Ideología dominante en el cine Slasher

El cine slasher transformó una amenaza multitudinaria en una amenaza más íntima, dirigida al núcleo familiar y a su modo de vida

Superada la primera mitad del siglo XX, el arte se dirigía principalmente a contextualizar los problemas propios de la sociedad, o a re-imaginarlos, como pudieron ser las dos grandes guerras, el abastecimiento alimentario, y sobre todo, la recién incorporada sensación norteamericana del estado de alarma, donde siempre hay un enemigo externo que justifica nuestro modus operandi diario. En dicho contexto, el cine de terror moderno, como no podía ser de otra forma, se ajustó a la sociedad contemplada.

La característica común dentro del cine de terror en la primera mitad del siglo XX fue la de encarar amenazas globales dirigidas a grupos multitudinarios: El enigma de otro mundo (1951) o la famosa La invasión de los ladrones de cuerpos (1956).

El enigma de otro (The Thing from Another World, 1951)

Estos seres sobrenaturales, impulsados principalmente por los escritores de la llamada ciencia ficción pura, amenazaban, dos grupos principales: (1) El estado y el avance de la ciencia, con el impulso de la mecánica cuántica y la termodinámica, donde se ponen en entre dicho conflictos filosóficos (2001: Una odisea del espacio, de Arthur C. Clarke) o políticos (Cita con Rama, también de Clarke) y (2) El núcleo familiar y su modo de vida. Es aquí, en este segundo punto, donde empieza la primera característica ideológica del cine de terror, y en concreto, del género Slasher.

Como punto intermedio entre estos dos mundos, que son aparentemente diferentes, se encuentra el cine Giallo italiano. El cine italiano siempre se ha caracterizado por su crudeza y realismo (a veces sin escrúpulos) en cualquier género. Con un sentido muy noble de la diferenciación de clases, el enemigo pasaba ya no a ser una estructura cuasi omnipotente, en la que una individualización de choque directo no funcionaria contra ella (sus actos concatenados puede que sí), sino a una persona en carne y hueso, camuflada, y con pocas herramientas de maniobra. Lo sobrenatural no abunda, excepción que muestra la magnífica Suspiria, de Dario Argento. Otro punto de partida también la marcaría la tremenda Psicosis, de Hitchcock (1960).

Suspiria, de Dario Argento (1977)

Sin más preámbulos, entrando ya en la década de los 80, en la época Reagan-Thatcher, aparecen mis anti héroes favoritos. Halloween (1978), Pesadilla en Elm Street (1984) y Viernes 13 (1980). No sería hasta bien entrada la década de los 90 cuando el género se reinventaría y tendría más éxito entre el público, probablemente debido a la potencia de los blockbuster locales.

Estas películas ponen en jaque al estado de alarma al considerar que no estás seguro en ningún sitio. Ni en tu casa, ni entre familiares. El proteccionismo del hogar, el cerrar puertas, es un objeto visual de suma importancia. Proteger tu casa, y no al país, para así colaborar con la nación. El retorno al conservadurismo más casero y el culto a la privatización (para evitar la palabra neoliberal). El despojo de la posmodernidad, también aliñado en el cine, hace además, que no entendamos nada. No sería verosímil -en términos Aristotélicos- que una persona nos atacara en sueños o en fechas concretas determinadas. Tendrían una justificación lógica en la manera de actuar, pero con un fin no idealizado, prácticamente sin objetivo. 

Estas películas ponen en jaque al estado de alarma al considerar que no estás seguro en ningún sitio. Ni en tu casa, ni entre familiares. El verdadero enemigo somos, en realidad, nosotros mismos. 

El cine de terror empezó a interesarme bastante tarde, y me llamó la atención sobre todo porque veía que las personas, al entrar en un estado de miedo, es cuando muestran cómo realmente son y cómo justifican sus actos.

De manera interior, se simboliza que el verdadero enemigo somos, en realidad, nosotros mismos. El fenómeno de añadir a unos personajes con máscara que atemorizan a la clase media -donde el miedo y la incertidumbre es mayor que en las clases sociales más bajas y en las más altas- es sólo la punta de lanza para enseñarnos que no hay mayor enemigo que el que llevamos dentro, y cómo nuestros actos acarrean consecuencias en nuestro círculo más inmediato y privado.

Pirrón afirmaba que no había ninguna diferencia entre vivir y morir. Por lo que uno le dijo: ¿por qué no haces entonces nada por morirte?. Respondió: Porque no hay ninguna diferencia. (Decleva Caizzi, 19).

Pensar que solo se salvan los elegidos, es decir, aquellos de condición moral perfecta frente a la tentativa del grupo, se escapa de nuestras manos pero no de las del capitalismo, quien además de tener las condiciones sociales oportunas, junto a los medios, nos hace pensar que somos diferentes o especiales, poseedores de un don peculiar que nos hará huir de la manada salvaje, que acertará abriendo las llaves del coche cuando Jason se acerque, cuando en el fondo, es la trampa de una pesadilla digna de Freddy Krueger, donde despertamos y lo único que sigue presente… es el miedo.

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Adolfo Martínez Rodríguez

Estudiante de Filosofía residente en Rotterdam (Holanda). Músico, compositor y bioquímico. Participo organizando el Festival de Cine Global de La Haya.

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