Fotogenia de la Guerra Fría (V): Purgas estalinistas y Gulag siberiano

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Stalin

Si la “caza de brujas” no fue ninguna broma para los que la sufrieron, en la URSS podía decirse aquello de que “en todas partes cuecen habas”. Seguramente los afectados por las purgas estalinistas hubieran estado contentísimos en acogerse a la Primera Enmienda en lugar de elegir entre si querían ser o no fusilados por la espalda, preferían morir con los ojos vendados o viendo la muerte cara a cara. En cuanto al Gulag, no se trataba de ninguna delikatesen de la gastronomía eslava, era el nombre que recibía el universo concentracionario soviético en Siberia, un hotel forzado sin estrellas bajo el símbolo de la hoz y el martillo. Su momento áureo fue la Guerra Fría. Ha dado lugar a algunas películas notables.

La constitución soviética afirmaba que el Estado era patrimonio de todos los trabajadores, por tanto, los enemigos de ese Estado eran “enemigos del pueblo” y “traidores a la familia de la Madre Patria”. Los campos de concentración en Siberia eran el triste destino de estos disidentes. Sólo un loco podía estar contra el “pueblo”, por tanto no era raro que aquellos disidentes más notorios cuyos “delitos” no justificaban el paredón o su fama internacional desaconsejaba la liquidación fisica, terminaran en psiquiátricos. Esto es, liquidados moralmente.

La represión fue temprana en el bolchevismo. Le acompañó prácticamente desde sus primeros momentos hasta más allá del instante en el que Gobarchov reconoció que la URSS había perdido la lucha por la hegemonía mundial. El bolchevismo siempre tuvo excusas para justificar la represión: inmediatamente después de la revolución fue que la contrarrevolución actuaba taimadamente y era preciso defenderse; en los tiempos de la guerra civil, los “blancos” intentaban asesinar a los “rojos”, tanto y con tanta saña como estos a aquellos. La represión siguió contra los “kulaks” (campesinos propietarios de la tierra) y contra quienes se resistieran a las colectivizaciones. Luego vino Stalin que, primero actuó contra la “Oposición de Izquierdas”, más tarde contra quién intuía que podía ser un “agente capitalista” y, finalmente, cuando sus médicos habían diagnosticado que era un despojo, contra ellos y contra cualquiera que sintiera que amenazaba su poder. Tras el período de Kruvchef en el que disminuyó la presión contra presuntos o reales disidentes, en la etapa siguiente, la era Breznev, volvió a reaparecer una especie de neo–estalinismo que durará hasta el fin de la URSS. Durante la glasnost y la perestroika, el Gulag seguirá dando acogida a disidentes.

El hecho de que las “democracias populares” fueran fotocopias reducidas del original soviético, hizo que también en los países de la Europa del Este se produjeran purgas y situaciones represivas en el interior de aquellos partidos comunistas. Así ocurrió en Hungría, Bulgaria, Polonia, Alemania del Este y así se llegó a la disidencia Yugoslava. Incluso en el mismo Partido Comunista de España, en la clandestinidad, se produjeron “purgas” estalinistas que aumentaron su cohesión interior, tanto como debilitaron sus filas.

Para quien desee conocer lo que fueron las purgas soviéticas, el Gulag siberiano y toda la temática relativa a la represión en los países comunistas durante la Guerra Fría, hay tres tipos de películas que merecen verse: las producidas en Occidente (con su carga de propaganda antisoviética), las que se elaboraron en Europa del Este y Rusia después de la caída del Muro de Berlín (1989), con aires que oscilan entre el testimonio escueto y el ajuste de cuentas; y finalmente, una película de referencia que supera a cualquier otra: La confesión. Vamos a empezar por ésta.


 

La confesión o el testimonio de Arthur London vía Semprún

La confesión

La confesión

Cuando filmó L’Aveu (1970, La confesión), Costa Gavras ya era lo que se dice un “director comprometido”. Había rodado Z el año anterior y toda Europa estaba recorrida por una fiebre izquierdista de la que el propio director sentía formar parte. Sus dos anteriores películas habían sido cintas de género negro en las que demostró sus cualidades como narrador (Un homme de trop [1967, Sobra un hombre] y Compartiment tueurs [1967, Los raíles del crimen]). En Z estrenó el “compromiso político” que reiteraría con La confesión. La novedad de esta película es que el guión está basado en el testimonio de Arthur London adaptado por el ex comunista español Jorge Semprún.

