La casa de Jack (2018) de Lars von Trier – Crítica

La casa de Jack

«Con La casa de Jack estamos ante la peor versión de Lars Von Trier: con grandes interpretaciones, magníficas secuencias, pero también con todos sus defectos y excesos discursivos»

Estamos ante la última película del director danés, que añade un eslabón más a su prolífica carrera de más de 50 años y casi el mismo número de obras, 44 para ser precisos. Cuando allá por los remotos 80, después de varios cortos, realizó su primer largometraje, El Elemento del Crimen (1984), consiguió llamar la atención de público y crítica, pues a través de unos ambientes sórdidos, caóticos y ya por entonces con una brutalidad explícita en la descripción de los crímenes, acompañada por una verborrea pseudointelectual que apuntaba interesantes aspectos críticos de la sociedad contemporánea, unido también a una poderosa realización, lograba una obra que en su conjunto, si bien no era perfecta, prometía una interesante evolución del director que merecía por tanto ser seguido con interés, como así fue.

El peor aspecto de aquella película era que parecía en algunos momentos supeditarlo todo para «epater le bourgeois«, a veces sin mucha lógica. Sin embargo, en otros instantes se mostraba más acertado, queriendo imitar a ése movimiento surgido en el romanticismo que despreciaba a una burguesía mediocre y a la sociedad conservadora y que, posteriormente, heredarían todas las vanguardias artísticas como un elemento más de su pensamiento, aunque en el caso que nos ocupa parecía convertirse en su finalidad principal.

A lo largo de su obra se han ido manteniendo más o menos constantes todos ésos elementos. En algunos casos, predominaba una dirección fuerte en la descripción de las escenas, con grandes interpretaciones, y el aspecto discursivo era más contenido, dejando así sus mejores obras. Pero en otras, dominaba claramente la finalidad de escandalizar a ésa mediocre burguesía, sin aportar mayores honduras a su obra.

Anticristo (2009), Melancolía (2011) y Nymphomaniac (2013), desgraciadamente, apuntaban el final de la contención que nos habían dejado sus mejores obras.

En Europa (1991) nos ofreció una obra hermética con una brillante realización en blanco y negro, que prefería sugerir más que mostrar, y que subrayaba los aspectos oníricos, incluso surrealistas. Era una película kafkiana por momentos y que contribuía a una reflexión crítica sobre la evolución de Europa. Es ésta combinación la que nos ha ofrecido sus mejores obras.

Pero la felicidad duró poco, pues a continuación vendría el reverso de la moneda con Rompiendo las Olas (1996), donde la dirección se sometía a un planteamiento ilógico según él cuál una mujer por motivos religiosos accede a sacrificarse de modo absurdo para salvar a su amado. Pretende ser crítica, pero cualquier alumno de primero de teología le podría explicar que la teología moderna defiende que se tiene fe “a pesar de los milagros” y que acepta el dolor como consecuencia de la búsqueda de un bien mayor, pero que en ningún caso por sí mismo el dolor puede ser el medio buscado para lograr un fin, salvo que hablemos de alguien de mentalidad preconciliar. Algún sector de la crítica la llegó a comparar con Ordet del maestro Carl Theodor Dreyer, simplemente porque en ambas asistimos a un milagro, pero de resonancias totalmente opuestas. Con esta obra cayó en sus peores vicios, antes reseñados, utilizando además el sexo de la forma más llamativa posible para escandalizar a esa burguesía mediocre a la que quiere epatar, aunque ofrecía grandes interpretaciones y una dirección sólida.

Tras una serie de terror de ocho episodios para la televisión, El Reino (1994-1997), en la que pudo dar rienda suelta a un estilo barroco, sórdido y caótico, y que no aporta gran cosa ni para el cine ni para la televisión, nos llegaría Los idiotas (1998), que se presentó como una obra colectiva del movimiento Dogma 95 y despertó gran interés por su planteamiento.

Vendría después Bailar en la Oscuridad (2000), una de sus mejores obras, en la que logra supeditar su brillantez narrativa a los números musicales de una espléndida Bjork y a una denuncia de la precariedad laboral en las sociedades modernas. Luego llegaría la que para muchos, entre los que me encuentro, es su gran obra maestra, Dogville (2003), en la que podemos ver el reverso de los defectos hasta aquí reseñados. Una dirección de actores magnífica, una realización excepcional que encontró la manera de mostrar su incuestionable maestría narrativa, supeditándola al desarrollo de la historia. Una película que emociona y que llevó a su director a la cumbre cinematográfica, algunos llegaron a hablar de milagro fílmico. Manderlay (2005) era la segunda parte de lo que iba a ser la trilogía americana, continuación del estilo de Dogville. Aunque no tan brillante, no dejaba de ser una gran obra que consolidó su prestigio como director.

Después de esperar con ansiedad la que debería haber sido la tercera parte de la trilogía americana (Washington), nos llegó El Jefe de todo esto (2006), que suscitó el rechazo de gran parte de la crítica y del público. Una simpleza con un sentido del humor más bien extraño, aunque crítico con el modelo económico de la sociedad contemporánea, y cínica por momentos. Ofrecía una realización poco estimulante y una trama argumental leve. Una película decepcionante después de las maravillas que habían supuesto Dogville y Manderlay.

