche. El caso es que empece a verla y apenas diez minutos la deje. Simplemente la presentación, hasta que lega a la universidad y no me parecio gran cosa. Pero ahora leyéndote, me da que voy a ver si continuo viéndola………..Saludos
¿Ya la viste? ¿Qué te pareció?
Pues la cabo de terminar. Bien planteada, pero que hacia la mitad empieza a decaer. Me parece bastante conseguido el ambiente. Me gusto vamos, aunque no se, como si sobrara bastante metraje. Aun así, de lo visto últimamente de este país, de lo mejorcito… Cuídate