London, comunista desde los 14 años, combatiente en las Brigadas Internacionales y luego en la Resistencia Francesa, había sido nombrado viceministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia en 1949. A partir de ahí se torció su vida. En 1951 fue detenido y será uno de los catorce imputados acusados de “conspiración contra el Estado” en el llamado “Proceso de Praga”. Once serán condenados a muerte y otros tres –London entre ellos– a cadena perpetua. Permanecerá en la cárcel hasta 1963 y luego en 1968 publicará su experiencia con el título de La confesión que Gavras llevará a la pantalla. Se trata, pues, de una película con un rigor histórico excepcional a través de la que se puede seguir el drama de comunistas perseguidos por Stalin, las presiones psicológicas y torturas físicas que debieron soportar y que les llevaron a reconocer delitos reales o supuestos contra el Estado. Lo que London denuncia no es solamente cómo fueron perseguidos él y todos los disidentes del estalinismo, sino cómo se les intentó destruir en su personalidad, degradarlos en su humanidad, anular su dignidad y humillarlos. La película fue protagonizada por actores que militaban en la izquierda: Yves Montand, Simone Signoret, etc. Es una buena película, testimonio de la una época.

Episodios como el Proceso de Praga tuvieron lugar en todos los países del Este con mayor o menor brutalidad y, reiteradamente, en la URSS desde 1930 hasta la muerte de Stalin en 1953. El episodio narrado en La confesión reproduce fielmente el modelo de purga estalinista: una discrepancia mínima sitúa en el punto de mira a un, hasta entonces, probo funcionario del Partido. Detenido, él se sabe inocente y defiende su inocencia. A partir de aquí se suceden presiones, malos tratos, chantajes, torturas, amenazas contra los familiares, hasta que se obtiene la “confesión” que, poco importa si es real o imaginaria: es la que quiere el partido. Este mismo esquema siguió en práctica incluso hasta que se produjo la “primavera de Praga” en 1967 que terminó con la entrada de los tanques soviéticos. Praga, la tierra de Kafka, fue el último escenario natural de estos abracadabrantes procesos.


 

Otros escenarios, otros países, mismas experiencias

Quemado por el sol

Quemado por el sol

Lo que sucedió en el Proceso de Praga y lo que refleja La confesión no es nada diferente a lo que ocurrió en Rusia y en otros países del Este. En la película húngara A tanú (1969, El testigo) de Péter Bacsó, se nos muestra la misma época en la que London sitúa su drama personal: 1949, cuando las purgas estalinistas también empezaron en Budapest. Nos describe el drama de un funcionario comunista, encargado de controlar una presa en el Danubio que es obligado a prestar testimonio contra un antiguo camarada suyo. Narrada en clave de sátira y aprovechando que, entre todos los países comunistas de Europa Oriental, Hungría fue siempre la más liberal, fue filmada dos años después de la invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos, pero –como cabía esperar– no se permitió su estreno y pasó doce años archivada hasta que en 1981 se estrenó en el Festival de Cannes cosechando el éxito que cabía esperar (era el tiempo en el que se había producido la revuelta de los astilleros de Danzig promovida por el sindicato polaco libre Solidarnosc y la cadena de alianzas de la URSS empezaba a mostrar fisuras).

Alguna película rusa filmada después de la caída del Muro de Berlín, da una versión coincidente con la del tándem London/Semprún. Utomlyonnye sointsem (1994, Quemado por el sol), por ejemplo, filmada en Rusia y dirigida por Nikita Mikhalkov nos muestra a un héroe soviético que se derrumba al conocer las acusaciones de las que es objeto. Se la considera la mejor película rusa sobre las purgas de Stalin. Está ambientada en el verano de 1936, antes de que comenzaran de nuevo las purgas que no se detendrían hasta la muerte del dictador, ya durante la Guerra Fría.

