Jep y el poeta moderno: Influencias literarias de La Gran Belleza

La gran belleza

El proceso de creación a menudo se torna arduo para aquellos que se precian artistas. En arte, la figura de la melancolía suele asociarse a la angustia por sacar a relucir la idea; son muchos los retratos de escritores y artistas que se hacen representar de tal manera para reflejar su sufrimiento intelectual. Incluso yo, escribiendo aquí mismo estas líneas, noto cierto desazón por no encontrar las palabras adecuadas para este discurso. Si bien no siempre se llega al extremo del Romanticismo, si que es algo patente en todas las artes, y el cine no es menos. La gran belleza (Paolo Sorrentino, 2013) basa uno de sus pilares temático en este concepto. El film italiano narra el viaje espiritual de Jep Gambardella (Toni Servillo), un cínico escritor absorbido por la decadente jet set italiana (parodia de la “generación de Berlusconi”), donde distintas experiencias cercanas a la muerte son el catalizador que le impulsa de nuevo a escribir. Durante toda la película, Jep merodea en busca de inspiración por una Roma actual que baila entre la belleza del pasado y la alienación del presente, una suerte de Max Estrella moderno.

Si el París de Baudelaire era cambiante y orgánico, Sorrentino muestra elegantemente una Roma anclada en el pasado, en el Renacimiento y en la antigüedad clásica.

La modernidad que Baudelaire definió en su obra Las flores del mal (1857) permea a varios niveles a la película del italiano, empezando por aquello que Walter Benjamin calificó como el flâneur, el paseante desocupado que observa todo lo que le rodea desde el anonimato, pasando desapercibido. Desde el comienzo, vemos a Jep pasear por las calles de Roma muy atento a lo que acontece a su alrededor. No se le escapa una, y el film insiste en incidir en los pequeños detalles, destellos de belleza que, por su simpleza, merecen más valor que la pretenciosidad que critica, la “mundanidad”. Un ejemplo claro sería la conmovedora escena en la que Jep, desde su azotea, observa a los niños jugar en un jardín al escondite, pero también están los instantes fugaces o los encuentros furtivos que Sorrentino captura con gran maestría, como el suspiro de la joven atrapada en la limusina. Fruto de esa fugacidad, tenemos el tópico del encuentro con la desconocida, muy presente en la literatura francesa y que el film transmite en varios instantes, como en el encuentro con la madame.

Sin embargo, este tópico del paseante en el anonimato no surgió de la nada, sino que se enmarca en el contexto de la gran ciudad. La revolución industrial y el crecimiento de la población dió lugar a una transformación radical de la gran ciudad, y el escritor se ve inmersa en esa nueva tela de araña que le ofrece un sinfín de situaciones y tipos humanos que le sirven de inspiración. Si bien se mantienen muchos de esos modelos, la película limita el tono decadente a su crítica de la mencionada élite y decide tirar de neorrealismo italiano para acercarse a la realidad cotidiana de la Roma actual: turistas, monjas, gente haciendo footing… No obstante, no estamos ante la misma ciudad. Si el París de Baudelaire era cambiante y orgánico, Sorrentino muestra elegantemente una Roma anclada en el pasado, en el Renacimiento y en la antigüedad clásica. No olvidemos que la obra es un viaje espiritual en busca de la «gran belleza», lo cual es un pensamiento bastante clasicista y desfasado, pero eso daría para una disertación aparte.

¿Y cómo es ese nuevo poeta llamado Jep Gambardella? Bueno, se podría asemejar al prototipo dandy, el personaje que vive siempre de cara a un espejo, que cuida su apariencia y que, a partir de ahí, exalta lo artificial. Esta estética y pensamiento se enmarca, de nuevo, en el contexto de la gran ciudad y en una máxima que va en contra del amor por la naturaleza del Romanticismo. Jep no llega a esos extremos, pero si es un personaje que quida su apariencia y se muestra siempre de forma fina, incluso para dormir la siesta o visitar a su amigo a un piso de estudiantes. Así se configura la imagen de nuestro distinguido protagonista, de modo que no desentona ni con el entorno que le rodea ni con el tono y formalidad de la película.

La modernidad que Baudelaire definió en su obra Las flores del mal (1857) permea a varios niveles a la película del italiano.

En esta época de la que hablamos, mediados del XIX, es cuando empieza a surgir la corriente filosófica existencialista, y es normal teniendo en cuenta cómo la nueva gran ciudad arrebata al hombre de su individualidad debido a la masificación. En La gran belleza, vemos que esa tendencia permanece desde el primer momento en el que Jep se da cuenta de que acaba de cumplir 65 años. Es consciente de cómo ese «remolino de la mundanidad», consistente en fiestas donde todo el mundo sigue los mismos patrones de conducta, le ha atrapado. Sorrentino capta esa pérdida del individualismo en dos momentos clave, el velatorio y el baile del cumpleaños. En este último, el que Jep se salga de la fila para fumar en el centro de la composición es muy significativo, pues marca desde el comienzo su propósito de abandonar esa vida vacía.

Y es en este momento cuando toca hablar de otros de los conceptos clave de la literatura del siglo XIX: el spleen o hastío. Kierkegaard, filósofo existencialista danés de por entonces, estipuló que el paso a una nueva etapa de la vida de un hombre venía marcada por el aburrimiento por la anterior. El dandy exalta lo inutil y lo superficial, pues va en contra del utilitarismo, pero es una actitud que lleval al tedio, lo mismo que le ocurre a los personajes de la película, empezando por Gambardella. Los llamados «paraisos artificiales» como el opio (entre otras drogas) se ven sustituidas por los bailes y las fiestas, pero el intento de evasión es el mismo, teniendo en ambos un sentido muy trágico, pues en última instancia es una forma de huir del pensamiento de la muerte. El único propósito que el poeta no podía eludir era la búsqueda de la belleza, del mismo modo que Jep.

Paolo Sorrentino es un autor que verdaderamente llega a fascinarme no sólo por la elegancia de su dirección, sino también por la complejidad de sus historias, y La gran belleza es el paradigma de tal afirmación. Tal es así que, a día de hoy, un novato como yo puede escribir 4 años después de que todos los críticos del mundo hayan dicho todo lo inimaginable sobre este film y, aun así, poder sacar algo más de magia a una de las obras maestras de la Historia del Cine.

Etiquetas cine italiano

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