Con Anticristo (2009), Melancolía (2011) y Nymphomaniac Vol. 1 y 2 (2013) llegaría una trilogía de apabullante y magnífica realización barroca, una espléndida dirección de actores, pero con unos argumentos que bordeaban constantemente los excesos de situaciones y personajes, que desgraciadamente apuntaban al final de la contención que nos había dejado sus mejores obras. En Anticristo nos aproximaba a una reflexión, para algunos incluso diabólica, aunque innegablemente crítica, sugerente y profundamente pesimista. Melancolía subrayaba con especial énfasis y brillantez esta reflexión, mientras que Nymphomaniac para muchos desbarraba en los excesos de las cinco horas en torno a la ninfomanía, aunque ofreciendo siempre unas magníficas interpretaciones.

Von Trier se convierte en un moralista de la peor especie, pues no sólo no consigue que entendamos al protagonista, sino que al final deviene en demiurgo que todo lo observa y juzga.

Había curiosidad entre los aficionados por ver con cuál de los estilos Trier íbamos a encontrarnos, pero desgraciadamente ha vuelto con el peor de los excesos, en todos los sentidos. La casa de Jack (2018), después de una larga y brillante secuencia inicial con Uma Thurman y Matt Dillon, pronto abandona toda contención y asistimos a una sucesión de crímenes horrendos cometidos por un psicópata, descritos en primeros planos con todo lujo de desagradables detalles. Entre cada crimen llevado a cabo por un asesino en serie, Trier se pierde en largas digresiones filosóficas y vitícolas. Es magnífica la secuencia explicativa de los vinos obtenidos de la podredumbre de las uvas y su comparación con la de los cuerpos humanos, pero alarga exageradamente la duración de la obra hasta las dos horas y media.

Lo peor es que en ningún momento alcanzamos a comprender las razones de tal comportamiento, y no será porque no pare de hablar. El público tampoco entiende gran cosa. En la proyección de la crítica madrileña a la que asistí varios espectadores se reían compulsivamente de las imágenes, sin acertar a comprender si era una parodia o una tragedia… Incluyendo autoreferencias a Melancolía y Anticristo, el gótico o la arquitectura nazi. Pero lo peor es que para terminar la película, Trier nos regala una larguísima y, eso sí, magníficamente dirigida secuencia final, en la que el protagonista recibe el castigo que su mal comportamiento merece. Se convierte así en un moralista de la peor especie, pues no sólo no consigue que entendamos absolutamente nada del protagonista, sino que al final deviene en demiurgo que todo lo observa y juzga.

Uno echa de menos ésas grandes obras que como El estrangulador de Boston o El Fotógrafo del Pánico, se han acercado a fenómenos similares sin tantas ganas de «epater le bourgeois», con mayor interés en profundizar en el personaje y con menos egocentrismo si hablamos de violencia. Y si hablamos de sexo, como no recordar las muy explícitas obras maestras de Nagisa Oshima El Imperio de los sentidos y El Imperio de la Pasión. O las de Pasolini en Saló o los 120 días de Sodoma, entre otras, cuya constante denuncia de la moral burguesa acabó costándole la vida, cosa que nunca le pasaría a Trier, que cuando en Cannes en su afán provocador dijo entender a Hitler, dos horas después a petición de la organización pidió perdón, no fuera a ser que no aceptaran exhibir su película. Se podría pensar que nos quiere imponer su pesimista visión de la humanidad, de acuerdo. Pero, ¿qué tal si lo hiciera en la mitad de tiempo? Quizá éso no satisfaría su ego, pero nosotros no habríamos perdido dos horas y media de cínico pesimismo verborreico y pagado de sí mismo.

Estamos ante la peor versión de Lars Von Trier, con grandes interpretaciones, magníficas secuencias, pero también con todos sus defectos y excesos discursivos: verborrea, violentas imágenes y un desenlace moralista en el peor sentido de la palabra. Una gran decepción.


Sinopsis Seguimos a Jack, descubriendo los asesinatos que marcarán su evolución como asesino en serie.
País Dinamarca
Dirección Lars von Trier
Guion Lars von Trier
Fotografía Manuel Alberto Claro
Reparto Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Riley Keough, Sofie Gråbøl, Siobhan Fallon, Ed Speleers, Osy Ikhile, David Bailie, Yu Ji-tae, Marijana Jankovic, Robert G. Slade
Género Thriller
Duración 150 min.
Título original The House That Jack Built
Estreno 25/01/2019

Calificación6
6

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Chusé Inazio Felices

Fundador en su juventud, en la Zaragoza de los años 80 junto a otros apasionados del cine, de la Cooperativa Cinezeta, con la cual dio sus primeros pasos en el mundo del Súper 8, ha mantenido siempre un profundo interés por el mundo cinematográfico que, entre otras cosas, se ha puesto de manifiesto en sus escritos para la prensa a través de sus colaboraciones para El Siete de Aragón creando la sección Cuadernos desde el Guadarrama y posteriormente, en la publicación de su libro Aragón desde el Guadarrama (1993), en el que podemos leer artículos como Mujeres, Guiones y Cintas de Video o Aragoneses de Cine, donde da muestra de su cinefilia. Partidario de la máxima de su compatriota Baltasar Gracián, siempre se ha propuesto escribir críticas breves pero concisas y rigurosas a tono con los tiempos que vivimos y la falta de tiempo que nos abruma. Interesado por un cine diferente, ya sea de otros países o culturas, el anime y por supuesto el cine negro y el clásico.

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