En la película finlandesa Puhdistus (2012, Purga) no es historia lo que vamos a ver sino escalofriantes pinceladas sobre las secuelas que estas experiencias tuvieron en quienes las atravesaron y sobrevivieron. Una de las víctimas es una mujer que vivió la deportación a Siberia de los ciudadanos de Estonia sospechosos de haber colaborado con los alemanes. A través de esta película puede intuirse lo que supusieron los casi 50 años de ocupación soviética de los Países Bálticos y la saña con la que fueron tratados sus habitantes.


 

Stalin como protagonista

Rebelión en la granja

Rebelión en la granja, 1954

La figura de Stalin ha aparecido en varias películas y en algún documental notable. Se trata de “cine político” y, por tanto, hay que tener cuidado con él: Stalin no fue ningún santo, obviamente –¿hay, no ya santos, sino beatos, entre quienes se dedican a la política?– pero tampoco es cuestión de que cargue con la responsabilidad de todos los crímenes cometidos durante la Guerra Fría. En realidad, su paranoia homicida estuvo inducida por los enemigos que en cada momento tuvo la URSS: el Tercer Reich hasta 1945 y los EEUU a partir de entonces. No es que Stalin viera solamente infiltrados en el Partido Comunista, es que, sobre todo, veía “influencias” negativas procedentes de estos países que penetraban en el interior del Partido: y sabía que solamente podrían atajarse mediante el terror.

Hará falta recomendar algún documental que muestre lo que no han podido demostrar las películas con argumento sobre aquella época y las razones de Stalin para actuar con la brutalidad que lo hizo. Ahí está Staline, le tyran rouge (2007, Stalin, el tirano rojo), documental elaborado en Francia que ofrece una perspectiva bastante completa del terror que sacudió a los países comunistas en la primera fase de la Guerra Fría. Ochenta y cinco minutos de entrevistas, fragmentos de documentales de la época y un análisis ilustrativo de modus operandi del estalinismo. Se puede confiar en el rigor histórico del tratamiento.

Esto por lo que se refiere al documental, pero también podemos incluir alguna película de ficción, o al menos alguna TV–movie como Stalin (1992), en la que el dictador es interpretado por un excesivamente maquillado Robert Duvall. La película no es convincente pero refleja algunas de las circunstancias personales de Stalin y aspira a ser una explicación de porqué actuó con la dureza que lo hizo. El biopic no es convincente. Si Duvall no encaja en el papel, Julia Ormond menos aún podría ser Nadya Allilulyeva, esposa de Stalin, y ya, en el colmo de lo improbable, el crepuscular Maximilian Schell difícilmente guardó un remoto parecido con Vladimir Ulianov, alias Lenin. Además, la película engloba solamente de 1920 a 1940, lo que limita las purgas a las que estallaron antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque, en cualquier caso, marcaron el modelo para las posteriores. La miniserie sirve, en cualquier caso, para ilustrarnos sobre el mecanismo de las purgas. Demasiado maniquea para ser histórica, pero con un cierto pundonor que la salva.

Stalin aparece, de todas formas, en otras cintas más entretenidas y livianas, aunque seguramente mucho más inmisericordes. George Orwell lo caricaturiza en el cerdo “Napoleón”, uno de los protagonistas de su Rebelión en la Granja. Dice de él que “tenía fama de salirse siempre con la suya” y que era de raza Berkshire. Lo presenta como traicionero y astuto. Termina apoderándose completamente de la granja cuando su otro compañero, el cerdo Snowball, se exilia. Durante su gobierno elimina cualquier protesta y deshace todas las reuniones del resto de animales de la granja. Se protege de otros y reescribe su propia historia. Escala sobre la candidez de unos, la apatía de otros y el temor de muchos animales. Orwell, viejo trotskista, estuvo a punto de salir descalabrado de su aventura en las Brigadas Internacionales y guardó un odio secular hacia Stalin que había resultado en España mucho más amenazador que las bombas de la aviación alemana, las unidades moras y la legión de Franco o la marina de Mussolini. En Rebelión en la Granja, Orwell dramatiza incluso las purgas de Stalin–Napoleón, las hambrunas y la rebelión de las gallinas…: “Y así continuó la serie de confesiones y ejecuciones hasta que una pila de cadáveres yacía a los pies de Napoleón y el aire estaba impregnado con el olor de la sangre”. Imposible realizar un mejor resumen de la historia de aquella época.

La novela de Orwell ha sido llevada al cine en dos ocasiones: Animal Farm (1999, Rebelión en la granja) dirigida por John Stephenson y Animal Farm (1954, Rebelión en la granja) de Joy Batchelor, cintas, obviamente de animación que reflejan bastante fielmente el espíritu (e incluso la letra) de la novela de Orwell. Stalin es, insistimos por si alguien tiene alguna duda, el “cerdo Napoleón”. Vale la pena ver cualquiera de las dos versiones para conocer lo que avanzaron las técnicas de animación en los 45 años que las separan y para impregnarnos con la problemática de la época.


 

Camino del Gulag y en el Gulag

Camino a la libertad

Camino a la libertad

Paredón o Gulag: fusilamiento o detención en Siberia en condiciones que con frecuencia hacían desear la ejecución. No faltan cintas para hacerse una idea de cómo fue el universo concentracionario soviético. Es cierto que no puede hacerse mucho caso de las películas que se filmaron en Occidente sobre este tema durante la Guerra Fría. Se trata, en buena medida, de productos que eran “armas de guerra psicológica”: tendían a presentar al adversario como quintaesencia de la barbarie. Ponderación y objetividad eran justo aquello que les faltaba, que es, a fin de cuentas, la materia de la que está hecha la Historia con mayúscula. No las vamos a tener en cuenta, salvo una: Embajadores en el infierno (1956) rodada en España por José Mª Forqué y que cuenta la aventura de los soldados españoles de la División Azul que cayeron presos combatiendo en Rusia junto a los alemanes. El guión original se debe a Torcuato Luca de Tena teniendo como base las vicisitudes de uno de estos presos, el capitán Palacios que realmente existió y fue repatriado después de diez años de cautiverio. La película empieza en la Segunda Guerra Mundial, pero la mayor parte del período en Siberia corresponde a la Guerra Fría. La película termina con el documental de la llegada de los últimos supervivientes al puerto de Barcelona en el buque Semyramis en 1954.

The way back (2010, Camino a la libertad), por su parte, nos cuenta la odisea de unos presos que escapan del Gulag siberiano durante la Segunda Guerra Mundial. El protagonista termina atravesando a pie Siberia y recalando en el Tíbet y en la India. Presentada como “película histórica” hoy se discute si lo narrado por Slavomir Rawicz es verídico –como afirma– o producto de una fértil imaginación. Además, el guión tampoco parece original. Existe una película alemana muy similar, estrenada diez años antes, So weit die Füße tragen (2001, Hasta donde los pies me lleven) en donde un soldado alemán, harto del Gulag, escapa para reunirse con su familia. La novela escrita por Joseph M. Bauer en 1955 registra la peripecia del soldado Clemens Forell que alcanzó a pie Irán y, con ello, la libertad. Hoy todos los historiadores están de acuerdo en que no puede escaparse del Gulag a pie por una Siberia en la que la temperatura puede llegar a 50º bajo cero, pero estas cintas aportan detalles significativos sobre lo que fue el Gulag y la necesidad imperiosa de huir de quienes estaban encerrados allí.

No cometeremos el error de incluir en este apartado la TV–movie Gulag (1985), a pesar de que lleve el nombre del tema tratado. La película merece figurar aquí sólo como advertencia de lo que el cine puede llegar a deformar. Nada en ella es creíble y todo, en cambio, es una construcción maniquea propia de los últimos años de la Guerra Fría. Olvidable. Otra película que mencionamos como “históricamente impresentable” sería Ilsa, the Tigress of Siberia (1977, Ilsa, la tigresa de Siberia), secuela de Greta – Haus ohne Männer (1977, Ilsa) rodada por el inefable Jesús Franco y de Ilsa, Harem Keeper of the Oil Sheiks (1976, Ilsa, la hiena del harén). La tal Ilsa era una antigua guardiana sádica de un campo de concentración nazi que, a falta de otra ocupación, torturaba a prisioneros o a quien se le pasara por delante. La serie, deleznable por lo demás, en todos los sentidos, fue variando el escenario de las torturas: de un campo nazi pasó a un harén árabe y de ahí al “Gulag 14”, un campo de concentración siberiano donde Ilsa le pillará la desestalinización. Si se pretende ver escenas que aspiran a ser eróticas y sado–maso de baja cota, esta película tiene algo que decir; si, se desea, en cambio, conocer lo que fue el Gulag, evítenla, como un admirador de Igmar Bergman debería evitar la serie Torrente.

Bastante más rigor histórico tiene Zeteryannyy v Sibiri (1991, Atrapados en Siberia), película rusa filmada cuando la URSS todavía existía. En ese momento, divulgar un producto que no tuviera base histórica, más o menos cierta, podía acarrear disgustos. Nos narra la vida de un arqueólogo británico secuestrado y enviado al Gulag que aparece retratado milimétricamente. Vemos con bastante realismo lo que fue aquello en una película dramática y sin concesiones. Y todavía más rigor histórico tiene la que podemos considerar como película situada en el arranque de la Guerra Fría: Est–Ouest (1999, La vida prometida), cinta francesa que sitúa la trama en 1946, cuando los soviéticos ofrecen a los rusos exiliados la posibilidad de volver a su país. Los que “picaron” vivieron luego una situación dramática porque lo peor de las purgas estalinistas estaba todavía por llegar. El contexto es exacto, la acción históricamente creíble, y la película ligeramente aburrida por mucho que Catherine Deneuve obsequie con su presencia a sus devotos admiradores.

Finalmente, una película claustrofóbica, difícil de encontrar y que todavía hoy el gobierno ruso obstaculiza su proyección es La Patrulla que, creemos, todavía no se ha estrenado en el ámbito iberoamericano. Tenemos constancia de ella por su presentación en la Berlinale de 1990 y sabemos que fue dirigida por Alexandr Rogoschin. Cuentan las crónicas de aquel evento que el film muestra la progresiva deshumanización tanto de los presos como de sus guardias, a medida que el tren que los lleva a Siberia va dejando atrás los Urales. Toda la película transcurre en el interior de un vagón y se cuenta que en su primera proyección en Rusia generó desmayos. El guión estuvo inspirado en fragmentos de la obra de Alexandr Solzenitchin Archipiélago Gulag.

Situada también en los inicios de la Guerra Fría, cuando los cañones de la Segunda Guerra Mundial se habían silenciado pocos meses antes, Kray (2010, The Edge) nos ofrece una perspectiva del Gulag a partir de finales de 1945: los presos de guerra de distintas nacionalidades (alemanes, italianos, húngaros, rumanos) han sustituido temporalmente a los disidentes o a las víctimas de las purgas. El protagonista, un héroe ruso que ha terminado en un campo de concentración conoce a una alemana que ha permanecido aislada en una isla. A partir de ahí la película se convierte en un melodrama sentimental, pero realiza una buena instantánea de lo que fueron aquellos campos de concentración.

Obviamente, las mejores cintas sobre el Gulag se han filmado en la URSS. Sin embargo, ni han sido éxitos en taquilla en la tierra donde se filmaron, ni la mayoría se han exportado a Occidente. Nos consta que en la filmografía rusa hay media docena de títulos sobre el Gulag y que buena parte de ellos han sido desastres económicos. Como si la actual Rusia no quisiera reconocer lo que ocurrió en la antigua URSS. Mal asunto.

Sabemos, pues, lo que fue la Guerra Fría para uno y para otros, nos faltaría saber cómo empezó el conflicto.


Películas citadas para conocer el tema de las purgas estalinistas y el Gulag siberiano:

Películas sobre purgas estalinistas y gulag siberiano

Ir a Fotogenia de la Guerra Fría (VI): Como empezó el conflicto

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Amor DiBó

Trabaja en el mundo editorial, y le gusta la arquitectura, viajar, el cine, la robótica-nanotecnología, hacer tortilla de patata, el té y la buena educación.

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